Todos sabemos cómo el tiempo puede deshacer las cosas. Todas las cosas. O casi todas. Y, aun siendo eso tan sabido, no deja de ser notable y sorprendente, cada vez que lo vemos.
Pero.
En estos últimos días, bastó un encuentro para darme cuenta de que es más sorprendente todavía lo que el tiempo no puede deshacer.
Y más notable aun.
Felizmente.
Y eso está bien, creo. Y es un doble regalo, diría.
Que lo más notable, que la sorpresa mayor, nos venga de la felicidad y no de la decepción.