lunes, 24 de agosto de 2020

Belleza y sacrificio


Cuando una mujer me parece bella no tengo nada que decir. La veo sonreír, eso es todo. Los intelectuales desmontan el rostro para explicarlo en función de los fragmentos, pero entonces ya no ven la sonrisa.

Conocer no es desmontar ni explicar. Es acceder a la visión. Mas para ver conviene antes participar. Duro aprendizaje...
(Piloto de guerra, VI)
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Sin embargo, mi civilización había invertido una energía y un genio considerables para salvar ese culto de un Príncipe contemplando a través de los individuos, así como la excelsa cualidad de las relaciones humanas que fundaba ese culto. Todos los esfuerzos del “Humanismo” sólo han tendido a ese fin. El Humanismo se ha dado por misión exclusiva el aclarar y perpetuar la primacía del Hombre sobre el individuo. El Humanismo ha predicado el Hombre.

Pero cuando se trata de hablar del Hombre, el lenguaje se torna incómodo. El Hombre se distingue de los hombres. Así como no decimos nada esencial acerca de la catedral si nos limitamos a hablar de las piedras, así tampoco decimos nada esencial acerca del Hombre si tratamos de definirlo exclusivamente por las cualidades del hombre. El Humanismo trabajó así en una dirección que estaba obstruida de antemano, intentó captar la noción de Hombre por medio de una argumentación lógica y moral, para transportarla luego a las conciencias.

No hay explicación verbal que reemplace nunca a la contemplación. La unidad del Ser no se puede trasponer en palabras. Si deseara enseñar a los hombres cuya civilización lo ignorara, el amor de una patria o de un dominio, no dispondría de ningún argumento para convencerlos. Son los campos, los pastos y el ganado las cosas que componen un dominio. Cada uno, y todos en conjunto, tienen la función de enriquecer. Sin embargo, hay en el dominio algo que escapa al análisis de los materiales, puesto que hay propietarios que, por amor a su dominio, se arruinarían para salvarlo.

Por el contrario, ese “algo” es el que ennoblece los materiales con una cualidad particular. El ganado, las praderas, los campos, se convierten en ganado, en praderas y en campos de un dominio...

Del mismo modo el hombre se convierte en hombre de una patria, de un oficio, de una civilización, de una religión. Pero para apelar a tales seres conviene, ante todo, fundarlos en sí mismos. Y allí donde no existe el sentimiento de la patria no hay lenguaje que pueda transportarlo. Únicamente mediante actos se funda en sí mismo el Ser al que se apela.

Un Ser no pertenece al reino del lenguaje, sino al de los actos. Nuestro Humanismo ha descuidado los actos, ha fracasado en su intento.

El acto esencial recibe aquí un nombre: sacrificio.

Sacrificio no significa amputación ni penitencia. Es esencialmente un acto, es un don de sí mismo al Ser al que pretendemos apelar. Sólo comprenderá lo que es un dominio aquel que le haya sacrificado una parte de sí mismo, aquel que haya luchado para salvarlo, y penado por embellecerlo. Entonces vendrá a él el amor del dominio. Un dominio no es la suma de intereses —ahí está el error—, un dominio es la suma de dones.

En tanto mi civilización se apoye en Dios, habrá salvado esa noción del sacrificio que fundaba a Dios en el corazón del hombre. El Humanismo descuidó el papel esencial del sacrificio; pretendió transportar al Hombre mediante palabras, no mediante actos.
(Piloto de guerra, XXVII)

 

Estoy dándole vueltas a estos fragmentos de Antoine de Saint-Exupéry.