domingo, 18 de enero de 2009

Día 18

“Día 18. Apiadémonos hoy de los vencidos; que tal vez mañana se apiadarán ellos de nosotros.”

No se puede pasar por esta Florecilla sin la mención obligada del Vae Victis! de Breno.

Pero es precisamente esa obligación la que permite ver que derrotas y victorias son de algún modo dinámicas en la historia, y esto mayormente, claro, porque de algunas derrotas hay pueblos, por ejemplo, que no han vuelto.

Breno era galo, como se sabe, jefe de aquellos senones que asediaron y sitiaron Roma en el siglo IV antes de Cristo. Con displicencia, cuando los romanos protestaron porque la balanza gala nunca terminaba de pesar el oro que rescataría a la Eterna, después de la derrota de Alia, Breno, diciendo la famosa frase, arrojó su espada al platillo propio.

Tres siglos más tarde, Julio César los borró del mapa, casi literalmente, y aunque el imperator de la República tenía ganada fama de astuto componedor en su beneficio y de perspicaz geógrafo político para trazar fronteras y establecer pingües alianzas, Vercingétorix, el averno, supo que sería decapitado lo mismo, cuando Cayo Julio lo derrotó finalmente.

Ya ven: Roma es tan vencida como vencedora y, con el tiempo, tendría hartas ocasiones de recordar qué se siente ser vencida y vencedora, incluso a la vez. Y la historia no terminó todavía. Y probablemente Roma tampoco.

En el caso de esta Florecilla, que resuma prudencia tanto como misericordia, creo que convendría detenerse en vencidos y en el casi insidioso tal vez. Entretanto, el eje que une ambas cosas es ciertamente piedad.

Vencidos es una expresión peligrosa. Y en historia, más. En primer lugar, porque vencidos no es una categoría indiferente o neutra. Por eso mismo, creo que hay unas cuántas preguntas al respecto. Y como son programáticas, no hace falta contestarlas. Lo que no impide que cada quién haga su propia inspección.

Vencidos y vencedores. Vencedores y vencidos. Muy bien.

¿Cuál es la guerra? ¿Quiénes son los que se enfrentan? ¿Por qué motivo se enfrentan? ¿Cuál es el motivo real y hondo? ¿Cuál es el superficial o aparente? ¿Qué quiere en realidad cada uno? ¿Qué espera conseguir cada uno? ¿Qué es cada uno? Pero no basta con quién o qué es cada uno, claro. Hay que preguntarse además por lo que cada uno representa en sí mismo y en el mismo enfrentamiento.

Vencedor y vencido son categorías peligrosas. Y hay que poner más acuidad que entusiasmo partisano en catar lo que vale y significa cada una de ellas. Se puede simplificar, claro: siempre se puede. Pero hay que pagar un precio por ello. Y no es bajo, le garanto.

En este sentido, y aunque diré otra cosa acto seguido –pero en otro sentido–, digo ahora que, en la primera parte de la sugerencia, si hay que mirar vencidos hay que mirar también hoy. ¿Quiénes son hoy los vencidos? Habrá quienes crean una cosa y quienes crean otra. Y allí mismo entonces se puede anotar a gusto, según las preferencias de cada quién. Pero tiene que saber, estimado, que, cuando anote a gusto, se le notará el gusto y notándosele el gusto tal vez con ello mismo, por ejemplo, se le notará si es posible que verdaderamente se apiade. ¿Quiénes son los vencidos? Claro, véalo simpliciter, véalo secundum quid, y tendrá que hacer algo más que un River-Boca para dirimir la cuestión de un modo que valga la pena. Pero cuando lo vea, sepa también que estará viendo la idea que usted tiene de la historia. Y de quién gana y quién es vencido. Y qué se gana y qué se pierde, qué es lo que realmente está en juego. Y por qué. Sin eso, aunque no es imposible del todo, es difícil apiadarse realmente. Es como si le dijera que si no se da cuenta de quién es el vencido y por qué lo es, le va a costar más la piedad con el vencido.

Como decía, la Florecilla insta a apiadarse hoy de los vencidos y ahora digo que, en otro sentido, no es tan determinante el tiempo de la piedad, salvo en relación opuesta del hoy con el mañana que sigue, como lo es la piedad misma. Porque esto es peligroso también. Apiadarse se puede por varias razones. Pero si la Florecilla tiene algo de veras importante para decir, esa piedad no puede ser solamente el fruto de un cálculo y de un trazado como dialéctico. Es verdad que no hay que hacerle ascos a los movimientos relativos, de tanto en vez, que todas las escaleras tienen escalones, después de todo, y no somos ángeles, como para que logremos cada paso con un movimiento absoluto y bastante. Pero como quiera que fuere, para que se pueda decir piedad, hay que sentir piedad, tener piedad. Y hay que saber por qué.

Piedad y justicia no son contradictorias. Bastaría con no exagerar la pena del vencido, bastaría con compadecerse de su pena. Bastaría con evitar la humillación cruel o innecesaria, o con no aplicar el ojo por ojo. La piedad, al primero que afecta y beneficia es al que la siente y practica. Pero para eso es preciso que el que se apiada quiera ser beneficiado por los efectos de la virtud, sin desdeñar las razones que lo obligaron a combatir. Bastaría con cumplir aquello que dice Lewis es un principio universal de la moral: no hagas a otro el mal que no querrías para ti.

Y parece que tanto no ha de ser apiadarse un cálculo mal parido, que allí está ese tal vez que dice la Florecilla. Parece –nomás podría parecer– que allí se dice que hay que jugar al truco con la piedad al vencido, como orejeando las cartas por lo que pudiera pasar. Una especie de inversión a futuro, fundada en la rueda de Fortuna, que nunca está quieta en una cosa. Y así como hoy somos vencederos, sabemos que mañana seremos los vencidos. Como si instara, entonces, a no olvidar ese pequeño mecanismo de retardo de nuestra piedad hodierna que nos salvará de la crueldad del vencedor mañana.

No creo.

Parece más bien que la piedad con el vencido ha de ser fruto de la magnanimidad, y no del regateo. Y no debería esperar nada a cambio. No por orgullo, sino por humildad, precisamente. Puede uno tratar de asegurarse de que su intención es buena y recta, y rectificarla cada vez. Pero, ¿puede hacer lo mismo con la intención del vencedor que cuando fue vencido recibió piedad? Tal vez mañana se apiadarán ellos de nosotros quiere decir lo contrario al do ut des.

Pero ahora que lo digo, me parece que para que esto que dice la Florecilla sea posible, tal vez haya que tener un concepto de mañana que no se circunscriba a los términos temporales de mi vida y ni siquiera a los términos temporales de la historia.

El mañana que vislumbra la piedad con el vencido, tiene que ser un mañana que dure más que mil años.

Porque es muy probable que sin ese mañana que digo, no sea posible la verdadera piedad con el vencido.