En aquellas tierras la luz es salvaje
y el corazón se aquieta en las márgenes del tiempo
cuando la luz se amansa.
En aquellas lomas de oro
todos los colores se esparcen con los vientos
del sur y del oeste;
y tiñen la mirada de alegría,
y una vez ya vuela el corazón sin puerto en sus corrientes,
y otra vez ya aferran el corazón al suelo y a los cielos.
Pero hay un remedio para la tarde morada y gris:
las estrellas sobre el bosque en la noche incipiente,
y hay suave un ronquido de fieras que no vemos
que anuncian que el día ya no nos pertenece.
Y todo alrededor está el bosque que entona epitalamios
y canciones que acunan los ramajes,
susurrantes y fríos,
para abrigar nuestro paso y nuestro sueño
en esa tierra de amor y de aventura.
No estuve solo en esas soledades espesas
de alerces y de fresnos,
de abedules y cipreses infinitos;
No caminé desamparado
por esos rumbos sin veredas de árboles caídos,
por esas hondonadas de perfumes, verdes y blancas,
que al ritmo de las piedras tintinean el agua.
Pasarán días incontables.
Y un día habrá risas entre mallines, bajo un sol tibio;
y otro día habrá el dolor del mundo
escurriéndose entre las manos de los hombres;
y otro día andaremos caminos que no sabremos;
y otro día beberemos nuevos vinos antiguos
a la luz rojiza de los fuegos que arderán amables...
Pero donde sea que estemos con los años,
nosotros nunca saldremos de allí:
porque siempre seremos
los que fuimos en el bosque.