viernes, 17 de abril de 2020

María Magdalena, conjetural (I)




No tengo cómo hacer de esto una exposición de erudito. No lo soy, ni lo quiero ser.

De modo que apenas diré que estoy someramente al tanto de las cuestiones que se discuten acerca de María Magdalena, desde hace milenios. Ciertamente que las más fantasiosas interesan menos. Ciertamente que las escabrosas interesan nada: con un papel y un lápiz se puede escribir cualquier cosa, ahora y hace dos mil años.

Como es sabido, el nudo -del que sin duda María de Magdala es el hilo mayor- es si las mujeres con su nombre o que sin nombre aparecen en determinadas circunstancias en los Evangelios, son la misma mujer y más precisamente si todas ellas son María Magdalena. Hay que tener en cuenta que su nombre es María y Magdalena nombra la ciudad en que vivió, y que hay varias Marías en los Evangelios. De las que se trata es de la mujer adúltera, María de Betania y María Magdalena.

No es una cuestión cerrada, a como lo veo.

Tuvo un punto "oficialmente" importante, como de inicio, en aquel sermón de la Pascua de 591 del papa Gregorio Magno, que dejó sentada la identificación de todas esas 3 mujeres en una. Pasaron siglos y desde Pablo VI -específicamente, por su acción en 1969- al presente, se ha inclinado la cuestión en occidente por la distinción de todas ellas, poniendo a María Magdalena aparte y reservando para ella principalmente el episodio de la Crucifixión y el de la Resurrección y dejando de lado cualquier alusión a pecados de la carne, adulterios o la identificación con María de Betania.

El indicio de esta nueva política fue retirar del santoral el adjetivo penitente que acompañaba su nombre y cambiar las referencias que se hacían en tal sentido en las oraciones y lecturas de la misa que tenía dedicada, para su fiesta del 22 de julio.

El temperamento de la Iglesia a lo largo de más de un milenio y medio, y tal vez más, había sido distinto. La tradición unía a las Marías que pudieran referirse a ella, así como a pecadoras públicas anónimas, la que estuvo a punto de ser lapidada o la que se arroja a sus pies y unge la cabeza del Señor, presumiblemente en alabanza, acción de gracias, y en cierto modo reparación de humillación, por el perdón obtenido; así como María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta.

Un artículo sobre la cuestión publicado en julio de 1974 por el P. Castellani en Mayoría, se decide por la identificación. Comenta allí -y contesta- otro ensayo local en el que la posición es la opuesta, más acorde con el nuevo temperamento que había adoptado la Iglesia 5 años antes. Castellani ya conocía la posición "nueva", supongo que movido su interés especialmente por la devoción familiar que le profesaban en su casa (su abuela se llamaba Magdalena). Sin embargo, que sepa, no modificó su posición y sostuvo la identidad de las 3 mujeres: la pecadora, María de Betania y María Magdalena (con las restantes menciones evangélicas a otras mujeres afines). Y algo de lo que dice allí veré más adelante.

Ciertamente que mucho se ha llevado y traído en las Concordias evangélicas, respecto de los episodios en los que estas mujeres aparecen a lo largo de los 4 Evangelios, sin que pueda colegirse nítidamente de allí si son una o distintas. Dejo ahora ese cotejo y pormenor al lector que se interese en esa cuestión. Cotejos esos que plantean cuestiones interesantes y en algunos casos bien difíciles de laudar, de tal modo que esa pesquisa pueda entusiasmar a un ojo curioso.

Por el momento, mejor poner en claro de qué estamos hablando. Pondré por orden de aparición, y para enumerarlas resumidamente, a las mujeres en cuestión, según aparecen en los Evangelios:


A un año de haber iniciado su vida pública, apenas unos meses después de la Segunda Pascua, para la que Jesús subió a Jerusalén desde Galilea, y estando ya en Galilea nuevamente:

La mujer que perfuma los pies del Señor en casa de Simón el fariseo (Lc. 7, 36-50), una pecadora pública, dice el fariseo, y que es a la que se le ha perdonado mucho porque mucho ama, según dice Jesús.

La que acompaña junto con otras mujeres a Jesús durante los viajes de predicación, los sirven y ayudan con los gastos (Lc. 8, 1-3); María Magdalena, aclara allí el apóstol, es aquella de quien Jesús expulsó 7 demonios.

Más de un año y algunos meses después, período en el cual los Evangelios no mencionan a ninguna mujer que tenga que ver con esta cuestión, Jesús está nuevamente en Judea. Ya no volverá a Galilea hasta después de la Resurrección:

María, (Lc. 10, 38-42) la hermana de Lázaro y Marta, que se sienta a los pies de Jesús mientras Marta labora en la casa. Es la que que prefirió la mejor parte, dice de ella Jesús.

La mujer adúltera (Jn. 8, 1-11), rescatada por Jesús, a la vera del Templo en Jerusalén, cuando iba a ser apredreada por sus acusadores.

