jueves, 4 de junio de 2009

Tango

Arteramente, el bandoneón fatiga
su voz penosa, en un jadeo lento.
Arteramente expira y en el viento
nos queda esa tristeza. Y él mendiga
un poco de dolor con su lamento.
Qué lástima su queja y esa intriga
que nos ata a su sombra y nos obliga
a vestirnos de gris y abatimiento.
Pero, a veces, herido de contento,
me voy a su reparo. El instrumento
se solaza y se amansa. En su cantiga,
oigo silbar al fuelle vinolento
que dice gravemente, como ungüento
que da quietud al aire y que me abriga.