domingo, 11 de enero de 2009

Día 11

“Día 11. Recordemos que un político puede ser una buena persona y que dos políticos son dos malas personas.”

¿Será, don Braulio, por aquello que dice su amigo don Leopoldo: “con el número dos nace la pena...”?

El caso es que, visto rápidamente y en tren de recuerdos, lo primero que hay que recordar es que un hombre necesariamente es, en un sentido, político, como ya se ha dicho bastante por estos lados; en otro sentido puede ser un político, es decir, un profesional de la política, como tal vez habría que entender en esta Florecilla.

Aunque también se podría entender que se trata de un hombre que tiene una vis particular -y los correspondientes talentos y dones- que no solamente lo empuja afectivamente sino efectivamente a diseñar, conducir o ejecutar acciones en el seno de la polis, o las tres cosas juntas, buscando –cela va sans dire– el bien común de la comunidad y el bien particular subsiguiente de los que la integran, cuando cuadrare.

Lo segundo que habría que recordar es que en principio un hombre puede ser una buena persona, cosa de lo más importante y grave en política o en análisis político. Un hombre a secas.

Las cosas tienen coordenadas varias según las cuales pueden ser conocidas o calificadas y es necesario recordarlas cuando se habla de cualquier cosa, y también cuando se habla de política, porque también las personas son en cierto modo una superposición integrada de notas. Como si dijera que no basta con nosotros y los otros, no basta con derecha e izquierda, los de arriba y los de abajo. Están también los buenos tipos y los mal paridos, como están los inteligentes y los nabos, como están los que tienen buena voluntad y los que no tienen voluntad propia. Y así. Y cada clase con sus subgrupos y matices, claro. De modo que hay que recordar que la circunferencia tiene 360º y hay que ver en cada punto cuál es su opuesto. Y resulta que cada quien puede ser de distinta laya según los pares que se le apliquen o las costillas que le estemos contando.

Es verdad que somos un termino medio, porque somos, precisamente una sola cosa y no muchas, y que siendo una cosa, las varias notas que nos adornan o nos son propias se enhebran en un dominante, en un como gris, diría, en el que resaltan tonos de los colores que somos: un gris azulado, un gris acolorado, un gris blanquecino, y así.

Pero es verdad también que suele hacerse un batido con algunas, varias o todas ellas y sacar un promedio que más o menos termine diciendo por aproximación –en general, batido intencional y algo mañoso, si puedo decirlo así–aquello que decía Castellani:
Nosotros somos los buenos,
Nosotros, ni más menos.
Los otros son un potros
Comparados con nosotros.
Por olvidar o desdeñar este asunto es que al fin y al cabo terminan formándose orgas, capillas y sectas. Y partidos.

Cierta carnalidad un poquitín escandalosa hace que la pertenencia tenga sus privilegios, como si dijera que son la carne y la sangre las que hacen buenos a los hombres, y a los políticos, entendiendo por carne y sangre, claro, cierta materialidad de las ideas, de los gestos y criterios y no la formalidad de la verdad, siquiera la verdad política y aun práctica. Pero, por escandalosa que resultare, es frecuente esta carnalidad en los hombres. Y parece que harto frecuente es en las cosas más altas, como son la religión y la política.

Simplificando y acortando líneas, diría que hay que ser Dios, o Hijo de Dios, para discernir y obrar de tal suerte que se pueda evitar esta carnalidad y para enseñar o ayudar a evitarla. Pero también es verdad que ni así, si el hombre se empeña a fondo, parece posible sacarlo de sus 13; porque parece que hay una como tendencia innata a la apropiación y a la sustitución.

Ahora bien.

Podría entenderse que dos políticos, tal como advierte la Florecilla, son dos políticos juntos, unidos por un mismo propósito, aunque sean adversarios, si bien no es necesario que sean opuestos y pueden ser afines, claro. Igual, más bien se entendería de lo sugerido en la Florecilla que ese propósito común es nefasto o es bueno en sí pero querido lateralmente, como per accidens, de modo que para obtener el fin (que circunstancialmente podría ser un buen fin o tal vez sólo mistongo) les valiere a ambos (y ese ambos quiere decir más de uno, presumiblemente inocente en su soledad de pura azucena...) cualquier medio, especialmente los medios menos nobles o los más innobles.

Podría entenderse, a la vez, que eso pasa, por ejemplo, en los partidos políticos, lugar adonde habitualmente van a dar los políticos, dichos ellos profesionalmente, o con ganas de serlo.

Y es verdad que hasta donde uno sabe y conoce, los partidos tienen, al menos, un problema grave: la representación. Tanto porque se arrogan la exclusividad de la representación, como porque la falsean y malean, llegado el caso (y casi siempre les llega el caso...)

No tengo que hacer acá un manual de ciencia política o de filosofía de la polis, cosa que harían mejor otros.

Pero para glosar esta Florecilla, en particular en este segundo tramo, tal vez bastaría con recordar lo primero que había que recordar. No es fatal la maldad operativa de los hombres, pueden obrar bien y pueden ser buenos. No es fatal la maldad de la política, ni en uno ni en dos políticos.

Al revés, en todo caso. Como los hombres pueden ser buenos, individual y socialmente, existe la política, que se supone ayuda precisamente a lograr en acto ese bien potencial, de la sociedad y de los hombres uno a uno considerados y beneficiados por el bien de la polis.

Pero, entonces, no estaría de más preguntarse: ¿cuántos hombres deberían dedicarse a procurar ese bien para la polis y para los hombres que en ella viven y se mueven?

De la respuesta que se dé a esa pregunta dependen muchas cosas.

Muchas cosas que hay que recordar también.

Por ejemplo, de la respuesta que se dé a esa pregunta depende el bien de la ciudad, cosa de veras vital para los hombres, mucho más que ese sustituto de bien individual que es la complacencia por el acuerdo absoluto que uno pueda alcanzar con las propias ideas y acciones, a las que se considera buenas por ser propias, como ya dije.