martes, 14 de noviembre de 2023

Florecillas electorales para el mes de noviembre (II): Excursus sobre una amante


Hay un asunto: los radicales.

Y tengo que advertir que no tengo ninguna obligación de rendir tributo a la correción política de considerar al radicalismo una egregia institución patria. Si acaso en sus orígenes pudo haber tenido hebras de ideas y sentimientos mejores, con la gran mayoría de sus ideas y gestiones hay una cuestión y más de una. Fundamentos filosóficos, definiciones antropológicas, concepciones de lo político, lo social, lo cultural, lo educativo y hasta lo económico: todos capítulos que requieren revisión. Y de esa revisión con parámetros patrióticos y fieles a la naturaleza de lo argentino, el radicalismo no sale bien parado. Un difuso sentimiento de lo nacional y del pueblo, es parte de aquellas hebras que le llegan de algunas raíces que tiene hincadas en un pasado del que habitualmente reniega.

Tal vez por eso, saldrá mejor parado circunstancialmente frente a credos liberales (que tampoco le son ajenos, principiando por su defensa acérrima de la democracia liberal y de su propia concepción peculiar de lo republicano, al modo radical). Pero eso sólo circunstancialmente. De religión, por otra parte, mejor ni hablemos.

Hombres buenos y probos hay en todas partes, menos en algunas. Y por eso hay algunos probos y buenos hombres que, como un accidente, son radicales. De modo que cualquier juicio sobre hombres y nombres se referirá a si son buenos y probos, pero también a su adhesión al radicalismo, también en cualquiera de sus versiones. Y esto dicho porque desde simpatías mazorqueras y rosistas, pasando por enamoramientos socialdemócratas o derechamente de la más rancia izquierda, hasta abrazos con el capitalismo más ramplón o con atajos militares, en el radicalismo hay de todo. Si no fuera tan distinto, parecería peronista.

Por eso: no voy a hacer una historia del radicalismo. Solamente diré algo que tiene relación con el presente. 

Según veo, el radicalismo ha venido cada vez más, y sobre todo en las últimas décadas, haciendo el papel de una amante. Es, como si dijera, la tercera. A veces la tercera en discordia, a veces sin discordia. Siempre, la tercera.

Se mete o lo meten en un matrimonio frecuentemente mal avenido. El matrimonio entre las dos fuerzas políticas dominantes en la Argentina, que tantas veces se pelea y a los gritos (o a los tiros...): el liberalismo y el peronismo (y lo que cada uno representa). Pero siempre es la otra, no la legítima. El poder no vive con ella. Tiene su propia casa y su familia y parientes. Ella es la otra. Y el poder recurre a ella cuando le hace falta, cuando tiene ganas, cuando no le queda más remedio. Pero es la otra.  

De tanto en tanto, se siente la señora del mundo (a veces se lo hacen creer) y se pone a ordenar cosas por las suyas. Pero no le sale o no le sale bien. Y la desalojan. Y el poder vuelve a su casa de él. Pero en la su casa de él cada tanto se arman líos –algunas veces hasta por ella, por la amante– y la legítima lo echa de la casa. Y él, el poder, se refugia en el pisito que le puso Maple, en el que tiene guardada a su querida. Y todo para volver después de un tiempo a desalojar de su casa solar a la legítima, ahora él. A veces vuelve porque la amante se creyó la legítima y si hay algo que al poder le fastidia es eso. Ella patalea, grita, le tira los platos y los jarrones por la cabeza y hasta arma un bolsito y se va a lo de su hermana por un tiempo. Al poder, mayormente, todo ese escándalo le parece más fastidioso que grave.

Pues, qué decir.

El radicalismo se me hace que cumple desde hace años esa figura: es una amante. La tercera. La otra.

Pero es la otra de cualquiera de los dos: a veces –como verbigracia en el pacto de Olivos–, Alfonsín se junta con un Menem peronista versión liberal. Otras veces se complica en el barullo que le arma en la cabeza un sector del peronismo que busca revancha, como pasó en tiempos de la Alianza, a fines y principios de centurias. Otras veces se recuesta en la misma cama con peronismo populista  y conversan animadamente sobre la izquierda que odia al neoliberalismo, como le pasó en la era K. Antes, en otras épocas, fue la querida de militares liberales y, entonces, despechada y acordándose de que ella es antiperonista (y olvidándose de que nació contra el Régimen) busca otros brazos. Y así, dolida por el maltrato del peronismo, vuelve a sus componendas con los liberales y se acollara un tiempo con Macri. Pero pasa el tiempo y él, que le había prometido que iba a dejar a su legítima e irse a vivir con ella, no da señales de querer nada serio. Y ella arma un escándalo y pega un portazo. Tarde: porque el nidito de los tórtolos ya estaba vacío cuando cerró la puerta furiosa, otra vez con el bolsito en la mano. ¿Y adónde fue? A lo de su otro "fiolo"...

Y así va de los brazos de uno a los brazos del otro: pero los dos tienen a su legítima y ella siempre resulta la tercera, la otra, la amante.