miércoles, 1 de noviembre de 2023

Auream quisquis mediocritatem diligit (IV)



Saepius ventis agitatur ingens
pinus et celsae graviore casu
decidunt turres feriuntque summos
fulgura montis.

(Castiga más el viento a los erguidos
pinos; peor caer desde altas torres,
y los relámpagos fulminan primero
las cumbres de los montes.)

Pero, sin embargo, la cuestión es que ad astra per aspera, pues se va a lo alto por caminos escarpados y difíciles. Y eso también porque bonum arduum est, pues procurar y alcanzar el bien es difícil.

¿Entonces, don Quinto Horacio? ¿En qué quedamos?

Quedamos en que quienes puedan, y deban querer porque pueden, (y en eso son pinos erguidos...) tienen que ponerse en situación de ser castigados por el viento. Y no es cuestión de no subir torres altas porque es peor caer de las altas torres, porque quienes puedan, y deban querer porque pueden, es mejor que empiecen a subir cuanto antes. ¿No subir a la cumbre de los montes porque allí los relámpagos fulminan primero a los que suben? Nones: quienes puedan, y deban querer porque pueden, deben ponerse en marcha hacia la cumbre.

Insisto: magnanimidad y la consecuente magnificencia. Dos notas que hacen al hombre virtuoso. Y debe hacer al hombre político en cualesquiera de las dimensiones de lo político. Al hombre que apenas abre la boca para hablar de lo político, para propagandear algo político, para procurar el bien común político. 

Empiece por ahí, porque por ahí se empieza.

Pusilanimidad es lo opuesto. 

Es sabido que se elige en razón de bien, aún cuando se elija el mal menor. Porque se elige evitar males mayores y eso da razón de bien. Pero quien va directo al mal menor es un pusilánime, porque antes debería haber arrancado por procurar el bien mayor posible.

Y entonces es presumible que no sea verdad que ha ido por el camino de la opción del mal menor, no hallando un bien: ha llamado mal menor a algo que en el fondo considera un bien sin más (siquiera para sí) y lo ha llamado mal menor para conveniente uso público. Y eso ya no es solamente pusilanimidad, es un artilugio fraudulento.

Y, como buen Licinio, se amparará en el consejo, porque le viene bien, "como anillo al dedo" (¿anillo de oro? no: dorado...):
Rectius vives, Licini, neque altum
semper urgendo neque, dum procellas
cautus horrescis, nimium premendo
litus iniquum.

(Vivirás más tranquilo, buen Licinio,
si en alta mar no bogas, ni tan cerca
de la orilla navegas, precavido, 
temiendo las tormentas.)
Entonces, entre un artero convenido y un pusilánime, no habrá mucha diferencia. Ninguna, si acaso. 

Salvo una.

El artero convenido, del signo que sea, puede tener algún rasgo que simule magnificencia y engañe a quienes crean que es magnificencia: será capaz de obtener su propósito a como dé lugar.

El pusilánime, por su parte, tendrá que conformarse con lo que quede en la mesa cuando ya terminó el banquete. Si queda algo.

¿Y todo por hacerle caso a Quinto Horacio Flaco y su pretendida aurea mediocritas

Y sí, tal vez sí: porque una cosa es algo dorado y otra cosa es algo de oro.