miércoles, 28 de enero de 2009

Día 28

“Día 28. Marchar por el camino real, pero sin perder de vista el atajo.”

Como si fuera tan fácil, don Braulio. O tal vez por eso mismo, porque no es sencillo ni fácil el camino real. Ni el atajo lo es.

El camino real, en mi pueblo, es el camino principal, el que cruza todo el pueblo como por el medio. Es también el camino que va de un lugar importante a otro lugar importante.

Más que nada es un camino, hay que decir. Llega al pueblo, pero sigue.

Difícil entrar al pueblo por otro camino que no sea el real. Y es del caso que es el mismo camino que da sus curvas y contracurvas porque de ese modo pasa por donde tiene que pasar más bien. Ya porque toca sitios que tiene que tocar, ya porque además va por donde es más conveniente ir.

Curiosamente, en el caso del camino real que conozco, tiene las mejores vistas, del pueblo al que va y de todo lo que el pueblo tiene alrededor. Curiosamente, es el camino que deja bien a todo el mundo, de un modo u otro.

Claro que es un ejemplo nomás. Pero es un camino real.

Hay atajos también. Pero son más bien para el que sabe. Y eso tiene el camino real de real: es para todos, más bien. Según y conforme, cada quien va por el camino real a su modo, como puede, en lo que calza y tiene a mano. Pero eso es también porque el camino lo guía, y porque el camino lo deja.

El atajo es distinto. Por el atajo se va de otro aviso. Pruebe a tomar el atajo en camioneta, pruebe hacerlo con el charret de dos ejes, anímese con la chata cadenera por el atajo y después me cuenta cómo le fue. Y dónde tuvo que dejar el vehículo para que se lo vayan a buscar.

Los atajos son atajos, precisamente. Básicamente, acortan, abrevian, tajan, cortan.

Y es difícil cortar y tajar. ¿Por dónde? No es sencillo. ¿Con qué cortar? Tampoco es fácil.

Es claro que la vida tiene de ambos. Y mezclados y entreverados, de suerte que con la Florecilla podemos decir sin mentir que mientras se marcha por el camino real no se pierde de vista el atajo. Porque de saber eso depende la marcha. Porque como dice el cantor: no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar.

El camino real es como si dijera el general que diría Castellani, diciendo a Kierkegaard. Pero me parece a la vez que el atajo no es enteramente aquel singular del que hablaban ambos. No necesariamente. No siempre. Y no falta quien confunda singularidad con atajo.

De hecho, el singular podría ir yendo sin más por el camino real, inmerso en las generales filas de viandantes del camino real, casi sin que se note que va como uno más, por el camino ancho, bien abovedado, con zanjas, entoscado, o con un buen macadam. Incluso podría ir por el atajo mismo sin moverse del camino real.

Porque también hay atajos y atajos, y creo que no desdeña eso la Florecilla. Porque se sabe, por ejemplo, que hay atajos establecidos. Los hay en mi pueblo. De hecho, sobre la vía ahora muerta y que fuera del trencito del molino harinero, hay una manzana entera despoblada -orlada de casuarinas que dan una siesta de gloria- que siempre se ha usado de canchita de fútbol y tiene una preciosa diagonal que la cruza, pelado de pasto el sendero en medio del field. Es un atajo, claro. Una cuadra menos, más o menos, como sabrá un geómetra.

Y está el atajo del que sabe también. No es un atajo que no se haya hecho nunca. Él, el que sabe, al menos, lo ha hecho otra veces y por eso puede guiar por allí al ignaro.

Pero está finalmente el camino que se hace al andar, cosa la más difícil de todas en materia de caminos. Y de la existencia.

Se dice que buscar atajos es peligroso. Y lo es. Es peligroso por lo que vengo diciendo, me parece. Lo que incluye el hecho de que el atajo puede ser el nombre de alguna grandeza inusual. Y nada más peligroso que no conocer la propia medida, nada más peligroso que la hybris del tajador de caminos.

Tal vez a alguno le venga bien caminar dos cuadras y no la mitad. Tal vez haya cosas que no se deban tajar y hay que hacerlas completas. Tal vez a otro le convenga no aventurarse por donde no sabe, no sea cosa que se pierda. Tal vez a alguno le venga bien regir mejor su audacia, su atolondramiento acaso. Tal vez otro deba conocerse mejor y darse cuenta de que el camino real es lo suyo, no importa cuántas imaginaciones y veleidades se hiciere sobre su pericia para tajar la vida alguna vez. Tal vez algún otro deba darse cuenta de que el atajo es el nombre heroico y aventurero de lo que mejor debería nombrar vanidad o pereza.

El camino real es el nombre de lo que hay que hacer. También es el nombre de lo que corresponde hacer. Es también el nombre con el que los que caminan llaman a su sumisión a la ley y al espíritu de la ley. Es también el nombre de las arduidades de esta vida y del camino a las veces fatigoso, insípido, doloroso de esta vida. El camino real es también el nombre de un amor a un bien y a una verdad y a una belleza que están en esta vida y no son de aquí del todo. Y es el nombre del amor a Dios y a sus hijos, los hombres.

Pero es el caso que el atajo tiene también todos esos nombres. Exactamente los mismos nombres.

Y toda la vida se juega a cada paso viendo por dónde se han de ir nuestros pasos.

Por el camino real. O por el atajo. Hasta que termine el viaje.