martes, 25 de octubre de 2005

Picabea

Cuando fueron las Invasiones Inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807, tuvieron un papel destacado no solamente vecinos -prominentes y comunes- y miembros de distintas colectividades en la Reconquista y Defensa de la ciudad.

Negros (esclavos, en su gran mayoría), pardos, morenos, indios, se llevaron muchas palmas. Mostraron coraje, lealtad y organización. Liniers, al barrio de Monserrat donde se agruparon finalmente los libertos, lo bautizó Barrio de la Fidelidad, en homenaje a las acciones de estas gentes.

Muchos de los amos de estos esclavos espontáneamente los liberaron, también accedieron a su libertad los que habían sido heridos en combate. El Cabildo de Buenos Aires les dio varios premios, incluso en dinero.

Entre otras cosas hizo un sorteo. Se anotaban los nombres de esclavos por una parte y se concedieron 70 "suertes" de liberación. De una bolsa, unas niñas extraían el nombre del esclavo y, de otra, otras niñas extraían la suerte, de modo que a quien le tocaba la suerte quedaba libre. Había, por cierto, más esclavos que suertes.

Entre otras muchas historias está la del esclavo Manuel Antonio Picabea.

Se presentó al Cabildo con esta nota:
Muy ilustre Cabildo. Manuel Antonio Picabea con todo aquel respeto y acatamiento que debo a V.S. digo: que las dos adjuntas certificaciones convencen, no solamente del celo con que he procurado defender la religión y los derechos de nuestro soberano, sino que también para ser del todo útil, receloso que sin armas no pudiese cumplir tan ampliamente mis deseos, tenía estas guardadas, a costa de los muchos riesgos que patentiza mi estado (se presentó "con un fusil y fornitura" a la 1º compañía del batallón de Cantabria, el primero de julio de 1807 y con ellos entró repetidamente en combate contra los ingleses). Yo quisiera sin duda alguna gozar del sorteo que tan generosamente V.S. ofrece para que se liberte una porción de mi clase; pero el amor que tengo a mi señora ama, me hace resistir contra mi propio bien, y que prefiera vivir en el miserable estado en que me hallo, que gozar una libertad que desea mi corazón con tanta naturalidad, y este es el porqué: Mi señora es septuagenaria, soltera y achacosa; me ha criado con todo cariño, y en el día es de suerte algo escasa; yo soy albañil, y con mi jornal alivio en lo posible su estado, acompañándola el resto del tiempo que me queda libre. Es tal el respeto y reconocimiento que le profeso, que aun cuando fuese cierto de alcanzar la libertad que me lisonjea el sorteo, temería que ésta me rindiese ingrato a quien debo tanto bien, y tal vez la desecharía. Estas circunstancias me obligan a suplicar a V. S. quiera, si tiene a bien, recompensar mis servicios como le dicte su generosa bondad: por lo que a V. S. sumisamente suplico se digne proveer lo que le estimule aquella bizarra nobleza que tanto brilla en sus elevadas acciones. Manuel Antonio Picabea.

El Cabildo, después de una investigación del caso, el 14 de noviembre de 1807 libró un decreto por el cual encomiaba a Picabea, le concedía 50 pesos fuertes y mandaba publicar el caso "para que se haga público un hecho tan extraordinario, como digno de que se imite por los de su condición", cosa que hizo la Imprenta de los Niños Expósitos.