jueves, 29 de febrero de 2024

Señores de la belleza

 

En una confesión conmovedora que sus discípulos encontraron entre sus papeles, Fray Mario José Petit de Murat (+ 1972) decía:

En un tiempo pensé que enseñando Filosofía del Arte atraía hacia los caminos del Señor; lo consideré un medio para preparar la conversión de las almas. La verdad es que el salto nunca llega. Se modifica alguna mala costumbre; se cambia alguna idea errónea, pero nada más. La completa entrega nunca llega. ¿Quién renació de verdad en esos caminos? (...) Mi sacerdocio ha sido profundamente ofendido. (...) Mientras alaban al hombre, hieren al sacerdote. Se tolera que lo sea, porque, al final de cuentas, enseña bien Historia del Arte. Cuando quiero pronunciar la Pasión y Resurrección de mi Señor, se me tapa la boca y los oídos se cierran: cuando enseño arte humano se me aplaude.
¡Ah, muerte y noche desolada! ¿Quién me iba a decir que me aguardaba tal esterilidad? ¡Ah, la desnudez del sacrificio levantado en medio de un pueblo ausente! (...) ¡Desdichado de mí: años estériles y resecos! Nada, Señor, ninguna cosecha para tus cielos. La gente que me recuerda, recuerda mi nombre, mi acción, mas no a Ti.
 

Ya sobre el final de sus días, unos 10 ó 12 años después, dijo en el pueblito tucumano en el que oficiaba de sacerdote:
 

Fue un acierto venir a Timbó: con razón todo lo que me rodeaba no pronunciaba otra cosa: lo único que cabía era el destierro voluntario. Todo, sin excepción, me lesionaba como hombre, como religioso, como sacerdote. Digo destierro voluntario pero se ha dado la paradoja de siempre: el destierro ha resultado un casi solemne retorno al universo de Dios y a las almas. Como al convaleciente de una grave enfermedad se me dan todas las cosas de nuevo: las estrellas tienen el tamaño que tenían en mi infancia; los follajes se elevan anhelantes y translúcidos como cuando los descubrí en mi adolescencia, y los ritmos que se multiplican y juegan en las cosas, las ramas, las nubes, las patas de los caballos, cantan la gloria de Aquel que los hizo. Todo viene a mí denso y jugoso: los patéticos telones de los crepúsculos de Tucumán "ignorados" que parecen prontos para correrse y darnos una nueva epifanía del Cristo.

Al despedirlo, un hermano suyo en religión, Fray Domingo Renaudiére, le dedicó estas palabras que hacen en parte a nuestro asunto, y que en parte le contestan al propio padre Petit:

Yo creo que el Padre sabía que él debía dejar algo.


Acaso muchos crean que muchas de sus obras han fracasado, o se han frustrado.
Pero hay una cosa más profunda en los hombres de Dios, que Tucumán todavía no conoce: pero yo se lo voy a enseñar.

Y es que hay hombres, hombres de Dios, que desean por lo que nosotros no deseamos, que quieren por lo que nosotros no queremos, que aman por nuestra falta de amor; que cumplen con una misión frente a nuestra sequedad. Para no morirnos de sed, ellos piden el agua, y claman, y la tienen en sus propios labios.

Y entonces un día, lo que ellos han deseado se cumplirá. No se cumplirá en sus vidas, porque ellos se han despojado hasta de los éxitos inmediatos, de sus deseos, o del cumplimiento de las cosas de su corazón. Los han entregado al aire de Dios; es otra cosa.

Pero un día se podrá cumplir; se verán obras; lo que hoy parece frustrado, surgirá, porque han deseado en el seno de un inmenso despojamiento.

Así son los hombres de Dios; éstos juzgan al mundo.

En estas palabras cruzadas de ambos dominicos, hay materia para nosotros.

Tiene en algo razón el padre Petit. Algo parecido decía Charles Baudelaire, nada menos, reflexionando sobre el gusto inmoderado por el arte y en cierto modo por lo bello extrínseco, en El arte romántico:

El gusto inmoderado por la forma conduce a desórdenes monstruosos nunca vistos. Absorbidas por la pasión feroz de lo bello, de lo gracioso, de lo bonito, de lo pintoresco, pues hay grados, las nociones de lo verdadero y de lo justo desaparecen. La pasión frenética por el arte es un cáncer que todo lo devora; y, como la ausencia neta de lo justo y lo verdadero en arte equivale a la ausencia del arte, he aquí que el hombre entero se hace humo.

También parecido es lo que dice Leonardo Castellani en 1931, comentando en la revista Criterio el libro Arte y Escolástica de Jacques Maritain:

El arte tiene una ventana abierta al infinito y en su mesa el resabio del paraíso terrestre; y por eso es grande y a la vez peligroso. En su casa es donde Dios y el diablo libran las más hondas batallas. Santa Catalina de Siena, prendada por el de su tiempo, lo estimó ministro de la contemplación; León Bloy, furioso por la corrupción del nuestro, lo creyó un parásito de la antigua serpiente.


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No puedo decir que encontré esto por casualidad.

Pensar (no sólo contemplar o gustar) la belleza es de cada hora y cada día. Sin mérito alguno, es porque lo merece el asunto. Sin la belleza el alma no respira bien. Y a veces ni siquiera respira, propiamente hablando. De modo que es casi un ejercicio de respiración. Del hombre entero.

Ordenando papeles (porque hay algunos interesados en esos temas y buscaba material para ellos), topé con la carpeta de charlas y escritos sobre el tema, propios y ajenos. Y, como pasa, me quedé leyéndolos. Y allí estaban estos fragmentos que dejo aquí.




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Los fragmentos que quería destacar ahora son del borrador de una conferencia de un servidor, de hace unos 12 años, como se ve allí.

Unas Reflexiones acerca del arte y la ideología.

Se menciona allí, al final, un discurso de Leopoldo Marechal: El poeta y la República de Platón.