viernes, 26 de octubre de 2018

¿Cualquier cosa? (V)


Está la cuestión del verso, en particular en la lírica.

Asunto por demás engañoso, si no se lo mira con cuidado.

Y lo digo porque es sabido que alguien puede componer versos con ritmo y rima y no componer poesía lírica, ni de ningún otra clase literaria. Como alguien puede ponerse un disfraz de cocinero o de religioso o de militar y no ser ninguna de las tres cosas. Muchas piezas publicitarias tienen versos. Y nada de poesía.
Qué lindos que son tus dientes
le dijo la luna al sol
y el sol contestó sonriente
me los limpio con Odol.
Si se disculpa la sencillez del ejemplo. Pero podría aparecer mucho más donoso el verso, con artificios de ritmo y rima más elaborados, y ser simplemente eso: un mero artificio que, pese a que puede producir un cierto agrado sensible, no es poesía.

Es claro que ritmo y rima son recursos, y que sólo intervienen en la calidad lírica cuando esa calidad ya está presente. Y aunque es verdad que frecuentemente van asociados a la poesía, no la hacen: la visten o la acompañan y hasta intervienen en la belleza que hace la lírica. Y aun eso en razón de algo que ya veremos.

Para el metro, el ritmo y la rima bastaría con tener oído y saber contar. Y tener algo de léxico (aunque con la existencia de los diccionarios de rimas, hay quienes pueden darse el gusto de ser pobres de inspiración y recursos...)

El verso es palabra contada por su extensión, timbre o acento y duración, asunto que en la prosa puede pasarse por alto, aunque es signo de dominio de los recursos tener una prosa rítimica. Esa extensión acotada y rítmica del verso tiene por objeto la eufonía por su musicalidad. El ritmo colabora con este propósito, y con el ritmo el metro. Y también la rima toma parte en la eufonía, porque el valor de repetición es uno de los elementos que puede producir agrado al oír. Puede producir, digo, y no digo produce necesariamente, porque existe la cacofonía en la lírica, esto es, lo opuesto a la eufonía. Tanto para el ritmo como para la rima. El poeta, que ciertamente puede recurrir a la cacofonía por algún designio de su arte, no puede caer en ella.

Es verdad que la rima tiene otro valor añadido. Al emparejar palabras que deben concordar en sonidos, los significados de algún modo se asocian o pueden asociarse también. Un logro del arte es que esa asociación no sea caprichosa o forzada. Como también es un logro que la concordancia no sea puramente material, sólo por los sonidos, obligados a seguir a su pareja aunque su presencia sea caprichosa o sin sentido. Una rima así habitualmente produce el efecto contrario: afea y desagrada. Cuando no es ridícula.

Hay muchas variedades de ritmo y de rima, incluyendo el hecho de que ambas cosas pueden servir como instrumentos nemotécnicos, esto es, cierta repetición que permite la memoria del texto. Los pueblos antiguos utilizaban estos recursos y, por poner un caso, las Sagradas Escrituras tienen ejemplos de ello, no sólo en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo.

Es notable que esas formas poéticas aparezcan en materia religiosa y hasta en la práctica de cierta magia o invocaciones primitivas que se valen también de manifestaciones rítmicas y rimadas.

Si bien la rima es antigua, su uso se extiende en Occidente recién a partir de los siglos medievales.

Aquí dejo tres ejemplos de textos clásicos, tanto lírico como épicos, en los que el metro y el ritmo están presentes y la rima no.
Oda XXX, de Q. Horacio

Exegi monumentum aere perennium
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum:
non omnis moriar multaque pars mei
uitabit Libitinam; usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita uirgine pontifex;
dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnauit populorum, ex humili potens,
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. sume superbiam
quaestam meritis et mihi Delphica
lauro cinge uolens, Melpomene, comam.


Eneida, de P. Virgilio (primeros versos)

Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris;
Italiam, fato profugus, Laviniaque venit
litora, multum ille et terris iactatus et alto
vi superum saevae memorem Iunonis ob iram;
multa quoque et bello passus, dum conderet urbem,
inferretque deos Latio, genus unde Latinum,
Albanique patres, atque altae moenia Romae.