Unos 3 meses después, Jesús está volviendo de un viaje por la Perea, aunque lejos de Jerusalén. Le avisan que Lázaro está enfermo y permanece en donde está 2 días más, antes de viajar a Judea. Se dirige luego a Betania que, dice san Juan, estaba a unos 15 estadios de Jerusalén, es decir, a un poco menos de 30 cuadras. Jesús ya sabía que Lázaro había muerto y por eso regresa: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él, les había dicho a los discípulos antes de partir hacia Betania.

María, la que se queda en la casa mientras Marta, su hermana, sale al encuentro de Jesús, muerto ya Lázaro. La misma María que sale de la casa porque, según su hermana Marta, Jesús la llama, y ante la cual llora el Maestro antes de revivir a Lázaro, con ella presente. (Jn. 11, 1-53)
Unos 2 meses después, Jesús se prepara para su tercera Pascua, la última. Vuelve a Betania y está comiendo en lo de Simón el leproso. A la comida asisten muchos (curiosos) que más que ver a Jesús, quieren ver a Lázaro, que está allí presente.

La mujer que unge los pies de Jesús en lo de Simón el leproso, según san Juan. El apóstol amado dice haber sido esto 6 días antes de la Pascua, en Betania, y dice derechamente que la mujer fue María, la hermana de Lázaro, allí presente también, mientras Marta, su hermana, servía allí la mesa; dice además que Judas se quejó del dispendio de perfume "no porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón". (Jn. 12, 1-8) San Mateo y san Marcos dicen que fue en Betania también, no mencionan a Lázaro y Marta y no mencionan a María; dicen sin más que una mujer derramó el perfume de alabastro y nardo en la cabeza de Jesús, no mencionan sus pies. La indignación por el despilfarro es, en sus relatos, de los discípulos y por la misma razón que menciona san Juan respecto de Judas Iscariote: mejor haber dado el monto del perfume carísimo a los pobres, según dicen ambos evangelistas. (Mt. 26, 6-13) (Mc. 14, 3-9)

En este episodio, en los relatos de san Mateo y san Marcos, aparece una frase de Jesús que es importante, además de impresionante (y profética, claro):
Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho.
Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.
(Mt, 26, 12-13)

Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.
Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.
(Mc. 14, 8-9)

El Domingo de Ramos y el Lunes santo, Jesús volverá por las noches a Betania con sus discípulos. Durante el día está en Jerusalén, predicando en el Templo.

Finalmente, y a partir del Viernes santo, están las menciones explícitas de María Magdalena, la que estuvo a los pies de la Cruz (Jn. 19, 25-27) (Mt. 27, 55-56) (Mc. 15, 40-41) y después en el descendimiento, preprando los ungüentos y yendo a la sepultura (Mt. 27, 57-61) (Mc. 15, 42-47); y la que fue primero al Sepulcro (Jn. 20, 1-2) (Mt. 28, 1, 5, 8) (Mc. 16, 1-8) (también en ocasión de la ida al Sepulcro, san Marcos dice de ella lo que ya había dicho san Lucas: que Jesús expulsó de ella 7 demonios -Mc., 16, 9-) y a la que primero se le apareció el Resucitado (con excepción de María, Nuestra Señora, como bien apunta Castellani) y la que es encomendada antes que nadie para citar a los apóstoles en Galilea para encontrarse con Jesús (Jn. 20, 11-18) (Mt.28, 9-10) (Mc. 16, 9-11).


Para la iglesia Oriental, María Magdalena murió en Éfeso, adonde vivía con san Juan y Nuestra Señora, a quien acompañó.

Para una tradición occidental medieval, bastante difundida, evangelizó en Marsella, junto con Lázaro (nombrado como su hermano en esa tradición y asociada entonces a María de Betania, por lo mismo), y otros discípulos. Allí fueron a parar, cuando empezaba la persecución de los cristianos, producto de lo que quiso ser una condena a muerte. Fueron dejados al garete en una barca sin remos ni velas para que murieran y un ángel los condujo a la otra punta del Mare Nostrum. Castellani refiere al pasar  esta tradición en el artículo que mencioné más arriba, no sé con qué fundamentos. San Gregorio de Tours, en el siglo VI, no habla del asunto en ningún lado, y debería si hubiera sido verdadero. Con todo, en Francia esa tradición fue muy fuerte y aseguraban tener las reliquias de la santa.

Rábano Mauro y santo Tomás de Aquino, por caso, la mencionan con el mismo apelativo de apóstol de los apóstoles, más o menos el mismo ambos, y curiosamente lo hacen en femenino. Ad apostolos instituit apostolam, dice Rábano Mauro en su vida de la santa. Facta est Apostolorum Apostola, dice santo Tomás en su comentario al Evangelio de san Juan. Aunque menciona las fuentes, es costumbre que la expresión se atribuya a Juan Pablo II, que la usa en una encíclica sobre las mujeres, creo que eso pasa por un previsible chupamedismo ignorante de los comentadores.


Y aquí me quedo, por ahora.


Lo que venga, serán conjeturas de mi parte.


Y que la santa me asista.