lunes, 15 de octubre de 2018

Comparaciones (y II)


Es una teoría personal, hay que advertir.

Pero si, pasados los 60, uno no tiene ya algunas teorías personales...

Empecemos por el principio.

Borges, a esa altura, andaba por los 20 y pico. Y otro tanto para Fijman. Uno era de 1899, el otro de 1898. Son casi de la misma edad, ninguno de los dos había cruzado los 30 todavía, cosa que a estos efectos algo importa.

Borges estaba sumergido todavía en aguas ultraístas, como se nota en su poema. Y coqueteaba con cenáculos tanto vanguardistas como clásicos. Era por entonces, sin mayores estridencias, lo que podría llamarse un hombre de derechas. Culturalmente, al menos. 

Fijman, lejano de escuelas y movimientos, ya había comenzado a padecer crisis mentales que, a partir de los años '40 y hasta su muerte en 1970, se harían permanentes.

Borges despuntaba ya con su tono melancólico, que con el tiempo viraría al escepticismo, y con algo de estoicismo erudito. Un alma triste, con una mirada que ya iba encegueciéndose, aunque sus recursos iban puliéndose. Siempre fue un sujeto perspicaz y de buen gusto estético.

Fijman, que se convertiría en católico unos pocos años después, tenía ya una -digámoslo así- pasión mística y mirada religiosa. Un alma contemplativa y celebrante, más allá de sus desequilibrios.

Muy bien.

La palabra clave ahora es el nexo comparativo como que introduce una comparación, claro.

Y la teoría personal de un servidor es que -según mi experiencia- esa estructura denota, cuando menos, cierta juventud en la pluma que la usa en verso, o en la voz que compone.

En 11 versos, Borges la usa 6 veces. Fijman apenas 2 veces en 32 versos. La estadística no define necesariamente. Pero confirma el hecho lírico de que, al sortear las comparaciones, el poeta va directamente a la metáfora, tal como se ve en Fijman. Lo cual supone una concentración mayor, una síntesis más pura, una mirada lírica más aguda y madura, además.

Como (la comparación en general, cualquiera fuere el nexo) es una tentación para el poeta, siempre. Es la puerta a una resolución algo insegura y cómoda, que exige menos, que facilita las cosas. Aparte el hecho de que puede exponer cierta anemia en la mirada inspirada del poeta y en los consecuentes recursos expresivos, que suelen ir juntos aunque no son la misma cosa.

Por otra parte, me veo tentado de decir que el uso de la comparación reiterada muestra cierta pusilanimidad lírica, cierta cobardía poética. Cierta timidez, como adolescente o juvenil.

Más condensada, más sintética, más consistente, la metáfora pura es, casi diré, un acto de valentía lírica. Y supone una mirada más penetrante. Y muestra a la vez cierta madurez compositiva.

Por supuesto. Otra cosa es el uso intencional de la comparación, aun repitiéndola en anáfora, como por ejemplo en este soneto de Enrique Banchs, que ya apareció en estas páginas alguna vez:
Imagen

Somos como la vieja torre cuando
saltan de sus ventanas golondrinas;
somos como la vieja torre cuando
cantan en sus campanas voces finas.

Somos como la cama de un enfermo
cuando alzándose en ella se ve el prado;
somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de acostado.

Pues nuestro corazón con ilusiones
como la torre es, que tiene sones,
que tiene golondrinas, pero es vieja.

Pues nuestro corazón siempre en desvelo,
es cual lecho que puede ver el cielo,
pero que lleva a uno que se queja.

Lo que de paso prueba otra madurez lírica: que se pueda repetir una expresión, sin que eso signifique falta de recursos, antes bien lo contrario. Porque, como diría Maritain que dice Aristóteles: en el arte, el artífice sólo tiene permiso para equivocarse adrede.