miércoles, 21 de febrero de 2024

Sam Gamyi, los argentinos y la presa de conejo



—¿Se acuerda de aquella presa de conejo, señor Frodo? —dijo—. ¿Y de nuestro refugio abrigado en el país del Capitán Faramir, el día que vi el olifante?
—No, Sam, temo que no —dijo Frodo—. Sé que esas cosas ocurrieron, pero no puedo verlas. Ya no me queda nada, Sam: ni el sabor de la comida, ni la frescura del agua, ni el susurro del viento, ni el recuerdo de los árboles, la hierba y las flores, ni la imagen de la luna y las estrellas. Estoy desnudo en la oscuridad, Sam, y entre mis ojos y la rueda de fuego no queda ningún velo. Hasta con los ojos abiertos empiezo a verlo ahora, mientras todo lo demás se desvanece.


(El Señor de los Anillos, III. El Retorno del Rey, El Monte del Destino)
En su versión, Peter Jackson traduce así ese pasaje del libro:

—¿Se acuerda de la Comarca, señor Frodo? Será pronto primavera. Los huertos estarán todos en flor y en la avellaneda los pájaros tendrán listos sus nidos. Comenzará la siembra estival de la cebada en los bancales. La degustación de las primeras fresas con nata. El sabor de las fresas ¿lo recuerda?
—No, Sam, no recuerdo el sabor de nada, ni el arrullo del agua, ni el tacto de la hierba. Me... me... hundo en la oscuridad. Si... siento que no hay nada entre la rueda de fuego y yo. ¡Ahora le veo... con los ojos despiertos!
*   *   *

Están llegando al Monte del Destino, es casi el fin, están hasta el límite exhaustos ambos, pero más Frodo que carga el fardo insoportable del Anillo. Y que, además, carga con la mirada implacable de Sauron. La misma mirada que vigila y domina desde las "piedras que ven", los Palantírí que habían construido los Noldor, piedras peligrosas que, bajo el dominio de Sauron, atormentan a quienes acceden a ellas.

Pero miremos a Sam. Porque su tarea no es irrelevante: no podrá cargar el Anillo, pero puede cargar a su portador. Y eso hará, con fuerzas que no sabía que tenía. Con fuerzas físicas y espirituales que el Pan de los Elfos ha hecho crecer y que lo mantienen en la esperanza del fin. No piensa que podrán volver así como así. Y en todo caso piensa que no podrán volver, aun después de que la Misión fue cumplida. Pero la Misión se ha cumplido. Su Misión personal de cuidar a su amo y la misión "histórica" que le dieron a su amo, Frodo. Y eso es feliz para él.

Volvamos a mirar a Sam. Y ahora lo digo porque a muchos argentinos les conviene en estos tiempos mirar a Sam. Y mirar la presa de conejo. O las frutillas con crema de la Comarca, los pájaros entre los avellanos, la siembra de la cebada.

Todas esas cosas son reales y ciertas. Están ocurriendo en ese mismo mes de marzo en el que dos insignificantes hobbits se enfrentan al mal en el mundo y lo derrotan en una batalla épica: dos contra uno. Uno enorme, dos medianos. Y uno de ellos es Sam, el que no solamente tiene fuerzas para cargar al que carga la Carga, sino que tiene mirada para la belleza de los avellanos, para la frescura de los campos sembrados de cebada en esa primavera agridulce. Sam, que conoce lo agrio y lo dulce. Sam que en lo más agrio tiene fuerzas para saborear lo dulce, con casi la misma alegría con la que saborearía lo dulce en una Comarca pacífica, alegre, acogedora, ahora que están en el infierno menos acogedor y más hostil.

Mis estimados, aprendamos de Sam.

Los que tenemos enfrente la confusión y el mal, la injusticia y la crueldad, la hipocresía, lo inmundo y perverso, la corrupción, la mentira: miremos a Sam y aprendamos de Sam.

Mirar el Palantir es peligroso: confunde y desespera. Habrá quienes tienen que mirar la cara de lo vil, y mirarla mucho tiempo y casi todo el tiempo. Tienen esa misión, como que la tiene todo aquel que ha de batallar contra el mal en este valle de lágrimas, en su medida, a su modo, en sus cosas.

Pero también para él está la presa de conejo y el refugio abrigado. También existen. También están las frutillas, la cebada, los avellanos que cantan con el canto de los pájaros. También existen. Aunque lo que haya enfrente sea un estallido de lava y azufre, aunque esté en medio del paisaje inhóspito infectado de mal.

Está la presa de conejo y el refugio abrigado. Están las frutillas, la cebada, los avellanos que cantan con el canto de los pájaros.

Está la Belleza. Y el Bien.

Mirar el Palantir gobernado por Sauron puede desesperar y a muchos los desespera y esclaviza. Le pasó a Denethor, le pasó a Saruman, le pasó a Peregrin Tuk.

Los argentinos, en este tiempo, en medio de las laderas sulfurosas y escarpadas del Monte del Destino, debemos mirar a Sam.

Debemos ser Sam.

En acto, realmente. Ayudando a otros que cargan sus Anillos a soportar su carga. Y a quienes apenas son tocados siquiera por el reflejo de algún Palantir que los desespera y los angustia y entristece. En acto, realmente: mientras ayudamos a destruir el Anillo, recordarles las presas de conejo y los refugios abrigados, las frutillas, los campos de cebada, los avellanos en flor, el canto de los pájaros. Y no sólo recordar y hacer recordar. Mostrar y hacer ver. Y mover a que saboreen y gusten –aun en las laderas del Monte del Destino, doblados por la Carga– la Belleza y el Bien.

Como Sam.