sábado, 24 de febrero de 2024

Yerba con moraleja




Hace decenios, y por un año y algo, fui a dirigir periodísticamente el único diario que tenía Catamarca por entonces. Había allí un empleado que hacía las veces de jefe de redacción y que tenía una costumbre curiosa.

En las pampas, cuando la yerba se va lavando, se "arregla" la cebadura cambiando la yerba, una parte al menos. Y se vuelve a empezar. Pero este buen muchacho norteño arrancaba a cebar con muy poca yerba y echándole poca agua, proporcional a la cebadura. Pero poca de verdad, apenas el fondo de la calabaza. Cada una o dos rondas, de mate "corto", agregaba menos de una cuchara de té. Y así seguía cebando. Al rato, otra. Y más tarde, otra; y así.

Podía estar largo rato mateando y hasta buena parte de la tarde. El sabor siempre era como de recién empezado. Siempre con el mismo procedimiento, llegaba un punto en que los agregados completaban la capacidad canónica del mate y, recién cuando eso se lavaba, ahí venía el cambio completo, pero siempre de menos a más y nunca de más a menos.

Me acordé hoy al alba de aquel joven (tocayo de un servidor, fíjese lo que le digo...), mientras armaba el mate y tomaba la primera ronda, antes de salir a buscar leña, de la que hay que hacer acopio para cuando vengan los fuegos del frío que venga. Cebé a mi modo, no al de mi tocayo.

Pero, ¡cuánto dice ese modo! Y no estoy hablando del modo de cebar mate. De cualquier otra cosa en la vida. La educación. O la quinta y las flores. O el querer saber. Hasta los amores. 

Moraleja posible: Si quiere que algo le dure, vaya despacio y no lo apure.