viernes, 14 de agosto de 2020

Brutos simbólicos


Uno no tiene la culpa de que haya gente bruta.

Los hay brutos por falta de luces, no tienen la culpa de ser brutos, y en ese caso bruto es hasta cariñoso.

Cuando el falto de luces simula inteligencia o conocimiento, ya no cae tan simpático. Cuando es petulante, pedante y pontifica memeces, ya no es tanto bruto como mala persona.

Y cuando la soberbia del iluminado deja ver, sobresaliendo por debajo del vestido, su brutez y torpeza, se vuelve grotesco. No que no fastidie. Pero hace gracia, bien que una gracia amarga y arenosa. Una gracia infeliz.

De habitual, en cuanto puede, uno se aparta de esas gentes. Todo lo que puede.

Hasta que gentes así insisten en venir hasta nuestra puerta.

Más abajo, mis queridos, verán una comunicación oficial hecha a las apuradas por un señor pomposo que, en una jerga inmunda y à la page, pontifica sobre el cielo y la tierra desde su sillón ministerial, bajando línea a todas las escuelas y tratando de justificar un delicioso impulso de oportunismo revolucionario de mercachifle.

Habla del día del niño y se mete en jardines que no conoce y pisotea las flores que conoce.

Habrá quien crea que es un hijo de puta, esputo del Averno, agente del Anticristo, sulfuro del Infierno, súcubo de Satanás y más y más posibles cosas.

No lo niego. No tengo modo de negarlo. Y si me apuran, no me costaría creerlo.

Pero un rato antes que todo eso, él y los como él que están a su alrededor, son brutos. Y más brutos son porque no saben que lo son.

Un discurso vomitivo y perverso: basta de Día del Niño, cambiémosle el nombre. Basta de niño o niña. Más derechos para las diversidades y bla, y bla, y bla...

Denme 45 segundos y les hago el mismo discurso y mucho peor, si cuadra. Se consigue uno el vademecum progre y le sale con los ojos cerrados.

Basta.

A qué hacerles la crítica. ¿Qué tengo que ponerme a hacer lo que ya hay quien lo haga?

Hay batallones de voces que, si lo descubren, ya se harán el festín del caso, sesuda, piadosa, pomposa, irónica o hasta estúpidamente, que tiene que haber de to'....


Una sola cosa diré que es lo que me interesa decir al respecto.


Los símbolos, mis cuates: los símbolos.

Como un alarde atrevido, inaugural, fundacional, los hijos de la Neolengua (que se creen sus padres), proponen (¿pro? no, im...) renombrar el socorrido Día del Niño (que no interesa una puta mierda, déjenme que les diga...) y llamarlo Día de las Infancias.

Los símbolos, mis cumpas: los símbolos.

No hace mucho me referí en otra parte a una española y pseudoculta conferencia abominable sobre la naturaleza del cristianismo que me habían hecho oír, diciéndome que era excelente, en la que un gurú hablaba de lo que no entendía, con palabras que no sabía lo que querían decir (y fue claro para mí que quien la oyó para recomendarla, tampoco...). Y me volvió a las mientes el episodio otra vez porque los casos se parecen en el derroche brutal de brutez.

Las razones para el cambio de nombre del Día del Niño pueden leerlas abajo, si quieren. O en este reportaje hecho a propósito.

El asunto ahora es el neonombre: Día de las Infancias.

¿Así que esto es para ampliar derechos? ¿Y niño no alcanza y no sirve y hace mal? ¿Así que la etimología de niño es pobre porque es vertical y trata a los sujetos como menores, sojuzgados dependientes, despreciables, exclusos, como cuando se dice chico y otras de ésas? ¿Así que se necesita una palabra que abandere los derechos, visibilice las diversidades, impulse la lucha y tal, y tal...?

Ajá...

¿Una palabra que le dé voz al colectivo diverso que son y que no puede permanecer mudo y pasivo y tiene que asumir su lucha continua frente a las discriminaciones y a los adultos?

Ajá...

Hmmm...

¿Y la palabra infancia, qué tal...? ¿Y la etimología de la redentora palabra infancia?

Porque significa que no habla, que no puede hablar.

Así que el primer homenaje es llamarlos al silencio, es darles el nombre del silencio. Y recordárselos de ahora en más. Súbditos que deben callar porque son del silencio y que deben agradecer que les concedan la oportunidad y el privilegio de dejar de ser niños, para poder llegar al estadio luminoso de ser mudos.

Será para que reciban esta condena como quien recibe un sofisticado regalo "liberador".

Será un ejemplo más de aquello de que toda revolución se devora a sus hijos.

Todo un símbolo. Y no advertir los símbolos también es todo un símbolo.

Un nombre es un destino, zopencos. ¿No saben eso? ¿Y quieren terciar en la batalla cultural?


Mire que hay que ser bruto.


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