lunes, 20 de diciembre de 2004

Es difícil saber cómo se deciden ciertas publicaciones.

Si uno se guiara por lo que dicen las contratapas y solapas, parecería que no han leído lo que publican. O que se escamotean los motivos para publicarlo, escamoteando aquello de lo que tratan realmente. Tal vez el nombre del autor les basta. Si uno se pone conspirativo, tal vez se trata de un astuto ejercicio de penetración cultural. Quién sabe.

En la solapa de la edición Noguer de El Interrogatorio de Vladimir Volkoff dice:
El interrogatorio es, sin duda, una gran novela. La relación que Volkoff establece entre el interrogador y el interrogado alcanza en esta obra sus cotas más altas: a través de ella los personajes llegarán a conocer sus propios límites e incluso a sobrepasarlos. Las diversas situaciones que crea Volkoff en El interrogatorio adquieren un notable interés y hacen que la trama supere la estructura tradicional narrativa.
Que es lo mismo que no decir nada y aun peor no decir lo más importante. Sería como poner en la solapa del evangelio de San Lucas: "El relato de la relación entre un notable maestro y sus discípulos". O en el de San Juan: "La mirada retrospectiva y lírica de un anciano que recuerda su admiración juvenil por quien era su arquetipo".

Me parece que, en todo caso, a su modo y desde su perspectiva, Volkoff juzga a los antagonistas de la Segunda Guerra, y en ella a la entera historia del siglo XX.

Así como, a través del emblema de un caso particular, juzga a Europa, a Estados Unidos y su estilo de vida y su modo de ver el mundo, a Alemania, a Nüremberg, a Rusia, a la modernidad, al modo mismo de hacer la guerra, a la democracia, a los estilos culturales modernos y tradicionales, a los motivos para derrotar a los nazis, a los nazis, y hasta al catolicismo y al protestantismo, si nos ponemos precisos.

En una inversión de la mirada (al estilo de las páginas de C. S. Lewis en las Cartas de un diablo a su sobrino, sin la demoledora eficacia del irlandés), en una impostación, en un ejercicio bien difícil, Volkoff impersona al juez militar estadounidense que debe juzgar a un solo prisionero alemán acusado de una masacre en Rusia. Para obligar al lector a seguirle los pasos hasta zonas más misteriosas y complejas, Volkoff hace que el prisionero alemán y su esposa sean católicos no sólo de nombre.

El texto tiene como excusa relatar lo que el narrador en primera persona considera "su mejor caso", tras una vida de éxitos profesionales. El relato llega imprudentemente a manos de su adorada nieta.

La breve novela (150 páginas) termina así con una larga carta (20 páginas) del juez norteamericano que, ya viejo, debe justificarse frente a ella, escandalizada -según su visión de la vida y del mundo, de los atropellos y de la guerra- por el desempeño del interrogador, su abuelo.

No siempre estoy cómodo con las tesis de Volkoff respecto de la historia, pero es un autor que merece, por su inusual calidad y profundidad, mejores comentarios que recomendarnos su habilidad para los ejercicios técnicos o reducir el tema a la mera descripción psicológica de los efectos personales del interrogatorio en el interrogado y el interrogador.