viernes, 1 de marzo de 2024

El buen samaritano



No sólo el amor a Dios tiene por sustancia la atención. El amor al prójimo, amor que, como sabemos, es el mismo amor, está hecho de la misma sustancia. Los desgraciados no necesitan otra cosa en este mundo que hombres capaces de prestarles atención. La capacidad de prestar atención a un desgraciado es algo muy raro, muy difícil, casi un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad, no bastan.

En la primera leyenda del Graal se dice que el Graal, piedra milagrosa que por virtud de la hostia consagrada sacia toda hambre, pertenece al primero que diga al guardián de la piedra, un rey casi paralítico por una dolorosa herida: "¿cuál es tu tormento?".

La plenitud del amor al prójimo es sencillamente ser capaz de preguntarle: "¿cuál es tu tormento?". Es saber que el desgraciado existe, no como una unidad en una colección, como un ejemplar de la categoría social rotulada "desgraciados", sino en tanto hombre, exactamente análogo a nosotros, que un día fue herido con la marca inimitable de la desgracia. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle cierta mirada.

Uno de los apuntes que apareció en estos días en mis carpetas, es en realidad el borrador de una recopilación de entradas que se publicaron en esta bitácora hace 20 años, entre fines de julio y principios de agosto de 2004. Todas se refieren al mismo asunto.

El texto que encabeza esta entrada pertenece a Simone Weil y está en un pequeño ensayo, Reflexiones sobre el buen uso de los estudios esolares para el amor de Dios. Ese texto cierra las reflexiones de un servidor en la serie que ahora dejo aquí.

Creo que podría interesarle a algunos. Tiempos son estos en los que la cuestión del amor al prójimo aparece en el eje de las meditaciones de muchos.

Principalmente, porque estamos en Cuaresma.

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Sobre el amor al prójimo y la parábola del buen samaritano.