domingo, 6 de noviembre de 2011

El día y la noche



La noche se termina,
es esta noche, hija de las noches de este mundo,
y va tiñiendo de púrpura y azahares
las horas de este siglo,
aunque resiste.

Duerme en los rincones todavía
la plata de su luna.

Hay las manos inquietas,
palomas que hieren con arrullos,
volando por senderos desiertos y ateridos,
ignotos de los hombres,
que el tiempo no conoce.

Hay los ojos sin luz
del vigía ciego,
guerrero mudo que guarda su horizonte
y oye brillar escudos y lanzas
susurrantes de miedos y de odios,
silenciosos de guerra.

¿No domará la sangre al fin
los potros garañones de la furia
que tascan sus dolores,
que muerden sus pesares,
grises y violentos como tormentas de mar,
en llanos de rocío?

El sol quiebra las nubes,
disuelve unos demonios ululantes
que huyen con las sombras.

La mañana,
feliz de ruiseñores y zorzales,
no sabe de la guardia oscura, en armas, sola;
no sabe de los ruidos de arreos y de espadas:
tiene otras batallas, sus batallas de luz.

Ríe su verde,
que aroma y que gotea,
canta los cantos nuevos de cada hora.

Y llega el día
y un amor,
que estalla en las almenas derruidas
del corazón de noche.

Como un rayo.

Como un latido fresco,
pulsa vida clara que bulle en sus colores,
un nuevo y renacido coraje
y otra esperanza
que nace de este día.