sábado, 20 de enero de 2024

En el reino de este mundo




Me ha parecido en estos días que los comentarios de algunos aplaudidores de Javier Milei a su estridente discurso en Davos, son como esos documentos o informes reservados del espionaje o policiales o políticos, cuando se hacen públicos. Y sobre todo los comentarios de algunas gentes que aprendieron a hablar un dialecto nuevo en los últimos meses, que no es el que hablaron casi toda su vida.

¿Qué quieren que les diga? Si no fuera asunto serio y grave, hasta cierta ternura me da esa cosa algo ingenua de estas gentes de omitir –corriendo suavemente con el dorso de la mano (derecha, obviamente)– las partes raigales y doctrinarias duras y sólo ocuparse de las que tengan alguna apariencia digerible. 

Por ejemplo, veo que muchos omiten toda mención o análisis o crítica del mesianismo fundamental que Milei predica y que le atribuye al liberalismo y al capitalismo, incluso en sus versiones más crasas y hasta crueles. Mesianismo no sólo aplicable a la Argentina, que ya sería serio, sino a la historia de la humanidad que va desde la Encarnación del Verbo a hoy, en el mundo mundial. Un elogio repetido a un sistema de los últimos 200 años que entre otras cosas –como un mesías– llegó para señalar señero por dónde pasa el camino a la felicidad de los hombres. Felicidad y bienestar que los hombres no acertaron a encontrar en 1.800 años (Cristiandad incluida). No me hagan caso, pero me huele a milenarismo carnal, que, dicho sea al pasar, he visto a veces asociado a la reconstrucción del Templo, por ejermplo.

Claro que hay otras gentes, algo menos sutiles y más bastas en sus preferencias conservadoras y liberales, que no corren nada ni con el dorso ni con la palma y que, con una aparente fascinación por la corona de este mundo (en este mundo), compran el combo completo, y con papas grandes. 

Hoy por hoy, a estas gentes personalmente no tengo mucho que decirles. 

A los que de pronto amanecieron con una credencial de neoliberales libertarios en la mano, que nadie –ni ellos– sabe de dónde les vino, los de la mano corriendo lo ácido, habrá que esperarlos en alguna parte del camino, por si –atragantados de sapos– se bajan de su deslumbramiento en medio de la nada. 

A los que militan esa especie provinciana de conservadurismo tory, y que algunos de ellos creen que es la cúspide de la civilización cristiana casi por cuestión de raza (porque es anglosajón), no sé si hay algo que decirles, porque eso parece ser el substituto de una fe y una religión de la que son creyentes fieles. 

Salvo que podamos ampliar el sumario y hablar de más temas que los discursos de Milei. Y, por ejemplo, nos pongamos a revisar cuáles serán las características del Anticristo y de un futuro mundo anticrístico; o para ver, por ejemplo, si junto con la persecución a los fieles en esos días finales habrá entonces también un seductor y "príncipe de la paz" ficto –y que será el perseguidor– que traiga prosperidad a los esclavos, no para hacerles un bien sino para ser adorado por los hombres como un dios. Ayudará en esa tarea tener a mano desde el Apocalipsis hasta Pieper, pasando por Newman, Castellani, Merejkovsky y Dostoievsky, y hasta Nietzsche (en paradoja) y otros tantos más: teólogos, videntes, novelistas, y los Padres, por supuesto.

Y traigo esos temas porque, a no pocos de unos y otros de ellos, liberales nativos o por opción reciente, en tiempos no muy lejanos, la teología católica de la historia parecía despertarles algún interés y les servía de guía.

¿Si con todo esto que digo estoy diciendo que Javier Milei es la Bestia de la Tierra? ¡Qué disparate! De ningún modo, porque no lo sé y no sé cómo podría saberlo de cierto. 

Si lo digo es porque ¿de qué otro modo puede un católico ver con algo de claridad las cosas de este mundo (además de leer y discutir decretos, discursos, bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos, etc. etc...), si no es meditando las profecías y lo que de ellas han dicho los santos y los más sabios?

Cristo vuelve no es programa político o económico, ni es una agenda celeste contra otra agenda terrestre. Es la esperanza del cristiano en el reino de este mundo, es el horizonte de la historia y el camino en el tiempo. Es una luz que, también, le permite distinguir de entre las cosas de este mundo –política y economía incluidas– cuáles son de Cristo. Y cuáles Él rechazaría, por amor al hombre que vino a redimir.