martes, 13 de febrero de 2024

Los refugios de piedra


La piedra quedó atrás,
la piedra ahora está en su altura,
y es el sur de la piedra que canta en el viento,
y son heridas las hendijas que callan el viento de la piedra 
y silban las distancias que nos esperan.

La piedra está al acecho del cielo, 
y abre sus brazos,
inútilmente,
con sus raíces de piedra
tan hondamente hincadas en la arena,
confundidas entre las raíces infinitas de bosques a sus pies.

Inútilmente
la piedra está alzando su mirada hacia el cielo,
sorbiendo el aire, 
acunando tormentas y otras nubes,
mirando apenas, inmóvil y majestuosa, los valles en su torno.

La piedra quedó atrás, 
la piedra ahora nos recuerda en su altura.

La piedra a la intemperie del tiempo, 
como un vacío en huecos tacirtunos en sus moles agrisadas,
luciendo oquedades que la lluvia urdió, 
que el invierno labró,
que la soledad, siglo tras siglo, cubrió tan silenciosamente. 

¿Cómo pudimos estar allí sin estremecernos?
¿Estuvimos allí sin estremecernos?

¿Nos habremos estremecido 
creyendo que el temblor era la presencia de lo tan amado?

¿Verdaderamente habremos oído el viento 
que ásperamente lame la piedra en esa altura
y hablaba de nosotros?

¿Eran nuestras voces?
¿Éramos nosotros enhebrando querencias en susurros?

¿Qué vieron nuestros ojos de aquellas majestades de piedra,
qué lloraron nuestros ojos
además de la alegría de nuestros corazones,
reverberando en los ojos entornados de amor,
viéndonos sin mirarnos,  
refugiados en la altura que nos elevaba como una ofrenda?