lunes, 25 de mayo de 2009

Niebla (VIII)

No se puede sin los textos, eso es claro.

Una parte substancial de esta cuestión depende de lo que el propio Tolkien dice sobre Galadriel y sobre otros asuntos que se relacionan con ella, directa o indirectamente. Otro asunto es lo que creo que dice y hasta por qué lo dice.

Pero sin textos, nones.

Desde hace días los miro y los repaso, una y otra vez. Más me doy cuenta, entonces, de que es poco menos que imposible exponer -y fundar- el punto sin recurrir a ellos. No sirve suponer que todo el mundo los conoce o los tiene frescos en la memoria. Además, en estas materias, una injusticia es la cosa más fácil del mundo.

Ya tendré que ir desgranando esos textos, pues.

Con todo, tal vez se pueda ir adelantando con algunas preguntas, porque precisamente las respuestas están -creo que están- en los textos.

Tal vez la primera pregunta sea ¿por qué Galadriel fue a la Tierra Media? ¿Por qué quería ir a la Tierra Media?

A poco andar por la respuesta uno se pregunta si el amor de los Valar por los Primeros Nacidos, influye de alguna manera notable en los Elfos. Ciertamente que cada Vala eligió alguno de los linajes primeros de los Elfos y en ellos volcó su sabiduría y su habilidad peculiar. En realidad, esa afinidad es también parte de la música que ellos compusieron aunque no entendieran del todo o no supieran completamente qué componían. Por otra parte, es cierto también que en Cuiviénen los Primeros Nacidos despertaron a Arda y a Eä. Y Cuiviénen está en la Tierra Media.

Tal vez después, y remontando las preguntas, se hará necesario saber si los Valar y los Elfos se enamoran de sus obras y de las cosas plantadas en Eä y particularmente en Arda, con un amor no siempre recto. No tenemos más respuestas inmediatas que las que da Tolkien. Y Tolkien muestra que sí, que casi todos (casi todos...) lo han hecho.

Ni habría que preguntar si bien y grandeza son inseparables. Pues no lo son. Pero sí podría preguntarse cuánto de la grandeza importa en el bien. Y se dice bien aquí en cuanto a conocer, querer, gustar y obrar el bien. Y entendiendo además la grandeza no solamente como condición, sino también como obstáculo. El asunto importa especialmente porque, en los Días Antiguos que son la raíz de los hechos posteriores, casi exclusivamente nos topamos con seres grandes. Pero además, qué duda cabe, Galadriel es grande.

En tren de preguntas ascendentes, también importa conocer la relación de los Primeros Nacidos con Eru. Como es imprescindible saber cuánto saben los Valar y los Elfos acerca de los Hombres y de los designios que Ilúvatar tiene para ellos. Y lo que piensan y sienten ambos al respecto, además.

En este mismo sentido, es importante recordar lo que Ilúvatar pensó y quiso para los propios Elfos, en particular respecto de su relación con las cosas y respecto de su inmortalidad, incluso aun cuando esto último no estuviera relacionado directamente con la muerte, el específico don de Ilúvatar a los Hombres, tal como lo llama crípticamente Tolkien.

Y termino aquí esta ronda de preguntas, pero con un texto a este respecto, que figura al final del primer capítulo del Quenta Silmarillion:
Ahora bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el comienzo de los días, antes de que el mundo apareciese como los Hijos de Ilúvatar lo conocieron. Porque los Elfos y los Hombres son Hijos de Ilúvatar; y como no habían entendido enteramente ese tema por el que los Hijos entraron en la Música, ninguno de los Ainur se atrevió a agregarle nada. Por esa razón los Valar son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos; y si en el trato con los Elfos y los Hombres, los Ainur han intentado forzarlos en alguna ocasión, cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por buena que fuera la intención. En verdad los Ainur tuvieron trato sobre todo con los Elfos, porque Ilúvatar los hizo más semejantes en naturaleza a los Ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras que a los Hombres les dio extraños dones.

Pues se dice que después de la partida de los Valar, hubo silencio, y durante toda una edad Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo: —¡He aquí que amo a la Tierra, que será la mansión de los Quendi y los Atani! Pero los Quendi serán los más hermosos de todas las criaturas terrenas, y tendrán y concebirán y producirán más belleza que todos mis Hijos; y de ellos será la mayor buenaventura en este mundo. Pero a los Atani les daré un nuevo don.

Por tanto quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los Ainur, que es como el destino para toda otra criatura; y por obra de los Hombres todo habría de completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño.

Pero Ilúvatar sabía que los Hombres, arrojados al torbellino de los poderes del mundo, se extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo: —También ellos sabrán, llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo a la gloria de mi obra.

Creen los Elfos, sin embargo, que los Hombres son a menudo motivo de dolor para Manwë, que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los Elfos que los Hombres se asemejan a Melkor más que a ningún otro Ainu, aunque él los ha temido y los ha odiado siempre, aun a aquellos que le servían.

Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los Hombres: que sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a donde, los Elfos no lo saben. Mientras que los Elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no muere el mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y abandonan el mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace mucho los Valar declararon a los Elfos que los Hombres se unirán a la Segunda Música de los Ainur; mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los Elfos después de que el Mundo acabe, y Melkor no lo ha descubierto.