viernes, 7 de junio de 2024

La rehén militante

 




En agosto de 2004, dejé en la bitácora dos notas sobre un poema del guipuzcoano Gabriel Celaya, que está en su poemario Cantos Íberos, de 1955.

En primer lugar, las repito porque parte de eso se ha perdido, como el comentario que había anunciado, por ejemplo. Tuve que hacer uno nuevo y lo dejo al final.

Pero también porque viene a cuento ahora y –aunque puede ser inútil el empeño– porque creo que de todas maneras hay que volver sobre el asunto. Que Gabriel Celaya sea un autor "de izquierdas" no significa que lo que digo aquí no se aplique a otros que no lo son. Porque tomar a la Belleza y a la Poesía de rehén no es patrimonio de las izquierdas.

*   *   *   * 

( I )

Releí en estos días a un poeta que me gusta y no me gusta del todo.

Y ambas cosas, tal vez, por algunos versos de estos versos.

La poesía es una arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.


Son del español Gabriel Celaya, y de la década del '50.

Alguna vez los oí cantados por Paco Ibáñez, en un disco grabado en vivo allá por la década del '70, cuando estaba de moda cantar poesía revolucionaria en el Olympia de París (pronúnciese Olimpiá, que queda mucho mejor...)

¿Se habrá enterado el 'pueblo' de estos esfuerzos de la cultura revolucionaria?

¿Traducirán algo tan 'popular', tan 'necesario' al 'pueblo'?

¿No será que hay que cambiar al 'pueblo' primero para que esta proclama lo proclame y en ella el 'pueblo' se sienta proclamado?

Pero, si primero hay que cambiar al 'pueblo' de tal manera que entienda y guste esta poesía escrita para el 'pueblo', ¿por qué hay que elegir necesariamente esta versión de 'pueblo'?

Por ahora solamente los copio. Pero estos versos –y el prólogo que el autor le escribe a su tomo Poesía Urgente– merecen algún comentario. Y no solamente preguntas (sí, sí... hasta yo me doy cuenta de que estas 'preguntas' bien pueden ser un comentario.)


*   *   *   *

( I I )

Del prólogo que Gabriel Celaya escribe a su propia antología Poesía Directa:

"...como toda etapa sólo en función de las que le precedieron adquiere su pleno sentido, diré sintéticamente que mis primeros pasos fueron los del surrealismo y que pasé después por una fase de prosaísmo existencial, como primer trámite para llegar a una poesía que, a una con otros compañeros de promoción, juzgué necesario escribir, en manifiesta reacción contra Juan Ramón Jiménez, para 'la inmensa mayoría'. En principio, apear el lenguaje, reivindicar lo humano contra lo precioso y hablar de lo que todo el mundo habla en la calle, sin hacer ascos y sin ponerse de puntillas, parecía suficiente. Pero no lo fue. Aunque uno no lo quisiera seguía siendo un minoritario. Y la buena acogida de la crítica en nada remediaba esto.

En 1951, cómo prólogo a una selección de poemas (...) escribí entre otras cosas 'la Poesía no es un fin en sí misma. La Poesía es un instrumento entre otros para transformar el mundo'. Lo dije con pleno conocimiento, pero en aquella época aún no me daba cuenta de todo lo que esto implicaba, aunque era evidente..."

Y un fragmento más, todavía...:

"El acceso a esa 'inmensa mayoría', sin la cual nuestra poesía no será nada, salvo bizantinismo, no puede lograrse con una revolución literaria. Los recursos técnicos, y en especial la posibilidad de hacer audibles y no sólo legibles, nuestros versos gracias a medios como el micro, el alta voz, la radio, etcétera, son sumamente importantes y están llamados a revolucionar una literatura que venimos concibiendo desde el Renacimiento bajo el signo de la imprenta, que es como decir de la lectura a solas. Pero hay algo aún más importante. Se trata del acceso a la Cultura de capaz sociales que hasta hace poco han vivido en estado de pura naturaleza, pero que ya empiezan a llamar sordamente pidiendo otra vida. Sólo en la medida en que el poeta sepa responder a esta demanda, logrará crear un público más vasto, y algo más que un público. Pero sería ilusorio confiar sólo en los recursos literarios. Para salvar la poesía, como para salvar cuanto somos, lo que hay que transformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro."


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Hasta ahí lo de hace 20 años.

Vengamos a hoy con un comentario sobre esos apuntes.

Si uno va a decir algo que está mal decir, ¿debe decirlo lo mejor que pueda? Difícil asunto.

Mejor que no lo diga, de modo que no haga daño. ¿Y hace más daño si está mejor dicho? En realidad, por un lado sí. Por otro lado no. Se dirá que al menos no violenta el arte. Y en cierto sentido es verdad. 

Pero, ¿y si de ese modo encadena el arte a un propósito subalterno, y si ese propósito hace que el arte se prostituya para ser esclavo de una ideología y para peor torcida y hasta perversa? ¿Y si el arte pone su capacidad de sugestión, de persuasión y conmoción, bajo el yugo de una idea torcida y un fin errado? 

