sábado, 9 de marzo de 2024

La sombra que no somos



Empezó como una zoncera. 

Mucho sol, esperando a alguien, tiempo muerto, pasar el rato: y ver la sombra propia sobre el cemento de una calle, custodiada por la sombra de los árboles. Y siguió así, por diversión, la sombra sobre las cosas: sobre un jacarandá azul, sobre un palo borracho rosado, sobre un eucalipto plateado, sobre una pared blanca, sobre el pasto...

Después, cuando miré las fotos, vi que había otra cosa, además de la zoncera.

Pasa de habitual que los demás siempre tienen algo que decir de uno. Pasa que muchos creen saber quién es uno, qué es uno. De dónde viene, dónde está. Adónde va. Y tientan a acertar, suponen, especulan, fabulan. Las más de las veces hablando sin saber. Algunas otras pocas veces hasta con mala intención. Creo que es inevitable. 

Lo cierto es que casi ninguno acierta, salvo alguno que otro, más próximo, que llega algo más cerca, no mucho.

Claro que no ayuda para nada esto de que, al parecer, un servidor haya nacido sin el área cerebral que regula la vida social, con la que nace la mayoría de los mortales, la usen bien o mal. Y eso mismo –el no deambular, el no mezclarse demasiado– lo expone. Paradójico. Gracioso, también. Pero qué remedio.

Total que, finalmente, los que creen ver algo, sólo ven sombras. Creen ver un hombre cemento, un hombre palo borracho, un hombre jacarandá, un hombre eucaliptus, un hombre pared blanca, un hombre pasto...

Pero, en realidad, sólo ven sombras. Y juzgan sobre sombras.

Y pasa otro tanto con las cosas que uno escribe o dice. 

Aunque, en ese caso y más en estos tiempos nuestros, opera la forma mentis binaria, de opuestos contradictorios obligados, eso del tertium non datur. Todo lo cual hace estragos; primero –y lo más penoso– hace estragos en la imagen del mundo de quien opina sobre las cosas (cuando en realidad sólo ve sombras), o cuando opina sobre quien habla de las cosas (cuando en realidad sólo ve la sombra de quien opina...). 

No importa cuán claro sea uno en sus opiniones y dictámenes, ni cuán ecuánime quiera ser o logre ser. Los demás tienen sus propias opiniones, sus coordenadas y preferencias, y juzgan con sus propios criterios sobre uno y sobre lo que uno dice. Y las más de las veces juzgan sobre las sombras que ven, o que creen ver. Decía alguien hace muchos años que, al final, casi todo el mundo termina hablando de lo que le interesa, porque era eso lo que quería decir cuando empezó a hablar, no importa de qué haya empezado a hablar.

Hay elogios y denuestos. Pero no voy a listar las categorías, adscripciones, pertenencias, afiliaciones, adjetivaciones que le han colgado al cuello a su servidor, especialmente en los últimos meses. Pamplinas. Tanteos entre las sombras, preferencias. Y a veces, también, mala intención.

Ya Platón había advertido sobre las sombras en la Caverna, de modo que no puedo agregar algo que valga la pena, nada que no se haya dicho ya de 2.500 años a estos días nuestros. Por eso. Si acaso, lo dejemos para cuando escriba la autobiografía que no voy a escribir o las memorias que tampoco voy a escribir.

Y por cierto que nada de todo esto va a impedir que siga jugando con la fotografía, las imágenes. Las metáforas.

Después de todo, siempre hay algo que ver en lo que se ve, con tal de que no lo ponga el ojo en las cosas, sino que el ojo lo vea en las cosas.