Iliada, de Homero (primeros versos)

μῆνιν ἄειδε θεὰ Πηληϊάδεω Ἀχιλῆος
οὐλομένην, ἣ μυρί᾽ Ἀχαιοῖς ἄλγε᾽ ἔθηκε,
πολλὰς δ᾽ ἰφθίμους ψυχὰς Ἄϊδι προΐαψεν
ἡρώων, αὐτοὺς δὲ ἑλώρια τεῦχε κύνεσσιν
5οἰωνοῖσί τε πᾶσι, Διὸς δ᾽ ἐτελείετο βουλή,
ἐξ οὗ δὴ τὰ πρῶτα διαστήτην ἐρίσαντε
Ἀτρεΐδης τε ἄναξ ἀνδρῶν καὶ δῖος Ἀχιλλεύς.
Nadie dudaría en calificar de eximia poesía a estos tres casos. Y sin embargo no tienen rima, es decir lo que se llama hoy verso blanco. No es el caso de estos tres ejemplos que tienen metro y ritmo, pero cuando desaparece la repetición del metro (no necesariamente desaparece por ello el ritmo) a eso se lo denomina verso libre.

Me gustaría traer también ejemplos de John Tolkien.

Una canción famosa que describe a Aragorn cuando todavía es Trancos/Strider.
All that is gold does not glitter,
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does not wither,
Deep roots are not reached by the frost.
From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be blade that was broken:
The crownless again shall be king.
La última canción de Bilbo no incluída en el libro.

The last Bilbo's song

Day is ended, dim my eyes,
but journey long before me lies.
Farewell, friends! I hear the call.
The ship's beside the stony wall.
Foam is white and waves are grey;
beyond the sunset leads my way.
Foam is salt, the wind is free;
I hear the rising of the Sea.

Farewell, friends! The sails are set,
the wind is east, the moorings fret.
Shadows long before me lie,
beneath the ever-bending sky,
but islands lie behind the Sun
that I shall raise ere all is done;
lands there are to west of West,
where night is quiet and sleep is rest.

Guided by the Lonely Star,
beyond the utmost harbour-bar,
I'll find the havens fair and free,
and beaches of the Starlit Sea.
Ship, my ship! I seek the West,
and fields and mountains ever blest.
Farewell to Middle-earth at last.
I see the Star above my mast!

O la canción de los Caminantes (A walking-song) que cantan Frodo, Pippin y Sam.
Upon the hearth the fire is red
Beneath the roof there is a bed;
But not yet weary are our feet,
Still round the corner we may meet
A sudden tree or standing stone
That none have seen but we alone.
Tree and flower and leaf and grass,
Let them pass! Let them pass!
Hill and water under sky,
Pass them by! Pass them by!

Still round the corner there may wait
A new road or a secret gate,
And though we pass them by today,
Tomorrow we may come this way
And take the hidden paths that run
Towards the Moon or to the Sun.
Apple, thorn, and nut and sloe,
Let them go! Let them go!
Sand and stone and pool and dell,
Fare you well! Fare you well!

Home is behind, the world ahead,
And there are many paths to tread
Through shadows to the edge of night,
Until the stars are all alight.
Then world behind and home ahead,
We'll wander back to home and bed.
Mist and twilight, cloud and shade,
Away shall fade! Away shall fade!
Fire and lamp, and meat and bread.
And then to bed! And then to bed!
O los versos-conjuro de los Anillos de poder:

Three Rings for the Elven-kings under the sky,
Seven for the Dwarf-lords in their halls of stone,
Nine for Mortal Men doomed to die,
One for the Dark Lord on his dark throne
In the Land of Mordor where the Shadows lie.
One Ring to rule them all, One Ring to find them,
One Ring to bring them all and in the darkness bind them
In the Land of Mordor where the shadows lie.
O la canción en síndarin a Elbereth, con una combinación distinta de la rima y el metro.

A Elbereth! Gilthoniel!
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!
Tolkien utiliza allí más bien los ritmos propios de su literatura inglesa, con distintas combinaciones de ritmo y rima, en distintas variedades. Salvo el caso del poema a Elbereth.

Hace unos cuantos años, publiqué unos versos de Raquel Garzón que no he olvidado y que traigo ahora como ejemplo de verso libre y blanco. No me importan ahora sino como ejemplo de metro, ritmo y rima. Valdría como ejemplo de lo mismo volver a Mediodía, de Jacobo Fijman, que apareció en esta bitácora hace poco.
Argumentos de arena

No deberíamos amar nada que pase.
Nada que nos mate un poco
cuando sus signos mueran.

Es decir, nada que ría.
Nada que tiemble o se conmueva.
Nada que florezca para luego marchitarse,
de buenas a primeras.

Nada vivo, si apuramos conclusiones:
Duele tanto ver cómo lo que amamos
se deshace en nuestras manos vencido por el tiempo.

Es más,
no deberíamos amar, si lo pensamos.

Pero no lo pensemos.
Hoy no, al menos.

