domingo, 26 de noviembre de 2023

No le crean




No le crean es una sentencia funesta cuando se refiere a una persona pública, a quienes ejercen la conducción de hombres, en cualquier ámbito, pero en el político especialmente. De hecho, no le crean es una sentencia funesta cuando recae sobre cualquier persona que se hace acreedora de la sentencia. Pero hablo de retórica particularmente, un arte desprestigiado y sin embargo muy importante desde el siglo V antes de Cristo. Para algunos iniciado por Empédocles, para otros por Córax y Tisias de Siracusa, lo cierto es que no fue hasta que Aristóteles se lo tomó en serio que se establecieron las reglas y contenidos del arte que –aun pasando por modas y modalidades, escuelas y corrientes– viven todavía, claro que, hay que decirlo, ahora desgajados de cualquier moralidad y adecuados a otras finalidades persuasivas y con otros medios. Ahora bien, la credibilidad a través del discurso es algo que Aristóteles trató en particular en el libro II de su Retórica, junto con el movimiento de las pasiones a través del discurso: el ethos y el pathos, como tipos de pruebas, hay que decir, según el Arte. Lo que corresponde al logos –el modo de argumentar sobre la materia de que se trate– lo trató en el libro I. En cuanto al ethos, no se trata allí de las cualidades morales, en realidad, sino que se refiere a cómo el rétor genera credibilidad a través de su discurso. Aunque es más propio del arte tal como él lo concebía (y no según la modalidad primitiva o la sofística) que la persona sea lo que parece ser, porque de ese modo su credibilidad es más firme, más persuasiva y menos vulnerable. En eso coinciden todos los clásicos a partir de Aristóteles, por otra parte. Es útil releer la historia de esa disciplina y muy útil repasar las consideraciones de Aristóteles, porque el arte del que se trata no es simplemente un "recurso eficaz" para persuadir, sino un modo de tratar la verdad contenida en opiniones ante quienes oyen (y en nuestros días además ven) y deben formar su propio juicio, sin que necesariamente conozcan específica ni mucho menos exhaustivamente las materias de las que tratan los discursos. Un juicio formado incluso sobre los asuntos sobre los que suele conversar y tener opinión el hombre común. Y, por eso mismo, un juicio que, bien señala Aristóteles, no se forma sólo por la argumentación sobre el asunto, sino por la credibilidad que le merezca quien lo dice o por el estado de sus pasiones al oírlo, movidas también por lo que oye o ve. Con todo y eso, es un arte de la mente razonando y conociendo y distinguiendo, tanto la mente de quien habla como de quien escucha, es un arte que acomoda las pasiones que pueden incidir en la formación de las opiniones y es un arte que disciplina al propio orador. Y eso aplicado no solamente a la vida pública, sino a cualquier conversación entre hombres y hasta a la enseñanza. Por eso, no le crean es una sentencia funesta cuando se refiere a una persona pública, y a la dirigencia de hombres, en cualquier ámbito, pero en el político especialmente. Y, claro, es una sentencia funesta cuando recae sobre cualquier persona que se hace acreedora de la sentencia.