jueves, 10 de febrero de 2005

Los he visto miles de veces, en todas partes, suspendidos en vuelo, quietos en el aire.

Tener que cruzar dos trópicos y el Ecuador para poder ver, por primera vez en mi vida, un colibrí quieto sin volar, parado en un alambre, sobre una pared a la que da la ventana de mi cuarto, con el noreste de fondo, recién salido el sol.

Un personaje, el animal. No sé por qué me dio la impresión de que aprovechaba, como actor tras bambalinas, un momento de descanso, que nadie lo veía (nadie, nadie, no...)

Como si fuera consciente de que, a la vista de todos, debe hacer lo que se espera de él, y necesariamente debe volar infatigable. No sé si eso les pasa a los colibríes (o solamente a los actores, o si alguna vez o muchas nos pasa a todos...)

Hablando de pájaros, años atrás alguna vez vi unos pájaros extravagantes en Tijuana, una tarde de invierno, una tarde fría. Más que ver, los oí. Los cantos nos rodeaban como en estereofonía, porque sonaban unos trinos de mil formas que parecían de otros tantos bichos. Y, no. Pregunté y me dijeron que era uno solo. Había salido del salón con las gentes del curso. Estábamos tomando café y chocolate caliente en un jardín entre muros, en un alto entre clases, rodeados de árboles inmóviles, el cielo limpio, helado, a la caída del sol, con las estrellas nítidas y una luna brillante.

Me dijeron que se llamaban zenzontles y me acordé del nombre, lo había leído en Darío y los oí mencionar en canciones de la Trova, por ejemplo. Creo que algo dije de ellos alguna vez. Es un caso único porque imita los cantos de otros muchos pájaros y los mezcla. Un auténtico subcreador en segundo grado...

Y están por aquí también los zanates (de hecho, xanates o chanates, más propiamente tal vez), que quiere decir algo como negros u obscuros. Tal así que, por estos rumbos, a los morochos los llaman zanates. Tienen mucho de cuervos, si vamos al caso.

Pájaros raros, grandes talmente como cuervos grandes, de cola larga, verdaderamente negros y lustrosos, pico largo, y agresivos al parecer. Comen de unos frutos de árboles que aquí llaman jacaranda, con acento grave. Y no sólo, parece que también comen pájaros más chicos, cosa que no me extraña para nada.

Tienen un canto dramático, casi grave, punzante, desgarrado, con trinos a veces, que suenan como arias de tenores rusos. Me quedo viéndolos en las plazas y en los jardines. Suelen pararse también en las ramas altas de unos árboles como ficus muy grandes y desde allí gritan y se lanzan en picada. Andan acompañados de otros pájaros que no alcanzo a distinguir (parecen zorzales a la distancia, o a mi cortedad de vista) y como no los oigo cantar, no sé describirlos bien.