lunes, 13 de diciembre de 2004

Conocí en estos días una historia. Un sucedido, de esos que parecería que entran a la anécdota ya con algo de leyenda incorporada. Y que pueden volverse un cuento incluso antes de llegar a ser crónica. Con madera de mito, diría. Como si hubieran nacido más para emblema que para hecho real.

Cuando eso pasa, cuando las cosas nacen así de literarias, plantadas en plena vida -y aun con la fuerza de lo realmente vital-, es cuando frecuentemente va alguien y le dice a uno que es una buena historia para escribir un cuento, una novela, un libro.

En primer lugar, hay algo de natural en esa pretensión de ver retratado lo real. Pero no sé por qué haya quienes prefieran la foto del bosque al bosque o que piensen en una foto cuando ven un bosque. Por qué lloran en las películas y no lloran cuando alguien les cuenta una vida real.

Claro que, ya puestos a trasladar la vida al papel, tampoco sé por qué a casi nadie se le ocurre un poema. Algo en verso, algo lírico. Con la terrible potencia de sugestión que puede dar la poesía, con la sugerencia dramática con la que es capaz de acercarnos a las cosas tal y como han sido o son, con el halo hasta inquietante con que puede recubrir y develar un hecho, algo que, creo, solamente la poesía lírica sabe velar y exhibir a la vez.

Por supuesto, no lo digo necesariamente de estos versos, en particular, sino de la lírica en substancia.

I


El verano pasa
y el otoño llega.
La sierra florece
y el campo verdea.

Y todas las tardes
sale a caminar.

Anochece claro,
las sombras se agrisan,
la torcaz arrulla
y los teros gritan.

Y sola se pierde,
feliz de llorar.

Un zorzal se queja
y un sauce que gime
tristezas de arroyo,
de silencio y sal.

Camina y el surco
la lleva hasta el mar


II

Mira que las nubes
dibujan tus señas,
tintos de ciruelo
tus ojos sin par.

Mira que mis manos
desgranan espigas
que llenan el aire
de sol y de pan.

Mira que no oigo
tus pasos de dueño,
tu voz de tormenta,
la lluvia al cantar...

Dime, mientras ando,
háblame enseguida,
porque voy perdida
por playas sin mar:

Amor de mi vida,
¿me puedo casar?


III


Detrás de la sierra
ya llega el invierno,
y las sombras crecen
y tirita el fresno.

Las sendas sin huellas
resecas están.

Un velo de novia
como bruma tibia
le cubre el silencio,
también la sonrisa.

Y va por la nave
camino al altar.

Un badajo canta,
una voz que vibra,
lágrimas sin duelo
la novia suspira.

Las manos apenas
si pueden rezar.


IV

Mira que mis labios
tiemblan como arroyos
bajo el sauce suave
de tus ojos bellos.

Mira que mi talle
como caña leve
cimbra con la brisa
de tus ojos bellos.

Mira que azahares
perfuman la noche
y son como el aire
de tus ojos bellos

Dime si mis labios,
dime si mi talle,
dime si mis noches
te puedo robar:

Amor de mi vida
¿me puedo casar?



V

Ya pasa el invierno,
ya el campo verdea,
la sierra florece
y ya ruge el mar.

Silencio en el alba
que camina sola
por las huellas secas
bajo un cielo en paz.

Silencio de arena
del mar ronco y grave,
borgoña en silencio
la tarde se va.

Silencio en las noches
bajo las estrellas
con pan en silencio
y silencio en paz.