lunes, 20 de abril de 2020

María Magdalena, conjetural (II)




Como ya se dijo, lo que sigue a partir de aquí son consideraciones y, en cierto sentido, conjeturas. Tal vez alguna aplicación de principios tipológicos, lo cual supondrá alguna interpretación de lo que se entiende al leer los Evangelios.

Si tengo que repetir que no soy erudito, ni teólogo, ni exégeta, la cosa no tiene gracia, por redundante. Como fuere, eso significa que no haré cuestión de las investigaciones de la crítica textual que, per caso, basculan respecto de la autoría de san Juan para el episodio de la mujer adúltera, bien que son  admitidas su canonicidad, inspiración divina y hasta su verdad histórica. Tampoco respecto de las mismas quisicosas de la concordancia en los 4 Evangelios respecto de todos los episodios que ahora interesan, noticia de lo cual tengo como aficionado a la lectura de esas materias. Alguna cosa lateral habrá que decir más adelante con respecto a este punto.

Por eso.

Una cuestión en cierto sentido abierta, porque no se han resuelto enteramente las dificultades que plantea (y que, insisto, no son en modo alguno de mi jurisdicción), creo que admite una prudente conjetura. Y espero que lo que va a seguir a partir de ahora lo sea.


La cuestión que importa es si María Magdalena es todas las mujeres que he resumido antes y en particular la mujer adúltera y María de Betania.

La cuestión de si María Magdalena es compatible con una pecadora pública (y el adulterio puede serlo, sin necesidad de llegar a la prostitución, pero aun en ese caso), no me parece que sea relevante, en el sentido en que se ha considerado este asunto en los últimos años. Tampoco me parece que justifique ningún escándalo, en el caso de que la mujer hubiera sido cualquiera de ambas cosas.

Sin embargo, con todo y eso, esta cuestión me parece que pide un capítulo, que es lo que sigue, antes de ir a la cuestión que importa.


Es el caso que esto, precisamente, figura como una de las acusaciones que los doctores, escribas y fariseos tenían contra Jesús: se junta, come y anda con publicanos, prostitutas y pecadores. Es también la sorna de Simón el fariseo, en la primera aparición de una mujer que, en Galilea, llora a sus pies y vierte perfume sobre ellos: si de veras fuera profeta, sabría quién le está tocando, porque es una pecadora. Y es también el confronto de Jesús con la turba de lapidadores, en el caso de la mujer adúltera, por poner sólo tres ejemplos.

Sin ir muy lejos, asistí a una misa clandestina el Domingo de Pascua y el sacerdote puso un énfasis reiterado en que de ningún modo debía pensarse que María Magdalena había sido una prostituta, ni nada por el estilo.

Sin embargo, no es tan complicado. Basta con entender que los vicios no canonizan a nadie. Y Jesús tampoco lo hizo, porque no canonizó viciosos en tanto que viciosos. Sí en tanto que arrepentidos de corazón, como Dimas, o humillados por amor a quien le perdonó sus pecados (o lo curó de algún mal, que es la figura de la máxima curación, la del alma), y en particular a aquellos más amantes cuanto mayores fueron sus pecados perdonados. Si de los Evangelios no extraemos esa conclusión, es probable que no estemos leyendo bien.

Algo más. Los pecadores son la figura misma del hombre. Todos somos pecadores, siquiera por el pecado original que, no por ser recibido, afea menos el rostro que Dios ve en su creatura. Lo he dicho en alguna otra ocasión: para Jesús somos leprosos, ciegos, sordos, mudos, endemoniados, paralíticos, prostitutas, avaros, adúlteros, injustos, crueles, infieles. Pecadores en suma, porque todas esas linduras no son sino deformaciones del modelo original humano, afeado como dije por los males del cuerpo o del alma. Y el pecado antes que todo. Y es eso mismo lo que movió el corazón del Padre y por eso envió a su Hijo al rescate. Para restaurar al hombre y volverlo nuevamente imagen y semejanza divina, tal como lo concibió en el origen. Pero ahora mejorado, porque el valor del rescate es infinito.

Los santos que fueron pecadores -exepción hecha de Nuestra Madre, la Virgen María, que es Santísima y sin pecado- son, ni más ni menos, todos. Y algunos fueron grandes pecadores y terribles pecadores. No solamente respecto de la carne, que, llegado el caso, no es el mayor pecado per se.

Es verdad también que la figura del Amado y la Amada, así como la contrafigura del adúltero e infiel, campean por todas las Escrituras, de principio a fin. Y eso es por algo.

Dios tiene por nombre el celoso, repite el autor inspirado en el libro del Éxodo, en el Deuteronomio, en Reyes, Josué, Nahum, Ezequiel y hasta en san Pablo a los Corintios, por decir algunos lugares. Y con cada hombre Dios pretende un desposorio feliz, monógamo, exclusivo y excluyente. No acepta idolatrías porque es celoso y no acepta coqueteos, prostituciones o adulterios con otros dioses o cosas y personas endiosadas, porque es celoso.

De donde es fácil entender que la figura del adulterio tiene una significación especial, que sobrepasa en mucho el canon y que, a su vez, le da un sentido más terrible al propio canon.

