lunes, 20 de noviembre de 2023

Tu nombre, celos, rapto




Suele pasarme con algunos trabajos o libros: demoro el final. No quiero que se termine. Pienso siempre que ya no tendré a qué dedicarme, qué leer, sobre qué escribir. Y nunca es verdad.

En estos días, compongo una obrita sobre sonetos desconocidos de Miguel Hernández. Y queda poco para terminarla y hasta esta mañana, otra vez, demoraba el final, triste de que se fuera al fin. Y "obrita" digo porque me refiero al autor, su servidor, no por los bellísimos sonetos de Miguel Hernández que hay en ella, se entiende.

Vieran ustedes: una mudanza es casi siempre un tropel de vida que no viene del pasado, sino del futuro. Porque hay cosas que están años esperando que volvamos a encontrarlas y que andando los años nos topemos con ellas. Y así fue.

Durante los últimos 20 años creí que había perdido: las copias de unos cuadernos y papeles, la obra completa manuscrita de Augusto Falciola, espléndido, eximio, finísimo sonetista. Una primera versión limpia mecanografiada me la había regalado el propio Augusto en una ocasión porque se enteró de mi preferencia por sus versos. Me robaron esa carpeta en otra mudanza, poco después de ese encuentro. Con los años, ya muerto Falciola, sabiendo su hija de mi pena enorme por la pérdida, había tenido la generosidad de copiar para mí todos sus cuadernos y papeles. Eran más de 500 páginas, pero los sonetos son muchísimos menos. Había allí muy ordenadamente la historia de sus versos: en varias ocasiones eran más de 20 ó 30 páginas de versiones y correcciones de un mismo soneto.

Hoy mismo, extrañando ya la obrita que todavía no terminé, en medio de la mudanza encuentro un enorme bulto, prolijamente cerrado: la obra "perdida" de Falciola.

Todavía estoy demorando la obrita que decía antes, saboreándola muy lentamente para no terminarla. Pero ahora no sólo para no dejarla ir, sino también porque tengo que moderarme para no zambullirme en el medio millar de páginas que vinieron a mis ojos y mis manos desde el futuro de lo pasado.

Hace unos 20 años, cuando principiaba esta bitácora, hablé en estas páginas del primer soneto que me lo hizo conocer, que es, el que ilustra esta entrada. En los papeles originales, además de al menos dos versiones distintas, tiene varios nombres: A tu nombre, Tu nombre, Celos, Rapto

Y es así que no hay cosa que pase al alrededor, hoy y por bastante tiempo, que me quite la media sonrisa de la cara y la alegría agradecida del alma.