miércoles, 3 de octubre de 2018

Druida, 5


Algunas veces nombré en la bitácora a la revista entusiasta.

El Druida.

Una revista de cosas de letras hecha por gentes de letras en su mayoría. En buena medida irónica o festiva tanto como seria. Se publicaban allí textos de (sub)creación y algunos pocos de autores consagrados.

Apareció en 1991 y hubo cuatro números hasta 1994.

Encontré ahora los originales de un número 5 que nunca apareció.

Más allá de los textos personales de cada uno de los integrantes, entre las secciones de la revista había una dedicada a Tolkien (Tolkieniana), a la que iba a dar la lírica que a los miembros le hubiese inspirado su obra. En otra sección que se tituló De Maria numquam satis, se presentaban textos de autores de toda época y laya, con la condición de que tuvieran alguna obra lírica dedicada a la Santísima Virgen.

En esa sección, en el número inédito, debían aparecer unos versos del Canciller Pero López de Ayala, que Jorge Ferro había escogido. :

Dios te salve, preciosa reina de gran valía,
esfuerzo e conorte de quien en Ti se fía;
a Ti viene tu siervo ofrecer este día
una pequeña prosa do dice "Ave María".

María muy graciosa, tu nombre es loado,
así te llamó el ángel que a Ti fue enviado
cuando te saludara e te traxo recado
que Fijo de Dios e omne en Ti serié encarnado.

Gracia de Dios contigo fue aquella sazón;
maguer hobiste espanto en el tu corazón,
con mucha humildanza e firme devoción
dexiste: "Dios lo compla según el tu sermón".

Llena de Espirtu Santo fueste, Señora mía,
e fincaste preñada del Salvador Mexía,
Virgen siempre e doncella, que atal parto cumplía
al nacimiento santo de quien esto facía.

Señor Dios que crió el cielo e la mar,
te quiso de tal don e de tal gracia doctar
que Tú fueses la madre del que venía salvar
el humanal linaje, que fizo Adán pecar.

Contigo Trinidat allí fue ayuntada:
la corte celestial en Ti fizo morada;
Madre de Dios, Esposa, Fija, fueste llamada,
así eras de los santos antes profetizada.

¡Bendita Tú, la madre, que a Dios concebiste!
¡Bendita la mujer, que tal fijo pariste!
¡Bendita la doncella, que nunca corrompiste!
¡Bendita e loada, que tal fijo nos diste!

En las mujeres todas, Tu fueste escogida
sola, Señora mía, por quien hobieron vida
los que yacían en pena e en cuita dolorida,
en los baxos abismos, por la culpa debida.

Bendito es el que ayudas e en Ti tiene esperanza;
los que a Ti se acomiendan, acorres sin dubdanza;
por Ti llegan al puerto de toda buenandanza:
¡Señora, Tu me vale en esta tribulanza!

Pero López de Ayala, Rimado de Palacio  (S.XIV)

También había allí unos versos de un servidor, que dejo ahora. Una Elegía, que fue compuesta en tiempos de juventud; y un soneto de los tiempos del número inédito.

Elegía


"Sin miedo y sobresalto de perderte..."
Égloga I, Garcilaso de la Vega

Cuando yo muera quiero que no entiendas.
Querría la sorpresa y el relámpago,
el sol azul y verde las estrellas;
el mar como una bestia enardecida
hecho de sangre, veteado de esmeralda..

Querría la mirada de las gentes
enceguecida por un estallido,
y las manos que nunca acariciaron
crispadas de dolor, hechas anuncio
bajo el fragor de toda las tormentas
y los ojos sin lágrimas.

No puedo, sin embargo,
obligarte al exilio sin recuerdo
cuando el cielo comience y se interponga
detrás de mí, dejándote en la tierra
sin consuelo y llena de esperanza.

Querría luz en todo lo que toques,
sin el salado prisma de tu llanto
nublándote la voz y la alegría.

(Si es imposible evitar que entiendas
me someto y quiero que se abuse
del "una vez", del "no me olvido nunca",
del "cuando fuimos", del "siempre me decía".)

Cuando yo muera quiero que no entiendas.
Pero quiero, también, que lo pospongas,
querría que dijeras a las flores
lo mismo que te dicen en la piedra
los pétalos que adornan mi epitafio.

Debes decirles que todo no se pasa,
que hay modo de saber lo que florece;
que florecen en medio de la tierra
flores distintas, raíces en el cielo;
y hay sombras en las nubes que sonríen.

A ellos, no.
                    A ellos no les digas.
Nunca los mires como desgajados.
No cometas, cansada de olvidarme,
esa injusticia de creer que existo
porque sus ojos todavía miran
con sus reflejos que parecen míos;
o sus manos, que a veces te acompañan,
parece que se mueven porque late
un corazón que ya no está en mi pecho.

Por eso, cuando muera, yo quiero que no entiendas.
Para que nunca parezca que entendiste
y vayas a buscarme frente al túmulo.

No entiendas: no creas que la tierra
o el aire que respiras se ha llenado
de mi sangre; que suena todavía
mi voz, que está cantando en otra parte.

Hay un ángel, que nunca se oscurece,
que te explica mi muerte en partituras
hechas de notas que jamás oíste.

Están sonando y llenan la mirada
y por tus venas van al corazón.
Y seguirán así para que cuando
muera mi propia voz, suenen las notas
que te expliquen aquello que no entiendas.


Días mejores

a J.N.F.


Querría que mañana se vistiera
lo que veo de azul (como Darío).
Del negro de Lugones. Gris morado
como el verso de Antonio. Si yo fuera
verde, blanco y alado... Si pudiera
tener la pluma en plata de Leopoldo,
colorada de sol como Gilberto;
la irisada de fuego de Leonardo...
Y un dorado barroco, como Ignacio
(no mucho). La celeste del Anónimo
juglar. Acaso en ocre, como Clive...
O de Evelyn, violácea. El pardo cruz
de Juan o el encarnado de Teresa...
Y de John, el silencio. Más, no es justo.

Mientras, en el mismo tren de rescate, en el N° 2 de El Druida, de 1992, hay unos versos a Lórien, que sólo están allí y nunca se incluyeron en la serie de libros de un servidor.

Lórien

Bajo el cielo de Lórien, bosque adentro,

un aparte del mundo silencioso
y un silencio del mundo sin castigo,
se levanta la aurora y en su brillo
refleja la mirada de la Dama.

Vengo de un valle, de un desfiladero,

de un risco helado, de una vieja altura;
y busco el sordo paso entre las hojas,
el agua sin sosiego. Y una senda.

Por un punto infinito se sospecha
la entrada al corazón de la espesura.
Hay una sombra verde, transparencias,
que no sé si vigilan o me llevan,
si me custodian o si desconfían.

Los ojos van buscando, el pie se anima,
las manos tientan. No hay dolor alguno.
Va creciendo la luz en el sendero
hasta un último sitio que es morada,
tránsito audaz y paso peligroso.

Lórien recibe un hálito en la tarde,
mientras fuera del bosque ya me busca
un Ojo temerario y una Sombra.
Pero no aquí. No mientras el manto
(y un cielo que es el cielo tras el mar)
proteja a la Misión y al Heredero.