lunes, 26 de febrero de 2024

Homenaje




Con arrebato de horda va el corcel formidable,
enredado a sus crines ruge el viento de Dios.
Sobre el bosque de hierro vibra en llamas un sable
que divide a lo lejos el firmamento en dos.

La montaña congénere donde el cóndor empluma,
sonreída de aurora despertó a ese tropel
de patria, y la simétrica marea ungió en la espuma
de un brindis gigantesco los flancos del corcel.

La tierra devorada por los cascos se abisma
en el tremendo vértigo que arrastra aquel alud.
Y el Himno natal surge del trueno con la misma
voz que estalló en clarines en los campos del Sud.

¡Tufo de potro; aroma de sangre; olor de gloria...!
La hueste bebe el triunfo cual sublime alcohol,
y la muerte despliega sobre su trayectoria,
acabada la tierra, la mar de luz del sol.

En 1910, Leopoldo Lugones publicó sus Odas seculares e incluyó estos cuartetos homenajeando a los Granaderos a caballo, y ése fue el título que les puso a sus versos. 

Las marcas de época, las notas líricas de época, están presentes. Pero el asunto no es tanto que los versos sean representativos de una estética. El asunto es si, con los instrumentos que tiene a la mano, el artífice hace o no hace una obra de arte. 

El Regimiento de Granaderos a caballo estaba de moda por esos años. Había sido restablecido hacía poco, en 1903, después de haber sido disuelto por Rivadavia durante su presidencia, en 1826. En 1908 se había establecido donde ahora está, en Palermo, después de que el gobierno hubiera comprado los terrenos y construido los cuarteles. La iniciativa fue del ministro de Guerra de Roca, Pablo Ricchieri, probablemente el primer militar definidamente "profesionalista".

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(En la foto, Granaderos en Mendoza, precisamente en 1910.)