miércoles, 14 de enero de 2009

Día 14

“Día 14. No treparse en la loma; pero tampoco dejarse desalojar.”

Con un poco de mala voluntad, el chiste de esta Florecilla podría leerse así: No he mentido nunca. Ni volveré a faltar a la verdad.

Pero la gramática dice otra cosa. Trepar es como subir. Treparse, como subirse. Según lo que uno quiere decir, rige una u otra preposición. Por ejemplo, trepar a un lugar, significa dirigirse, ir hacia alguna altura. Treparse en un lugar significa ponerse en ese lugar, quedarse, siquiera por un tiempo. Es la diferencia entre un complemento quo (ir hacia) y un ubi (estar en) en latín, por caso.

¿Habrá una diferencia –y la hay en gramática, pero me refiero a una diferencia como si dijera moral– entre un quo y un ubi? ¿Diría lo mismo si dijera, con un quo, “no treparse a la loma”, o la restricción es simplemente para el ubi, tal y como lo expresa aquí don Braulio? ¿La restricción es para el que permanece o se pone en un lugar o situación del espíritu, o es también para el que lo pretende? Y en cuanto a ese pero, que parece adversativo pero bien puede tenerse por concesivo, ¿sólo restringe parcialmente la interdicción al que se instala en esa situación o aconseja por el contrario pretender ir a las alturas con intención de quedarse, llegado el caso?

Porque hay que prestar atención y ver si los matices del contrastador dictum brauliano, dicen lo que parece o dicen otra cosa.

Supongamos que soy un paspado básico, uno de pocas luces y entendimiento lineal y, dentro de las figuras de la geometría, levemente cuadrado. Yo, por ejemplo, ¿qué debería entender? ¿Me subo a la loma o no? ¿Me instalo en la loma o no? Claro que para instalarme en semejante altura predominante, y que por eso mismo podría resultarme de lo más segura de sí misma, antes tuve que haber subido, tuve que haber ido subiendo, y antes todavía, haber empezado a subir dirigiéndome hacia allí, y antes aun tuve que haber decidido hacerlo y haberlo querido y haber visto bueno el subir, e incluso el quedarme allí. Y, siguiendo el dictum, algún barrunto tuve que haber tenido en el comienzo de que llegado allí, no me avendría a deslocarme fácilmente, por una razón u otra, y una podría ser buena y la otra mala.

Si por mí fuera, entendería que ir hacia arriba es bueno, sin más. No de cualquier modo, claro: ay, de los adverbios, repitamos..., ay...

Y entendería que voy para quedarme, que para algo es bueno ir hacia allí: para estar allí.

Y si es bueno, no querré salir ni que me saquen.

¿Y entonces? ¿Cuál es el problema?

Precisamente, el pero se me hace que es el problema. El pero es lo que cambia la cuestión, o lo que me permite ver lo mismo de otro modo.

Si fuera política, por ejemplo, la cuestión se traduciría en el “sostenella y no enmendalla” (o mantenella... como dicen otros), que es eso que dicen que también grababan en las espadas de acero de Toledo:
No la saques sin razón
pero si has de sacarla,
con razón o sin razón,
sostenella y no enmendalla.
Sostenella o mantenella quiere decir tanto que no ha de dejarse caer la espada por ánimo flaco como significa poner el ánimo en la mano que la sostiene, y no enmendalla quiere decir, entiendo, que no debe ser desnaturalizada, que no ha de cambiarse su naturaleza y su fin, por pura conveniencia, como no ha de cambiarse el ánimo que requiere la empresa por cobardía o cálculo mezquino. Como si dijéramos lo que dicen algunos castellanos viejos respecto de mantener la palabra dada: precisamente, sostenella y no enmendalla.

Hoy día –entre los españoles, más bien, que aquí en las pampas no se usa casi– el sostenella y no enmendalla es como una expresión de tozudez y hasta de mentira política o de sostenimiento de un error o de un fallido, cuya corrección sería el peor de los pecados hodiernos en política: la debilidad.

La Florecilla es el verso trasliterado, si me preguntan a simple vista.

Y parece que dice: si uno se atreve a cosas grandes, ha de atreverse porque lo que ha emprendido es grande y alto, más que por el aplauso que se deja oír sonando allá abajo, cuando uno está por fin en esa altura a la que queriendo sin querer tuvo que haber llegado. Una vez allí arriba, viene el momento de considerar el pero.

Pero significa que no se llega a lo alto en vano, que no se llega allí por vanidad, que no debe subir uno vanamente, como no se saca la espada vanamente, ni se da la palabra frívolamente.

Ahora bien.

Pararse en la loma es sinónimo de jactancia y presuntuosidad. Pero también podríamos apelar a un dicho campero, que en boca del Viejo Vizcacha parece prudencia y es como pusilanimidad y aburguesamiento (de lo que ya se hablará aquí en otra Flor...):
El que gana su comida
bueno es que en silencio coma.
Ansina vos, ni por broma,
querrás llamar la atención.
Nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma.
Podría pasar que alguno le resultara cimarrón a algunos. Porque no anda muy domesticado y hace lo que le parece que tiene que hacer. Y a veces, si cuadra, lo que tiene que hacer son cosas que o son grandes, o lo parecen a los de ánimo pequeño. Con lo que más cimarrón parece el tipo, parándose en esa loma.

Y, claro, no es que quisiera pararse allí. Pero resulta que ni modo de hacer algunas cosas sin.

Y seguro que allí parado no escapará el cimarrón. Pero el caso es que no está parado allí en la loma por error o inadvertencia. Cuando quiso una cosa, aceptó la otra. Y entonces, difícil será que quiera bajarse. Y no porque le guste el aplauso, sino porque no hay modo de hacer lo que hay que hacer sin estar parado allí. O porque ése es el lugar que le corresponde mas bien a la cosa que está haciendo, no necesariamente a él.

Y por eso resultará más cimarrón todavía: porque parece que no quiere desalojar la loma, cuando en realidad, más que la loma, lo que no quiere dejar es la cosa que lo puso allí.