lunes, 31 de octubre de 2005

La máquina

La liturgia de los próximos domingos de este año, abandona lo que resta del capítulo 23 del evangelio de san Mateo y recién retoma en el capítulo 25, con algunas -no todas- de las últimas parábolas de Jesús antes de la Pasión, para llegar a la Navidad en que se leerá el evangelio de san Juan.

Lo que sigue a este reclamo que oímos ayer domingo (Mt. 23, 1-12) a los escribas y fariseos, es más duro todavía: el famoso elenco contra fariseos. Inmediatamente después, el discurso de Jesús se vuelve esjatológico, acerca del juicio y del fin, y vienen los anuncios y advertencias sobre qué cosa es el Reino de los Cielos y cómo -no exactamente cuándo- será el fin, la mayoría de las cuales cosas están en parábolas. Y así lo dicen los sinópticos, con sus variantes y diferencias.

Son discursos y palabras que apuntan al centro mismo de la religiosidad.

Pero, además de lo substancial acerca de la naturaleza del Mesías y su obra, la Redención, además de las definiciones acerca de la naturaleza del Reino de los Cielos, el Reino de Dios, hay en estos pasajes como a contraluz una pintura de los personajes principales del pueblo de Israel: sacerdotes (levitas, 'sadoquistas'), doctores de la ley, escribas, fariseos y saduceos.

Para entender debidamente estas cuestiones, creo que en ningún momento habría que olvidar la 'elección de Israel', la preferencia que Dios manifestó taxativamente sobre el pueblo de Israel, el elegido, la viña, el campo, la novia, la esposa de Dios.

Ahora bien.

Está la máquina.

Para empezar a hacernos una idea de lo que podría significar, además de lo que primariamente entendemos, bastaría recordar que se estima que -por entonces- unos 20.000 hombres eran necesarios para atender el Templo y la vida religiosa y administrativa y educativa alrededor del Templo. Y así hacerse una idea de la máquina que Jesús tenía enfrente.

Me parece que no tenemos una idea exacta no solamente de la calidad de todos ellos, sino de la cantidad. Y no porque la cantidad sea determinante. Sino porque la cantidad puede ponerse en relación con el número de los apóstoles, así como la calidad intelectual de los apóstoles puede ponerse en relación con la exquisita preparación de sacerdotes, doctores, escribas, fariseos y saduceos. Sabemos, porque así lo dicen los Evangelios (pero también otras recopilaciones de sus enseñanzas y acciones, incluso cristianas), que algunos de ellos son hombres excepcionales, y así los distingue Jesús. Pero, en esos casos, tienen nombres propios, mientras que en los admoniciones y retos, no.

La relación entre Jesús y esos nombres genéricos, fue dura y a ellos dedicó las peores palabras (y probablemente, como se ha dicho, la única maldición que le conocemos: la de la higuera estéril.)

Que no lo sepamos la mayoría de los cristianos hoy (por más imaginación 'espiritual' que nos hiciéremos de esa relación tan áspera), no quiere decir que Jesús no lo supiera. Y que no lo supieran los apóstoles, peor aún, que de alguna manera iban a ciegas detrás de su Maestro.

De todo lo cual, me parece, podrían sacarse varias conclusiones. La misma situación -que nosotros solemos entender casi poco más que narrativamente- es ella misma una parábola, es ella misma 'algo dicho' acerca de lo que Jesús hizo, y quiso hacer, y quiso que supiéramos.

Nos podría pasar que sólo entendiéramos las rispideces entre Jesús y la inmensa mayoría de todos ellos, como una cuestión de mala vecindad. Y tal vez bastaría con eso.

Pero si es eso, lo cual es indiscutible, no es nada más que eso, sino por lo menos eso.