'La Poesía no es un fin en sí misma', dice Celaya. Y está equivocado. Porque lo él llama "un fin en sí misma" significa que para él el fin de la poesía es militar una idea y una acción, y que, fuera de eso, está maldita. Por él mismo, tal como lo dice en sus versos. Porque entiende que la poesía es una arma. 

'Lo que hay que cambiar (con la poesía como arma cargada de futuro) es la sociedad', dice. Pero la poesía no es una arma. Es exactamente lo opuesto. La poesía es canto y canto no sujeto al bien del que canta. Porque en el arte lo que que importa primero es un esplendor de aquello cantado. Un esplendor que el que canta percibe, que lo ilumina a él primero. Un esplendor que, captado, ilumina a quienes oyen el canto.

La poesía es, antes que cualquiera otra ulterioridad, una proclamación, no una proclama. Y esa proclamación está, antes que cualquier otra ulterioridad, al servicio de la belleza. Si eso se vuelve artificio mero, para que sea más eficaz la proclama, se vuelve un fraude. Se prostituye.

Ya Lenin decía a sus seguidores que cada cama debía ser una trinchera en la que se enterrara el amor. Y  sugería de ese modo que el mismo acto sexual debía volverse un acto revolucionario, la erosión de la imagen "burguesa" del amor. En el lecho debía morir el amor. Y la familia, claro. Todo en favor de la revolución, claro.

Pues Celaya dice algo análogo. La poesía es compromiso, dice. Y lo falso en su concepción es, por lo pronto, la razón de ser de ese compromiso y, también, aquello con lo que la poesía debe comprometerse.

Esa proletarización a la que empuja su 'poesía-herramienta', pide 'actos'. 

Pero la poesía es lo opuesto: es, antes que nada, contemplación. En el artífice, primero. Y en quien la recibe, después. Porque su fruto no es la acción: precisamente, es la contemplación.

Pero la mera y constante indignación dialéctica no puede celebrar: porque el caos es para esa indignación la matriz del mundo que la acción revolucionaria debe ordenar. La poesía será el instrumento que deberá poner los pies del hombre en el camino revolucionario de los indignados, será su respiración en la marcha, será la luz que guiará sus pasos en la noche de la historia caótica e injusta. Como las luciérnagas que los soldados del Vietcong llevaban en sus espaldas, para guiar a sus camaradas en sus marchas nocturnas por la selva indochina.

Entonces, será maldita la poesía de aquellos a quienes llama 'neutrales', pero eso se dice cuando se piensa que la contemplación es 'un adorno'. Porque debe tomarse 'partido hasta mancharse'. De otro modo, sin la mancha del compromiso social y político, el poeta estará manchado y su poesía estará maldita. Porque su única redención es la 'poesía para el pobre'. Un 'pobre' que debe ser la carne revolucionaria.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

Y sí: el poeta revolucionario y comprometido debe usar la 'técnica' porque debe calcular qué puede hacer para 'provocar nuevos actos'. 'Ingeniero del verso', 'obrero' que debe 'trabajar' la sociedad en la que vive para ofrecerle un orden nuevo, a punta de poesía, que será, debe ser, el 'arma cargada de futuro expansivo' con que le 'apunte al pecho'.

Y el artífice poeta será artífice de un mundo nuevo colectivo, del que él mismo es creador 'dando vida', y también profeta del futuro y hasta redentor, haciendo suyas sus faltas, sintiendo en sí a cuantos sufren.

Así, entonces, la poesía está llamada –y conminada– a ser la seductora de los que deben subirse a la marcha comprometida, la que los mueva y les insufle rabia y vigor para que sean parte de 'lo unánime y ciego', engranajes del motor de la historia que fatalmente ocurrirá con la lucha de los indignados.

Hebras de verdades rengas, reflejos rutilantes en imágenes potentes. Claro que de eso hay en estos versos de Celaya. Y muchos de sus versos son 'buenos versos' y su arte no es pobre y tiene recursos.

Con lo que volvemos a aquello de que si uno va a decir algo que está mal decir, ¿debe decirlo lo mejor que pueda?

Y vuelvo a decir que, en algún sentido, sí. 

Al menos en el sentido de que, si hay que enfrentarlo, es mejor enemigo el enemigo que conoce el arte de la guerra. Hasta es más digna la victoria sobre quien sabe pelear. Porque lo que está mal escrito, lo que es un refrito de lugares comunes efectistas, se queda en la puerta de cualquier discusión, del lado de afuera.

Y por eso, la canción testimonial que Paco Ibañez hizo con estos versos y que testimonialmente también cantó Joan Manuel Serrat –ambos para dar fe de su compromiso, porque los '70 eran tiempos para exhibirse comprometido–, es con mucho un oponente más digno que, por traerlo a las pampas, una canción 'comprometida' de León Gieco, o de Víctor Heredia, o de Ignacio Copani, o de Teresa Parodi.

Calidades aparte, Celaya y todos ellos, sin embargo, llevan sobre sus hombros el peso de una prostituida rehén militante: la poesía, tal como la usan y para lo que la usan.