Un asunto espinoso a este respecto, y que dejé para el final, es la relación de metro, ritmo, rima y léxico y lo que llamamos habitualmente inspiración.

He dicho que la poesía procede -como otras formas artísticas de hacer belleza- de un conocimiento y de una percepción que se integra tanto con lo recibido como con la experiencia y los afectos de quien percibe. En ese encuentro nace lo poético. Una visión que conmueve de un modo determinado, no de cualquier modo, aunque no termina de determinarse hasta que se encarna. Algo que se percibe en lo real que resplandece y es recibido por el hombre que adjunta a ello el caudal de sus experiencias y emociones.

Eso mismo es lo que llamaría el alma de la obra. La forma, o lo que llamamos habitualmente el significado. Debe entenderse que no es la cosa misma el significado, sino la cosa en cuanto conocida por un hombre. Cuanto más completamente la conozca en todas sus dimensiones, cuanto mayor sea la captación del brillo que de ella emana, más hondo será el significado que para ser dado a luz debe encarnarse en algo perceptible, por cierto que para otros, pero también para el propio artífice.

Sin duda que ocurrirá con frecuencia -si no siempre...- que lo visto será mayor que lo dicho. Y de allí que con frecuencia el artífice pueda tener cierta decepción respecto de lo que ha hecho, cierta disconformidad. Es natural, en el paso de lo lúcido a lo opaco, algo se pierde y la materia, aunque sea la más sutil, como lo es el aire de la palabra, es opaca respecto del espíritu.

Como fuere, parece claro que lo más genera lo menos, la forma organiza la materia. Y el significado llama al significante.

Como diría Ëtienne Gilson, si bien existe el pensamiento puro, nos es poco menos que inaccesible. Pensamos con palabras, habitualmente. Y es el lenguaje el que organiza de algún modo las concepciones del espíritu. Primero insonoro, como imaginación de los sonidos, diría santo Tomás.

Un punto interesante en esta cuestión es que, en ocasiones, el hábito procede igual tanto ante seres extramentales, como intramentales, imaginaciones de seres que no existen en la realidad. De igual modo puede proceder respecto de palabras. Lo que quiere decir que una palabra puede disparar el hábito compositivo. Y esto es así en tanto pensamos o vemos interiormente también a partir de palabras. No es infrecuente, incluso, el que una palabra dispare la búsqueda de una rima concorde y que detrás de este mecanismo que parece accidental -y en cambio es un mecanismo propio del hábito compositivo- aparezca la composición de versos y hasta de un poema completo.

Esto dicho, hay que decir entonces que, si bien se da en planos distintos, de algún modo la percepción se acompaña ya de su carnadura. El poeta ve como intuitivamente lo que ve ya casi vestido de la materia que lo hará sensible a otros primero, e inteligible a la vez. Al menos con un rudimento intuitivo no sólo de las palabras que designan sus percepciones sino de cierta sintaxis, y cierto metro y ritmo y hasta de cierta rima, la que aparece no bien es llamada por los sonidos finales de una palabra que ha aparecido como iluminada en la mente del poeta, o en los sonidos finales del verso que se ha generado por un hábito en el espíritu del poeta.

El hábito práctico de hacer belleza con palabras está allí en su máxima expresión. Es él el escudero de la acción poética que ha nacido por encima de él, en un estadio más alto y más hondo. Pero él hace el verso, e interviene activamente en el metro y el ritmo y la rima que junto con las palabras encarnan las intuiciones.

Una especie de decisión práctica referida a lo que conviene en cada caso es lo que pone en marcha las obras del arte. El arte radica en el espíritu y es un hábito que determina la obra, en cuanto objeto exterior al espíritu, que primero tendrá palabras interiores como imágenes insonoras, pero que ya contiene no sólo la noción de los sonidos que la habrán de fijar, sino el estatuto que habrán de seguir para terminar formando el verso y el poema mismo. Pero hay algo que está más hondo en el espíritu y que ha disparado la imaginación de ese torbellino de palabras y sonidos y eso es la substancia de lo poético.

De igual modo, el artífice resuelve qué forma artística tendrá ese contenido en cuanto a las especies literarias posibles.

Todo eso ha se ha gestado en las actividades interiores del hombre desde la intuición e intelección hasta la imaginación, en un modo sinfónico, convergente, que, al darse a la velocidad de los actos del espíritu, se diría son un sólo impulso, un sólo acto, que sorprende por su determinación al artífice pero mucho más al auditorio o a los recpetores de la obra que celebran el don y la obra que es capaz de engendrar, como algo mágico. Algo capaz de conmover y mostrar lo contemplado, más allá del mero artilugio de la modulación de sonidos.