martes, 23 de octubre de 2018

¿Cualquier cosa? (IV): The secret Muse


The secret Muse

Between the midnight and the morn,
to share my watches late and lonely,
there dawns a presence such as only
of perfect silence can be born.
On the blank parchment fall the glow
of more than daybreak: and one regal
thought, like the shadow of an eagle,
grazes the smoothness of its snow.
Though veiled to me that face of faces
and still that form eludes my art,
yet all the gifts my faith has brought
along the secret stair of thought
have come to me on those hushed paces
whose footfall is my beating heart.

Es un soneto de Roy Campbell. Y, no puedo decir sino que providencialmente, es muy a propósito de lo que vengo tratando en esta serie sobre la poesía.

Una traducción por el sentido:
La Musa Secreta

Entre la medianoche y la mañana,
para compartir mis vigilias tardías y solitarias,
amanece una presencia tal como sólo
del perfecto silencio puede nacer.
Sobre el blanco pergamino cae el resplandor
de algo más que el alba: y un majestuoso
pensamiento, como la sombra de un águila,
roza la suavidad de su nieve.
Aunque velada para mi esa cara de caras
y aun cuando esa forma elude mi arte,
sin embargo todos los dones que mi fe ha traído
a través de la secreta escalera del pensamiento
han venido a mí en esos pasos silenciosos
cuya pisada es mi corazón palpitante.

Merece un comentario.

Porque, a mi gusto, están allí sobradamente contenidos los elementos de los que venía tratando.

Entre la medianoche y la mañana,
para compartir mis vigilias tardías y solitarias,
amanece una presencia tal como sólo
del perfecto silencio puede nacer.
Es este momento un momento interior. Nace en una oscuridad que no es falta de luz. Nace de un silencio. Es cierta actividad como inconsciente que rompe el álveo de su interioridad lentamente y emerge, guiada por la luz de la alborada que no es otra que, a la vez, la conciencia y el sentido, el significado, todavía desprovisto de significante material. Son las percepciones que han recogido lo que las cosas tienen para decir. Todavía no las ha expresado el poeta, ni con la voz, ni con el concepto. Pero ya lo han conmovido y la interioridad, en silencio, descansa en ellas en un torbellino de sentido que inquieta el alma del artífice y que la inquietará al menos hasta que haya dado con la carnadura de la expresión de esa experiencia. Porque las está aprehendiendo, tomándolas para sí, haciéndolas resonar en su interior. Y oyendo cómo resuenan con un estrépito sordo y potente a la vez. La inteligencia tiene allí una epifanía de significados que le es propia, significados que viven en la soledad de la mente y del corazón, pero que no están clausurados allí, sino que desde el momento mismo en que son adquiridos, pujan por salir, porque la manifestación es contenido y a la vez causa final. Los contenidos de la mente vienen de una manifestación y hacia ella se dirigen por naturaleza. Esto es, son expresables y comunicables.

Sobre el blanco pergamino cae el resplandor
de algo más que el alba: y un majestuoso
pensamiento, como la sombra de un águila,
roza la suavidad de su nieve.
Como decía, el pergamino es el alma, primero. Antes que el papel, la inteligencia. Y sobre ella cae la luz del sentido, del significado, del ser de lo real. Y eso es luz. Pero todavía es una luz demasiado potente. Aunque ya modula desde adentro la palabra. Porque su esencia es palabra también y de palabra busca vestirse para manifestarse. Palabra interior que dicen los filósofos, concepción de la inteligencia preñada por el ser de lo real. La suavidad de la nieve rozada por la sombra de un águila son las primeras encarnaciones de lo real en el espíritu. Y son nieve porque son luz. Y es águila porque se asienta en las funciones más altas y más hondas de la percepción intelectual. Un pensamiento majestuoso y regio. Ordenador a la vez que legislador. Del conocimiento primero, de la expresión material después.

Aunque velada para mi esa cara de caras
y aun cuando esa forma elude mi arte,
sin embargo todos los dones que mi fe ha traído
a través de la secreta escala del pensamiento
han venido a mí en esos pasos silenciosos
cuya pisada es mi corazón palpitante.
 En estos versos, creo, hay tres momentos importantes para la creación artística.

El arte, al decir de los filósofos, es un saber hacer. Pero es más que eso por su procedencia. Está la ebullición interior que provoca en un espíritu apto para esa alquimia entre la naturaleza de lo real -en su más amplia expresión- y el recipiente que destilará el significado para la mente, es decir, la interioridad espiritual del poeta. Porque esa recepción apta no es meramente pasiva. Tiene una luz que está en condiciones de hacer ver las cosas y más que eso: su cualidad significativa tanto como simbólica. Y de eso hablaré cuando trate sobre la metáfora. Esa actividad es a su vez sintética. Se hace con materiales recibidos, pero se logra en la interioridad con una suma actividad. A velocidades espirituales, el alma ve a la vez lo que las cosas son y lo que simbolizan. Y viste esos conocimientos con su propio bagaje de conocimientos y percepciones, amasando un pan de diversas clases de harinas, que han sido molidas en conocimientos anteriores y que se asientan ahora en las funciones más altas de la intuición. ¿Es plenamente consciente el artífice de esta elaboración? La respuesta es sencilla: No. ¿Es por eso mismo menos personalísima esa elaboración? Tampoco. Y más bien al contrario. Y eso está dicho allí en el último terceto:

a través de la secreta escala del pensamiento
han venido a mi en esos pasos silenciosos
cuya pisada es mí corazón palpitante.

El corazón palpitante es importante. De lo dicho más arriba viene la conmoción del alma en consonancia con la capacidad conmovedora de lo real. Y ésta es una particularidad de los artífices de obras expresivas de belleza. Pero la escala es secreta, que es como decir inefable. Y los pasos son silenciosos, esto es, íntimos en la más honda intimidad. Pero, a su vez, el conocimiento conmueve. Por cierto que al decir pensamiento no se trata sin más de la razón puramente raciocinante. Pero tampoco es solamente la inteligencia penetrante, sino un lugar personal de la intimidad del alma en la que el corazón -en términos agustinianos, por decirlo así- recibe las cosas amorosamente, gozosamente. Las intuye, las paladea, recibe de ellas luz y calor. Ellas iluminan y a la vez son iluminadas en el acto mismo de ser conocidas. De ese matrimonio proviene lo que llamamos inspiración o musa. Y de ese matrimonio procede la obra como un hijo palpitante, tan palpitante como la madre que lo ha parido: la inteligencia del hombre, o por mejor decir, el hombre mismo en todas sus dimensiones.