jueves, 1 de enero de 2009

Día 1

“Día 1. Hoy mismo mandar a alguien al carajo.”

Es, precisamente, la primera de las Florecillas Espirituales para el mes de... que escribió Ignacio B. Anzoátegui, Braulio, para los conocidos (y los conocedores...)

Y no está mal. No sólo para ser la primera de las 31 que compuso.

Claro que.

Estuve pensando en estos días sobre esta atinada propuesta espiritual. La encontré llena de sentido. La mitad de la biblioteca, al menos, me dice que es un acto como de caridad, supuesto claro que de algún modo uno tenga que hacerlo, supuesto entonces que no sea una arbitrariedad y un capricho, o una más o menos solapada hinchazón del espíritu, que se pone a repartir rayos olímpicos. Es claro: a veces uno puede tener que –y entonces debe– mandar a alguien al carajo, por su propio bien de él. Hay veces en que hacer el bien es mandar a alguien al carajo. Y más concretamente: hacerle el bien a alguien en particular.

La otra mitad de la biblioteca –como si la primera ya no estuviera plagada de matices en sus mejores exponentes–, dice otra cosa. Incluso hasta por motivos prácticos.

Con esos datos me puse a hacer la lista de quiénes –quiénes pide la Florecilla, y no manda ver qué cosas...– podrían ser los beneficiarios de esta comanda espiritual.

Y, claro: había muchas cosas que hacer en estos días como para aplicarse a la lista completa, que a medida que avanzaba se prolongaba por ramificaciones insospechadas e insospechables. Una de las cosas que me dejó más o menos perplejo es la cantidad de razones que sostenían cada postulación.

Al final, apremiado no sólo por los trajines sino por el asunto mismo, que me pareció tener sus recovecos, se me dio por dividir la consigna en dos partes.

Una la dediqué al resuelto “hoy mismo...”, porque el valor temporal del emblema conminatorio no es cosa baladí, se me ocurre. La otra, paralela o consecutivamente, se ocuparía de “...mandar a alguien al carajo...”, si bien en este capítulo había un párrafo aparte para las delicadas consideraciones particulares sobre “...alguien...”, ya que “...mandar al carajo...” era rotundo y nítido, porque, más allá de los estilos personales, bien se entiende que no se manda al carajo de la misma manera con un pulido y ambivalente british style que si se lo hace con un meridionalmente expresivo y sonoro uso nostro.

Así las cosas, ya no era solamente la lista de unos condenados al exilio reparador, en la que uno podría cebarse a mansalva. Ahora la cuestión revierte sobre un asunto más complejo en el que están en juego, por así decir, toda la ley y los profetas.

No bien se adentra uno en algo más que la imaginación rocambolesca de revolearle a alguno la capa del pundonor en sus propias narices de él, aparecen cuestiones que no se disuelven a menos que uno las resuelva. Y, de preferencia, resolviéndolas como se debe.

Una de ellas, sólo una de ellas y no la más importante, obliga a considerar, por ejemplo, en qué lugar de la lista de carajeados pondría uno el propio nombre. Y por cuáles motivos debería uno beber un poco de esa medicina salutífera.

“Día 1. Hoy mismo mandar a alguien al carajo.”

Y, sí.

La primera mitad de la biblioteca aparece incólume y cristalina. Y no tiene que ser persuasiva, porque es per se nota.

Pero.

Es la segunda parte de la biblioteca la que, en este día primero, me ocupa más.

Tal vez me lleve todo el año bocetar una lista a mano alzada, incompleta siempre, claro.

Tal vez me lleve todo el año conversar con ambas partes de la biblioteca, para establecer las distinciones del caso y las acciones que se siguen de tales conclusiones, claro.

Tal vez, aunque Braulio no lo haya escrito, hay un Día 0 que obliga a considerar los otros 31 con cierta sabiduría.