miércoles, 12 de julio de 2006

Fontoba me joroba

Si estos sujetos que sostienen estas páginas cuentan bien, el anterior parece haber sido el artículo 700 de esta bitácora. Digo nomás, ¿importa realmente?

¿Alguno se había dado cuenta? ¿Verdad que no? Yo tampoco.

Esa pasión por los números redondos, ay...

Y hablando de pasiones tontas y de las pérfidas también.

Cito de memoria:
Igualdad oigo gritar
al jorobado Fontoba:
¿querrá pasar la joroba
o nos querrá jorobar?
Quiero decir en este caso que nos es casi imposible querer algo que no hayamos dado por bueno antes.

En razón de bien, se dice.

Y es por eso que ocurre frecuentemente que reputamos bueno lo que no lo es: lo justificamos, lo blindamos, lo defendemos, para que no vaya a ser cosa que a la luz pública aparezcamos deseando lo indeseable, defendiendo lo indefendible. Aparezcamos jorobados.

Y no es que nada más no podríamos quererlo sin darlo por bueno y querible. Es que sabemos que estamos defendiendo lo que no es defendible. Que estamos jorobados.

Descuento la mala -¿y la buena?, mmm...- fe de quien va saltando al rango las objeciones e impugnaciones, incluso poniéndole el pie a los que vienen detrás, sabedor de que en una carrera leal lleva las de perder.

Pasa incluso a veces que, flacos de mejores artilugios, nos basta con decir que quien sostiene lo contrario no es mejor que yo. Con lo cual mi pobre y maltrecho objeto indeseable nos parece -y queremos que parezca- que se reviste de una blanca luz que bendice y hasta canoniza.

Fea y triste cosa, sí. Pero posible. Y frecuente, vea...

Muy.

Dirán ustedes: ¡Oye, chico, con qué gentuzas te andas mezclando...! ¡Por nuestros barrios no hay animales de esa laya...!

Sí. Claro. No.