Si María Magdalena es la mujer adúltera arrepentida, en este sentido en que lo estoy diciendo no sería más que el emblema y epítome del hombre caído que ha de ser eficazmente redimido si se arrepiente, y que está destinado a ese desposorio espiritual y completo de cada hombre con Dios, su creador. Y si eso es lo que ocurrió con ella, ¿dónde está el problema? Si no se toma como una irreverencia, diría aquí las mismas palabras de Jesús ante la mujer adúltera: Mujer, ¿dónde están los que te acusan?

De modo que no entiendo el escándalo. Y no entiendo en qué sentido importante eso sería un desdoro para la privilegiada de la Resurrección, si ella fue la misma mujer adúltera o aun si hubiera sido prostituta.

A mi entender es exactamente lo opuesto: un galardón. Por lo que no entiendo con qué criterio se busca adecentar el legajo de María Magdalena, para ponerla lejos del pecado público y dejarla con la única línea inocultable (y que no sé si no es más grave), como se ha visto, de que Jesús expulsó de ella siete demonios, signifique esto lo que significare, que tampoco en la interpretación de esas palabras hay acuerdo entre los sabios.

Creo que no significa de la misma manera la distinción de ser la testigo primera de la Resurrección y la apóstola de los apóstoles, con o sin ese antecedente. Y creo que esa distinción resulta más notable con ese antecedente que sin él. O al menos, obliga a contemplar con mayor cuidado y acuidad los misterios de los actos divinos.

En la segunda unción, en casa ahora de Simón el leproso y en Betania, como también se ha visto, Jesús dice aquellas palabras impresionantes sobre esa mujer que, en unos pocos minutos, ha gastado, en su homenaje y con carísimos nardo y alabastro, el sueldo que un obrero podría ganar en un año.

Tengo que repetirlas ahora (en las dos versiones evangélicas de san Mateo y san Marcos), y no será la última vez:
Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya. (Mt, 26, 12-13)

Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya. (Mc. 14, 8-9)

Nos dicen que este episodio ocurrió seis días antes de la pasión. La unión que Jesús establece entre esta mujer -que presumimos por su mismo homenaje ser una muy pecadora muy arrepentida y muy perdonada- y lo que vendrá inmediatamente unos días después, debería ser, a mi juicio, una alerta. Por crípticos que pudieran resultar el episodio y esas palabras, no lo son tanto, si se ven con cierta atención.

Pecadora arrepentida, unción del Cuerpo de Nuestro Señor para su sepultura tras la Pasión y Crucifixión, y memoria perenne de esta mujer, son tres notas (y tres puntos de honor) que bien pueden aplicarse a María Magdalena, sin hacer esfuerzos estrambóticos de hermenéutica. Y todo ello, lejos de abajarla, la ensalza.

Si eso es un obstáculo para la fe de un creyente, tal vez debería revisar su fe. Los Evangelios dan testimonio continuo y consistente respecto de la relación que Jesús tiene con los hombres a los que ha venido a redimir. Vino a traer fuego y quiere que arda y cuando lo ve arder se complace de un modo absoluto, como quien ve ante sus ojos caerse las costras de un chancroso muy amado y ve aparecer por debajo de las laceraciones purulentas una piel prístina y saludable.

Es la oveja perdida la más amada y buscada, es el hijo pródigo el que se beneficia con el ternero cebado. Es el publicano el que sale justificado por su humildad. Es el único de los 10 leprosos que volvió sobre sus pasos para agradecer su curación. Y así.

En la primera unción, en casa de Simón el fariseo, está este discurso de Jesús en respuesta a los pensamientos y comentarios del huésped fariseo:
"Simón, tengo algo que decirte." Él dijo: "Di, maestro." "Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?" Respondió Simón: "Supongo que aquel a quien perdonó más." Él le dijo: "Has juzgado bien", y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra." Y le dijo a ella: "Tus pecados quedan perdonados." Los comensales empezaron a decirse para sí: "¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?" Pero él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado. Vete en paz". (Lc. 7, 40-50)
Ya han advertido muchos, Castellani entre ellos, que la expresión se entiende derechamente cuando se entiende que el amor subido es el signo del perdón magno. Y no que el perdón se concede al que "amó" mucho. Y esto queda más claro si hiciera falta con la segunda sentencia del Maestro: A quien poco se le perdona, poco amor muestra.

Por otra parte, hay que notar, como ya se ha visto, que en los dos episodios de las respectivas unciones, Jesús hace lo mismo: exalta y pone de ejemplo a la mujer allí presente, respecto de lo que es el amor del que ha sido grandemente perdonado.

Nuestro entendimiento del amor divino -y del amor a secas, no me apuren...-, probablemente es escaso y deforme. Tal vez sea eso lo que extravía tantas veces nuestro juicio.

No solamente en el caso de los que no conciben ese amor sino como una mera relación conyugal y sexual, como la que Cristo no tuvo con la apóstola de los apóstoles.

Sin llegar a esas fiebres embarradas de la imaginación, para los mortales comunes la verdad a no olvidar es lo que dice el apóstol cuando nos recuerda lo que ya habían dicho los profetas:
"Pero como está escrito: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni ha entrado en el corazón del hombre, las cosas que Dios ha preparado para aquellos que lo aman." (1Cor. 2, 9)

Ser el primer testigo de la Resurrección, no es el premio final, y eso es claro.

Pero me parece que bien vale como un glorioso anticipo, como regalo y correspondencia a quien mucho amó porque mucho le fue perdonado.