martes, 27 de enero de 2009

Día 27

“Día 27. Ser delincuente político, antes que político delincuente.”

He aquí otra Florecilla que repite un tema, desde otro ángulo. Y está bien que uno de esos temas repetidos sea la política, porque, pese a las suspicacias justificadas, se nota sin decirlo que es un asunto capital para los hombres.

En este caso, y sin mayores disquisiciones, se puede avalar la alternativa. Y hasta la especie de consejo en retruécano de que mejor delincuente político que político delincuente.

A todas luces, político delincuente no tiene mucha hermenéutica: quien cae en esa categoría –frecuentadísima, por cierto, y ya sé que cualquiera lo sabe...– no puede pedir que se entienda de este u otro modo la expresión. Un político delincuente es un delincuente sin más y en una materia gravísima, si es que la política es materia gravísima y ciertamente lo es, porque el hombre es político. Si un político es un delincuente en cuanto político, no hay vuelta que darle.

Pero al considerar la cuestión de un delincuente político, la cosa cambia. Allí sí que hace falta distinguir, porque puede darse el caso de que haya diversas formas de entender cuándo alguien ha violado alguna ley, de modo que eo ipso se convierta en delincuente. Y esto es posible porque no todas las leyes son vino de buena uva. Ni todas las leyes obligan, porque, incluso, formalmente, algunas ni siquiera lo son. Y se sabe que una cosa es lo legal y otra lo lícito. No es cuestión de que cualquier regla de juego valga lo mismo y es claro que se puede legislar lo inicuo y lo malo y pervertir el fin de la sociedad y del hombre en los papeles y hasta embretar al hombre para que haga legalmente lo que no debe. Incluso conminarlo a que no haga lo que debe, bajo pena legal severa. Así, el infractor puede llegar a convertirse en delincuente, por haber cometido un dizque delito contra una pseudoley. Y si su acto es un acto político –en sí mismo específicamente o por sus consecuencias–, este buen señor –o señora...– resultará con esa cadena de inconsistencias un delincuente político, y por tal se lo tendrá, y así se lo penará o castigará.

Como se ve, la expresión puede tener entonces toda la ambigüedad que este tipo de expresiones puedan tener. Y prestarse a cualquier artilugio retórico para que el delincuente político quede comprendido entre los exonerados. Y de hecho así suele hacerse y casi no hay otro modo hoy por hoy.

El caso es que sin la discusión acerca de qué es una ley, cuáles son las leyes, tanto como la discusión acerca de qué es un delito y cuáles son sus especies, grados y demás asuntos, difícil avanzar en la cuestión.

Pero aún así, incluso cuando pudiera darse esa discusión, dentro de ella habría puntos que están fuera de discusión y fuera de la posibilidad de dictamen humano, pese a que el hombre habitualmente dictamina con comodidad irresponsable sobre el cielo y la tierra y sus adyacencias...

No quiero imitar los rulos retóricos o conceptistas de mi glosado, pero creo que una forma de ser un político delincuente –y una forma de las más graves, si no la más...– es arrogarse el haber comido de los frutos no sólo del árbol de la ciencia, sino de los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal y pretender, en consecuencia, darle un sentido a las cosas distinto del que tienen y obligar a que se obre con ellas según su nuevo status.

Siempre podrá haber un tribunal que le cuente las costillas a un funcionario para ver si metió la mano en la lata o en mi bolsillo. Y siempre quiere decir aquí llegado el caso y si conviene o si no hay más remedio, porque es demasiado brutal el piedra libre que cantó alguno...

Pero menos probable, y casi menos posible, y en realidad hoy imposible, es que haya un tribunal que juzgue a un político por haber cometido el delito de manipular no ya la ley sino las cosas sobre las cuales legisla, desnaturalizándolas.

Hay tribunales que parecería que sí se ocupan de estas cosas, pero nada más y solamente una vez que se ha promulgado un nuevo estatuto de lo real, de modo que no juzgan el delito de manipular la realidad, sino el de negar o manipular la realidad manipulada.