martes, 11 de junio de 2024

Planeta, patria... y "el palo" ( I I )




Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé...
, decía Discépolo hace 90 años y lo cantaba la Negra Olinda Bozán en el Teatro Maipo, el día de su estreno, a fines de 1934.

De modo que lo dicho en la nota anterior respecto del estado del planeta no solamente no varió, sino que promete nuevas calamidades. Una de ellas –que importa en las pampas– es que, precisamente, Javier Milei cree haber incidido él personalmente en el curso de la historia, a propósito de las elecciones para el parlamento de la UE y los avances de derechas de varios pelajes y con distintas gradaciones alcohólicas, según supuestas extremosidades o liberalidades de cada tribu. Lo patético es que hay un coro de ranas local que lo repite como un mantra glorioso.

Al fin y al cabo, qué pasa en Europa podría sintetizarse mal que bien en un asunto casi epitelial: Europa teme desaparecer en el sandwich geopolítico que le arman sus vecinos a levante y sus socios al poniente.

Pero eso seguirá su curso. Miremos y ya veremos.

Ahora toca atender al propio vecindario argentino.

Es difícil vaticinar dos cosas: qué deriva tomará la gestión del gobierno (si es que verdaderamente habrá alguna gestión...) y cuál será el destino del gobierno. Y aunque Javier Milei parece ilusionado con gobernar el mundo, lo cierto es que todavía le queda demostrar que puede gobernar la cocina de su casa. Como resultare esa prueba cuando suene la campana del final, lo que sí parece un hecho cierto es que le cuesta bastante gobernar sus pulsiones. 

Quienes lo atacan diciendo que su furibundia es un plan fríamente concebido y ejecutado, creo que se equivocan. Quienes lo defienden diciendo que muestra determinación y claridad en sus objetivos y en los caminos para alcanzarlos con firmeza y coherencia, creo que se equivocan igual, por lo menos igual si no más. Hasta ahora, las únicas respuestas que da a los problemas con los que se enfrenta o con los que lo enfrentan, es la puteada, el exabrupto, el enojo, la promesa de venganza, la defenestración, la amenaza. Una conducta psicótica y producto de su inconmensurable narcisismo que, viéndose contrariado, arremete contra lo que se le ha enfrentado real o supuestamente. Pero creo que por eso sus conductas son poco consistentes, especialmente cuando, antes de terminar de babear rabiosamente su puteada olímpica, manda a su mayordomo William Francos a pedir la escupidera de unos votos, de un mimo siquiera, al vecino de enfrente con el que estuvo cascoteándose hasta recién.

Hay algo extraño en esa conducta. Conjeturo alguna oscura insatisfacción raigal, alguna frustración, que por cierto no tiene relación con lo político, porque la naturaleza de lo político le es ajena. De dónde le viene es difícil de saber, aunque más que para un diagnóstico psiquiátrico, diría que es materia para un conocimiento más acabado de su vida personal y de relación.

 Alguna que otra explicación bizarra corre por los pasillos oscuros de ministerios, oficinas de información, cafés de encuentros "casuales", redacciones, oficinas de producción mediáticas, etc. (y etc. digo porque ya lo dice todo el mundo...). Pero es reconocida la prudencia hipócrita de políticos, funcionarios, opinólogos y periodistas que, con el tiempo a su favor, y ya caídos en desgracia el príncipe y su poder, cuentan "la verdadera historia" como si fuera un descubrimiento súbito o el producto de una investigación épica y arriesgada. Pamplinas hipócritas, insisto.

Suposiciones al margen, lo cierto es que, al mismo tiempo y por las mismas neuronas excitadas de Javier Milei, está corriendo su repetido análisis histórico que reparte los males y remedios históricos cada vez que tiene un micrófono adelante. Económicamente abstruso (y por ahora poco o nada eficaz, verdaderamente), ideológicamente confuso, además de pobre y lineal, Javier Milei dibuja interminablemente en una servilleta el triunfo cósmico del los libertarios redentores y del liberalismo y del mercado; y, en la otra punta (de la servilleta...), mamarrachea los monstruos rojillos del socialismo y del comunismo (es decir, de todos los que no le dan la razón y le lamen las botas libertarias), como si fueran personajes de una de terror de los viernes a la noche.

