domingo, 26 de abril de 2020

María Magdalena, conjetural (final)




La conjetura, finalmente, supone algo antes.

Tengo cierto respeto por la crítica textual, por las precisiones lingüísticas y filológicas, por las investigaciones arqueológicas y demás disciplinas que en ocasiones desbrozan un texto y allanan terrones, que podrían ser una dificultad raramente salvable de otro modo. Y digo cierto y no completo, porque no pocas veces la elefantiasis y cierta prepotencia de esas materias aplasta el sentido, que al final -y al principio- es lo que cuenta.

No digo que sea un ejemplo real, pero... Si me doy de buenas a primeras con un trabajo que lleve por título "Valores difusos del alfa privativa en II Reyes, versión Septuaginta", inmediatamente si tengo algún apetito por la exégesis, allí mismo tiende a cero. Será útil, pero lo es en algún sentido que me es completamente ajeno.

Las palabras, su historia, su vida diacrónica, son apasionantes. Como hecho, como simple factum, simple caso ocurrido. Pero mucho más por lo que conlleva ese diacronismo, y por el lugar adonde ese diacronismo nos conduce, hacia el origen y hacia la consumación en lo nombrado. Sólo es el sentido el alma de una palabra. Una disección o vivisección exhaustiva del cuerpo de una palabra, del sonido de una voz, es un rodeo furioso de las murallas de Jericó, pero sin la intención de demolerlas  para ingresar a la ciudad. Sólo para probar cuántas veces hay que rodearlas para verlas caer. La demolición de las murallas, mientras tanto, ocurre igual, claro que ahora sin sentido, es decir, sin la finalidad de pasar a través de ellas para ingresar al corazón vital que esas murallas protegen: el significado.

Pero hay algo más y que sí importa de veras. Mi poco valiosa experiencia en estos terrenos, me alcanza para decir (no sin temor y temblor) que siempre que se ha encontrado una dificultad importante en los relatos de las Sagradas Escrituras, algo difíl de explicar fácilmente, alguna aparente inconsistencia, hay detrás un llamado de atención que pide detenerse y mirar dos veces, antes de concluir con solemnidad erudita un dictamen de interpolación, contaminación del texto, re-redacción, manuscritos perdidos, manuscritos intercalados. Y eso en el mejor de los casos. Cuando no se lo trata como datos de rondón de apócrifos de la gnosis o de alguna secta paleocristiana o cosas por el estilo.

En fin. Sabios tienen estas materias. No me meto con ellos.

Pero un servidor se atiene a lo suyo. Y a eso voy.


Tenemos ante nosotros al menos cinco apariciones de mujeres.

En varias de esas apariciones se repite un patrón, al menos uno y más bien dos, diría.

Abrazar los pies, besarlos, lavar y enjugar las lágrimas con sus cabellos. Los pies, en suma.

Ungir. Ungir la cabeza, perfumar los pies. Y también el cuerpo de Jesús muerto. Perfumes, ungüentos preciosos, en suma.

A mi entender, acierta Castellani cuando, por sobre las idas y vueltas del texto, destaca los gestos de estas mujeres, como señal definitoria de identidad.

Por otra parte, la iconografía de María Magdalena de habitual la representa a los pies del Maestro, en distintas circunstancias. Principalmente a los pies del Resucitado. Y también con un icónico recipiente con ünguentos o perfume.

Pero si ella tuvo el gesto, no fue sólo ella. La mujer adúltera, la pecadora pública de la casa de Simón el fariseo, la de la casa de Simón el leproso, María de Betania misma.

En ocasión de la Resurrección, está también el difícil μὴ μoυ ἅπτoυ (con María Magdalena echada a los pies del Señor), No me toques, que traducen habitualmente, y que entiendo que es otro punto en el que otra vez Castellani acierta a corregir, cuando explica el significado de ese ἅπτoυ, una acción continuada que debe cesar ahora, pues habrá tiempo "después".

Como fuere, aquí lo que importa en primer lugar son los dos patrones de identidad: los pies y los perfumes.

Las interpretaciones posteriores de estos episodios, en particular las de algunos denominados gnósticos, les asignan casi invariablemente un significado a veces conspirativo, a veces carnal, incluyendo en esto último la interpretación sexual de algunos de estos gestos, bien que mayormente lo hacen en el marco de un supuesto matrimonio entre Jesús y la mujer, particularmente María Magdalena, a la que a su vez asocian con María de Betania. Y conspirativo porque fabulan rencillas políticas entre los discípulos, envidias y celos que movieron a pujas de poder y conflictos de prevalencias, y que habrían "ganado" los varones, postergando hasta la mención misma de las mujeres significativas en episodios importantes, postergando en esa influencia especialmente a la misma María Magdalena, a la que algunos postulan como esposa de Jesús.

Aparte de que la fábula en cuanto tal es más periodística que teológica, no me interesa el asunto ahora, porque simplemente distrae y no agrega ninguna nota fundamental, a como lo veo. El matrimonio, está claro, es de institución divina. Nada malo hay en él como para evitarlo. Pero no se trata de denigrarlo sino de ponerlo en una escala en la que no ocupa el lugar más alto de la perfección espiritual individual, a la que están llamados algunos particularmente en este valle. Y Jesús el primero de entre los hombres, emblemática y arquetípicamente. Basta con repetir que el matrimonio es el signo exterior e inmediato para nosotros los hombres de algo que está por encima, como es el amor de Cristo por la Iglesia, por ejemplo, o aun el desposorio con Dios, al que está llamada toda alma.


