martes, 16 de septiembre de 2014

Despecho hispano, hispana pena


Lo confieso, mi estimadísimo: más que ninguna otra, una de las cosas que me aleja de España, de tanto en tanto, es el fingido amor impostado de algunas gentes por las cosas peninsulares. Fingido y utilitario, con impostación devota, y con devoción ideológica.

Y tanto así que algunas veces están a punto de hacérmela odiosa. A España, digo.

La amaran sin más y estaría bien. Pero se ve que España no les es suficiente y la necesitan para algo más y por algo más que por ser. Por ser España, con lo que ser España es.

Me da fastidio. Y pena. Pena hispana. Y mire quién se lo dice, mi amigo: hasta donde sé, tendré a España en cosas del alma, acaso, porque en la sangre, nones. Por ningún lado.

(Y quién sabe si no será por eso mismo que no necesito usarla para que parezca que la quiero...)

*   *   *

El caso es que en estos días me llegó, entre otras cosas que me llegaron de allí, un envío curioso que realmente me conmovió. Alguien circuló un pastiche cuyo núcleo duro es un artículo de Arturo Pérez Reverte, que después (ordenando el desorden del envío) vi que era asunto de algunos años ya: La carga de los tres reyes.

Y pastiche digo porque, puesto a ver, vi que el artículo mondo no venía, sino con agregados furiosos y despechados de algún quidam que hizo pie en Pérez Reverte y desde allí dio su salto mortal, con dolor de España, al parecer.

Mire, vea: no soy tan tonto: muchas cosas dicen hoy los españoles sobre estos asuntos y más, que no me cuadran ni me gustan. Ni me gustan las razones por las que las dicen. Y no solamente los españoles que aman en tiempos revueltos, o los del bando simétrico opuesto, que con modositos gorgoritos derechosos hacen pininos para ser sin estar y estar sin ser. Hasta algunas cosas dichas en estas muestras no me gustan.

Dicho esto -y acúseme de sentimental, si quiere-, digo que la furia de este buen hombre anónimo me pareció de lo más hispana, y en eso mismo conmovedora, como me pareció en su estilo corajuda la página de Pérez Reverte. Y por eso traigo esto ahora. Aunque no deja de parecer algo penoso que así y ésas sean las voces y que los propios lamentos, aunque sinceros, terminen siendo la cifra misma de lo que España muestra ya no ser.

Así las cosas, le dejo el asunto en sus manos y ya verá usted qué se hace con él.

Lo leí, creo que lo entendí. No tengo más que hacer.


*   *   *


(Esta primera parte y una última, que indico más abajo, no pertenecen al artículo de Pérez Reverte y las agregó un difusor anónimo, pero la copio porque hace al asunto, y le da clima a la cuestión...)

Los americanos tienen El Álamo, Gettysburg.
Los franceses, Alesia.
Los judíos, Masada.
Los griegos, el Paso de las Termopilas.
Los alemanes, los bosques de Teutoburgo.
Los ingleses, Trafalgar.
Los portugueses, Aljubarrota.
Los rusos, Stalingrado.

Hasta los zulúes tienen algo... Insaldwana.

Y los españoles, debido a los traidores por un lado y los cobardes por otro, no tenemos...

Las Navas de Tolosa, por insidiosa
La Batalla del Ebro, por fascista
Lepanto, por intolerante
Tenochtitlán, por genocida
Bailén, por retrógrado
Amberes, Breda, Northlinghen, por no herir sensibilidades
Villaviciosa, por no plural

¿Sigo?

Y un montón de ineptos, embusteros, interesados, desgraciados, chusma, incultos, maricomplejines,... traidores y cobardes (insisto) que han dirigido, dirigen y dirigirán las mentes... de los que se dejen, de esta gran nación que es España.

Cuando paso cerca de Despeñaperros (sitio donde se despeñaron miles de perros invasores e impositores de sus ideas (políticas, religiosas, filosóficas, ... ....), siempre salgo despotricando que no haya nada allí para conmemorar algo tan importante, tan épico, tan cristiano.

He estado en Normandía, y estuvimos cuatro días viendo museos, cementerios, edificios históricos de la batalla de Normandía, en Estados Unidos de cualquier escaramuza sin importancia hacen un centro histórico con museo incluido, y aquí tenemos el 800 aniversario de lo que considero la batalla más importante de la historia de Europa (o sea del mundo) y no hacemos nada.


La carga de los tres reyes

Por Arturo Pérez Reverte


Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura porque aquí no habría despelote ni mariconeo, sino gente real que por amar a su tierra luchaban a morir.

(Esta línea que dejo subrayada, y también esto que sigue más abajo, estaba agregado al envío original por el difusor anónimo, casi confundiendo lo propio con lo de Pérez Reverte. Casi. Más clima, claro, y por eso lo dejo.)


¡Ojo! ¡Importante!

Tardamos 8 SIGLOS, o sea, ¡¡800 AÑOS!! en echarles de la península, nuestra tierra! Fue por nuestra desunión, porque España la formaban distintos reinos y no uno solo. Combatíamos entre nosotros -como ahora con las 17 autonomías innecesarias- y no tuvimos un solo Rey, una sola nación, un único mando militar para expulsarles, de eso se aprovecharon durante ¡8 siglos! y ellos, los de la media luna sí que lo recuerdan, por eso se aprovechan, de nuestra actual desunión, para una segunda invasión silenciosa... bajo la permisividad de políticos de bajo perfil, acomplejados, miedosos de llamar las cosas por su nombre..., nada que ver con aquellos valerosos guerreros cristianos que combatieron y derramaron su sangre ¡para.... nada!

Ellos recuerdan nuestra desunión, la misma que tenemos ahora y que muchos políticos fomentan. Y ellos lo saben... y de paso, se frotan las manos, se ríen y se aprovechan para su segunda invasión...

Nosotros hemos olvidado la historia, pero ellos no.... mal asunto.

Durante mucho tiempo fui todo lo que pude... ahora soy todo lo que quiero.