viernes, 23 de enero de 2009

Día 23

“Día 23. No es que las mujeres no entiendan, sino que no atienden.”

Ay, don Braulio. Se murió a tiempo, ¿sabe?

En 1978, todavía no era furor el primer mandamiento: “no discriminarás cosa alguna de pensamiento, palabra, obra u omisión, por ninguna razón”.

Así que ahora habrá que apechugar más o menos sin su concurso. Y seguro que con esta glosa algún batuque habrá. Veamos y ya veremos.

Por lo pronto, parece nítido que la Florecilla no dice “no es que los hombres...”, menos aún “no es que los varones...”. Dice clara y argentinamente lo que allí se ve.

Para los arqueólogos, queda claro que de este modo expeditivo don Braulio da por solventada la cuestión de si las mujeres tienen alma (luego, entendimiento...), y se ve que la da por solventada a favor del alma, y quiero decir que el alma sale ganado si las mujeres tienen una. De este modo, ¡chitón! porque no es ésa la cuestión entonces.

Si en otras de las 5 Florecillas que rozan a la mujer, el asunto apunta inmediatamente a ciertas veredas de la relación entre el varón y la mujer, ésta –con no ser una excepción– lleva otro rumbo, o al menos obliga a pensar en hondo o al menos de otro modo.

Porque en este caso, atiendenno atienden, mejor dicho– es el eje. Y a mi sabor, eso implica algo de lo femenino in se, tanto como un tipo de la relación entre la mujer y el varón, y entre lo femenino y lo masculino (horror de horrores para los que ya no hablan en la antigua lengua de Arda...), lo cual lleva una fuerte carga simbólica.

Atender. Bonita cosa. Y creo que se ve que no está hablando sólo de una discusión de asuntos que se dirimen en el plano teorético. No sólo. Tampoco de una mera relación descendente en la que ellas oyen lo que se les dice con atención y obedecen básicamente a lo que han oído con atención. También la Florecilla parece hablar de un vínculo en el que ellas no atienden, debiendo atender. ¿Qué? ¿Lo que se les dice? ¿Lo que se les indica? ¿Lo que es?

Difícil saber, no siendo mujer. Pero tal vez se pueda colegir de la experiencia, de lo que se ve y se llega a saber. Nihil humanum a me alienum..., don Terencio.

Aquí, tal vez alguien –presumiblemente fémina– interponga un recurso: ¿Deben atender las mujeres? ¿Por qué? ¿En qué sentido? ¿A quién? ¿Quién lo dice?

Las dos series de preguntas están relacionadas, me parece. Las dos apuntan a lo que la mujer es y a lo que la mujer significa, tanto como a lo que es y lo que significa su relación con el varón.

Mirando rápido, parece entonces que la carga pesada de los siglos la lleva la mujer, en principio. Así como todo eso que lleva de algún modo al postulado de la Florecilla, dirían canónicamente hoy que parece pertenecer a un universo perimido, a un estadio cultural deficiente y perverso además de superado ya por la emancipación y liberación de la mujer. O por las construcciones de género, no ya de sexo. Claro. Por eso. Sigamos.

(De paso habría que anotar que, pese a que en ese supuesto la carga obediencial la llevaría la mujer, el varón no se ve libre de carga, si es él en tanto varón quien tiene que formular algo que valga la pena de ser atendido, si tiene que asumir la conducción de lo que debe andar y funcionar, si tiene que tener sí o sí virtudes de mando para mandar lo que atendido debe cumplirse...)

Con todo y eso, ahora el problema específico es qué habría que pensar y decir si la mujer finalmente no debería –ni pudiera– emanciparse de algo que la hace lo que es, si de eso no pudiera ni debería liberarse. Y si no pudiera construir algo que reemplace lo que es, porque destruyendo lo que es, o simplemente alterándolo, para construir otra cosa en su lugar, se altera hasta destruirse o, lo que es peor, hasta desnaturalizarse.

La lectura más o menos típica de esta Florecilla es la que dice que las mujeres son medio bólidas, distraídas, difusas, despelotadas. No hay objeción para quien quiera guerrear en esos andurriales. La única condición que debería aceptar es la que manda no reducir la atención a que no se le caigan los platos de la mesada, como no reducir su simbolismo al de la mera matriz.

Hay que tener cuidado con los significados de las cosas. Ya lo dije alguna vez y lo repito ahora apretadamente. Hay algo en la mujer que creo significa a todo hombre, a lo humano. Y a esa parte de lo humano que se asocia con lo terreno, su lugar natural, más que con lo celeste. Como si dijera lo humano en estado bruto.

Los hombres son débiles, le dice Elrond a Gandalf, antes del Concilio en Rivendel, cuando dirimen quién está a la altura de la empresa magna. Débiles. Como las mujeres, digamos.

No es que no entiendan, es que no atienden, podría decir alguno también respecto de cualquier humano. Y como les cuesta atender, les cuesta obedecer. Entender qué son, y atender y obedecer primero a lo que son, después a lo que significa lo que son, después a para qué son y qué deben hacer con lo que son. Y finalmente atender y obedecer al Autor.

Tal vez valga la pena decir que cuando algo de lo que lleva la mujer en sí misma –aunque lo lleve en vasija de barro– pierde su sabor –supongamos que por desatención–, se hace difícil que eso que lleva vuelva a tener sabor. Pero no solamente pierde sabor, lo que a alguno hasta le podría parecer trivial. Es mucho más que el sabor lo que se puede perder y malograrse.

Y aunque ahora termino aquí la glosa, digo que, en un sentido primero, eso es así porque lo que lleva es, para Alguien, algo importante, algo que no debe perder sabor ni mucho menos debe perderse.

Porque lo que lleva es un hombre.