Volvamos entonces a las mujeres de este asunto.

Ocurre con ellas, con las cinco que aparecen en los episodios que estoy viendo, algo que no ocurre con otras apariciones de mujeres en los relatos evangélicos. Porque son los Evangelios los que las colocan en lugares y situaciones que se destacan y que inevitablemente mueven a fijarse en ellas. Aun cuando no podamos resolver enteramente las diferencias entre cada relato de cada evangelista, o cuando no coincidan exactamente las menciones en distintos episodios. Y tal vez, como dije más arriba, ése es un motivo para prestar atención a gestos iguales y caracaterísticos de mujeres mencionadas en diversos momentos con características similares. Tal vez, la más elemental exégesis signifique advertir esto y buscarle el nudo a la cuestión.

Muchos han notado, por otra parte, que la identificación principal es la de María Magdalena con María de Betania y no tanto la de María Magdalena con las mujeres que aparecen como pecadoras públicas, explícita o implícitamente a estar por las lágrimas, el llanto a los pies abrazados de Jesús y sus unción con perfumes.

En ese sentido, hay que notar que no hay en los Evangelios mención conjunta alguna de dos de las Marías fundamentales en los relatos que estamos viendo. Nuestra Señora, la María epónima, sí aparece junto a María Magdalena, pero ésta no aparece nunca junto a María de Betania. Es claro, por otra parte, que de la de Betania se dicen cosas muy subidas con respecto al lugar que ocupa junto a Jesús. San Juan, por otra parte, y como ya vimos, la menciona en el episodio de la comida en Betania, seis días antes de la Pascua. Ante la queja de Judas por el gasto que él proponía usar "mejor", Jesús le dijo: Déjala, para que lo guarde para el día de mi sepultura (ἄφες αὐτήν, ἵνα εἰς τὴν ἡμέραν τοῦ ἐνταφιασμοῦ μου τηρήσῃ αὐτό, dice el texto griego).

Apenas un poco antes, en el capítulo 11, 2, el mismo san Juan dice, en el episodio de la muerte de Lázaro, que su hermana María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos, y se refiere con ello a un episodio bien anterior, más de dos años atrás, cuando el banquete en casa de Simón el fariseo, esta vez en Galilea.

Déjala, para que lo guarde para el día de mi sepultura. Palabras similares a las de Jesús respecto de María, bastante después y ahora en la comida de Betania, son las que cité dos veces ya, relatadas por san Mateo y san Marcos, aunque ellos no se refieren sino a "una mujer", y que vuelvo a mencionar:
Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya. (Mt, 26, 12-13)

Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya. (Mc. 14, 8-9)

Ahora bien, parece difícil negar que esto mismo es lo que hará María Magdalena ante la muerte de Jesús, incluso en un segundo momento cuando va al sepulcro de madrugada con ungüentos para el cuerpo del Maestro. Y entonces, parece nítido que la mujer (María de Betania, para san Juan) que se echó a sus pies y los perfumó 6 días antes de la Pascua, es la misma que repitió los gestos predichos por Jesús, seis días después de la comida en Betania. Y sabemos que esa mujer que guardó ünguentos para llevarlos al cuerpo de su Maestro fue inequívocamente María Magdalena.

Sin embargo, hay un asunto más, que no he visto mencionado en los textos que conozco.

Es a propósito de la cuestión de María Magdalena como testigo privilegiado de la Resurrección.

En el mismo paralelismo que expresé apenas arriba, hay otros dos hechos que creo que deberían considerarse también paralelos.

El episodio de Lázaro tiene en el relato del Evangelio de san Juan una particularidad. Jesús no revive a Lázaro hasta que María no esté presente. De modo que la manda a llamar, porque no salió a recibirlo como su hermana Marta hizo inmediatamente saber que Jesús había llegado.

Tenemos aquí una María testigo de una "resurrección". Pronto, apenas unos casi seis meses después, tendremos otra María, ahora testigo de la Resurrección de Jesús.

Estos pasajes creo que pueden verse en paralelo, tanto como la María de Betania de los perfumes que se ha anticipado a embalsamar el cuerpo de Jesús, tiene su paralelo en la María Magdalena que lleva los ünguentos para el cuerpo de Jesús muerto.

Una "resurrección" y la Resurrección. Un mismo testigo en ambos, y ambos testigos queridos por Jesús: una María.

¿Por qué no son ellas la misma María?

Y no parece haber razón ni teológica ni tipológica que lo impida.

Al contrario. Porque, a mi criterio, ése es el modo propio de la Revelación en todas las Sagradas Escrituras y es el modo frecuente que Jesús ha empleado para decir las cosas a los hombres.

Esta María ha recibido un trato preferencial, sin duda. La explicación que busquemos y que creamos se adecua a esa preferencia, nos califica a nosotros más que al propio Jesús.

No es el único caso. Abel, Abraham, Israel mismo, san José y tantos otros ejemplos tenemos de preferencias y elecciones cuyo motivo último se escapa a nuestra mirada, que acaso vislumbra algo -no sin la Fe, por cierto-, pero todavía muy borrosamente. Aquí, en este valle, claro.

También en el caso de María (todas esas mujeres que hemos visto, comprendidas como una sola), la razón completa de esa preferencia la sabremos en la Patria, Dios primero.






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Las partes que completan esta entrada:

María Magdalena, conjetural (I)
María Magdalena, conjetural (II)