Una parte de ese discurso desquiciado y a medio cocer se oyó en la España de Sánchez, el PP y Abascal. Con lo que, con esto y otras apariciones en el vocabulario de campaña de las derechas, Milei se ha vuelto una especie de lugar común de la redención o de la condenación del planeta. Me parece "un montón", con expresión que queda bien decir hoy en el lenguaje de moda y bastardo. pero así se ve en los mentideros mediáticos y en los discursos planetarios. Lo dicho: "un montón..."

A mediados de mayo pasado, Juan Manuel de Prada decía en el ABC de Madrid: "Nada favorece tanto el ascenso de los demagogos, sin embargo, como estas machadas aberrantes de la derechita valiente", (El aberrante Milei, ABC, 19/05/2024).

Y creo que tiene razón. El politburó que encabeza Javier Milei en la Argentina es débil. Su apetito de muchedumbres que lo viven y acompañen debería tomar nota de que los politólogos griegos ya sabían hace 2.500 que las multitudes son tornadizas y femeninas en sus veleidades. Lo refrendó William Shakespeare en el acto III de su Julio César (1599), cuando en breve espacio opuso los discursos de Bruto y Marco Antonio en contra y a favor de César, ya muerto por los conspiradores. La masa vivó la justificación de Bruto, asesino, e inmediatamente, oyendo a Antonio, se enfervorizó con la venganza por la muerte de César y persiguió a Bruto para ajusticiarlo. Por lo demás, si es verdad que las muchedumbres son femeninas, Giuseppe Verdi corroboró en Rigoletto que "la donna è mobile qual pima al vento, muta d'accento e di pensiero... Sempre un amabile leggiadro viso, o in pianto o in riso è menzognero..."

Los argentinos –también muchedumbre cuando les toca...– van de decepción en decepción. Pero es verdad también que el sabor amargo y arenoso de la decepción puede ser –y suele ser en las pampas...– directamente proporcional a la ilusión mal fundada, a la expectativa nacida de razones viles o avariciosas. Esto ha pasado entre nosotros. Y pasa. Demagogos manipuladores con billetes falsos en mano, como el peronismo de los últimos gobiernos; prometedores de beneficios que seducen proclamando no defraudar y que al segundo estafan la esperanza esclavizando y empobreciendo, como el peronismo liberal de otros gobiernos; mentirosas lluvias de inversiones amarillas y pragmáticas que nunca llegan pero que ilusionan a los ávidos de mejores ganancias y de bienestar inarrugable y perpetuo, para vivir en un país que respete las reglas de juego, es decir otra vez, las ventajas del zorro libre en el gallinero libre. 

La Argentina: país del Plata y de...la plata, decía el padre Castellani. Los orígenes contrabandistas del Plata, esa admiración cholula por los ricos y poderosos del mundo, ese desprecio por el criollo austero o trabajador, ese usufructo infame del "cabecita negra" como una fuerza resentida. Hebras que se mezclan en el tejido del alma nacional y la envilecen. 

Y que, finalmente, explican el podio de Javier Milei. El podio al que también lo subieron los que, sin pudor, justifican el desprecio por lo que hasta hace 20 minutos pedían que fuera eterno (o eterna...).

Pero, tal y como se ve, Javier Milei le está haciendo a la patria el peor servicio: resucitar a los inmortales muertos vivos. Y a los vivos inmortales que apenas si resucitan porque sólo mudan de piel y nunca mueren.

No le echemos la culpa a Javier Milei y a su corte de los ¿milagros?

Él sólo representa a los que le dieron mandato. Cuando ellos se aburran de sus miserias (hablo de las de ellos, de las que Milei les haga padecer, no hablo de las miserias de Milei, de las que se olvidarán pronto...), buscarán un nuevo viejo capitán que tome el timón de una nave otra vez, cada vez, escorada y a la deriva.

Eso sí: habrá o no promesa de "batalla cultural", habrá o no promesa de "libertad para todos los argentinos", habrá o no habrá cualquiera de esas promesas que son patrañas encantapapanatas. En definitiva, al final, eso es lo de menos. 

Lo que parece que tiene que haber para que el nuevo pirata sea de pronto la nueva reina de la primavera, es, sí o sí, algo que suene a plata, venga de la mano de Adam Smith o del plan quinquenal de Stalin o de la justicia social (o lo que sea que Perón entendía por eso...).