miércoles, 14 de febrero de 2024

Soledades del río


Sembró arrullos del agua lenta,
libró la alfombra cristalina y rumorosa del valle,
un esplendor en el ramaje que se agita,
una danza de hojas, 
el requiebro sin fin de la torcaza.

¿Cuántas horas de río la soledad modela?
¿Qué arcilla de agua forma los minutos
hasta hacerlos morir junto a la noche?

Una senda de trébol,
una sombra de fresnos y de álamos, 
la inmensidad del aire:
toda una alcoba que la brisa custodia  
mientras un ángel vela la soledad del río, 
la soledad dormida del amante, 
la soledad azul de la guardia de los cipreses,
la sola soledad de la presencia, 
vivaz como un oleaje que acaricia las márgenes.

Queda un huella clara dando forma a la hierba, 
una señal teñida de tu misma figura,
el molde vegetal de tu silencio
al que vuelve mi memoria de pájaro
a beber la melodía de tu voz.

Queda la sed de río y sombra, 
la sed de la frescura y el olvido del mundo,
la sed de ser saciado de silencio.

Sitiado por las huestes de la ausencia, 
cercado por recuerdos luminosos de una tarde cualquiera, 
aún oigo la mansedumbre, compases de latidos armoniosos y claros,
un infinito ciclo que está en alguna parte
y brota como un río sin sosiego ni prisa,
y llega a mí como la revelación de la nostalgia.