domingo, 9 de agosto de 2020

Urakami


Hay demasiado escrito y dicho.

¿Qué podría agregar un servidor que valga la pena agregar?

Y más todavía si en el asunto hay mezcladas notas simbólicas, con las que es tan fácil patinar y desbarrancar.


Por mi parte, apenas sólo una consideración.


Fueron los Estados Unidos los que dijeron que con los bombardeos de agosto de 1945 en Japón se ahorraban vidas. Una mentira. Y perversa, además. La guerra había terminado en Europa y el propio Japón estaba virtualmente derrotado para julio de ese año y por eso negociaba su rendición, mientras trataba su supervivencia con una URSS que terminó traicionándolo. Después se hizo decir que, por lo mismo que las bombas eran bélicamente inútiles, esa brutalidad era un mensaje para la URSS de aquellos años y para el comunismo pujante por esos días. Y de paso, para cualquiera. Aun para Europa.

Si me preguntan hoy, diría que el 9 de agosto de 1945, a las 11 de la mañana, en Nagasaki, al sur de Japón, empezó – con un gesto simbólico que aterrorizó al entero planeta – una época.

Y hoy somos testigos del terror del mundo que de ese modo inauguraba ese período consagratorio de su reinado.

En Nagasaki, pese al poder del plutonio desatado, ese día murieron "sólo" unos 40.000 y unos 80 mil para fin de ese año, más las secuelas en muchos. Podrían haber sido muchos más. Dicen que la geografía evitó un número mayor de muertes. Hay algunos pocos que fueron bombardeados dos veces, porque estuvieron el 6 de agosto en Hiroshima y tres días después en Nagasaki.

Lo que llaman la zona cero de la explosión no fue la que dijeron que habían previsto, según las intenciones militares de herir a Japón en parte de su complejo industrial de guerra. Fue casi en el centro de la ciudad civil, en Urakami, a unas 4 ó 5 cuadras de la mayor catedral católica de Japón y una de las mayores del Asia oriental por aquellos años. Está dedicada a la Inmaculada Concepción y fue reconstruida casi 15 años después. Nagasaki (heredera de la fe de san Francisco Javier) era todavía en aquellos días, la mayor concentración católica del país, que durante siglos había perseguido cruelmente al cristianismo y en particular a los católicos. En las ruinas de la catedral de Urakami, el 23 de noviembre de aquel año, una misa reunió a los fieles que quedaban.

Tres años después, los EE. UU. crearon un instituto y con él programaron estudios para ver cuáles habían sido los efectos de las explosiones. Se interesaron particularmente en las embarazadas. Varias veces se ha dicho que esos programas sólo asistían a los casos estudiados, y a nadie más que lo necesitara, para no arruinar las investigaciones en casos reales que, de recibir asistencia, no habrían mostrado genuinamente los efectos. No lo sé, pero no me extraña.

En días como los de 2020, 75 años después de aquellos días, el terror (aunque le fascina hacerlo) ya no necesita destruir edificios.

Los vacía. Hace lo mismo con los hombres.

Y lo mismo ha hecho con los templos, basílicas y catedrales.