viernes, 17 de junio de 2016

Papelito (V y final)




Lo cotidano aturde. Y así queda el pobre quidam de a pie: aturdido.

Si tuviera tiempo (el de afuera y el de adentro), tal vez podría zambullirse en simples reflexiones, nada complejo. Algo sencillo que le permitiera discernir. Pero no podrá, no fácilmente al menos. Una de las notas definitorias de lo moderno ut sic es la velocidad, el abarrotamiento mental y sensible: el aturdimiento por mucho disperso y sin jerarquía y por demasiado rápido.

Golpes, sopapos. Estar conectado permanentemente a 380 voltios.

Al amparo de semejante empacho, unos y otros trabajan sobre su imaginación y sobre su razonamiento menguado. Unos para decirle que sí, otros para decirle que no. Todos para decirle que en definitiva su y su no valen nada.

*  *  *

Hace ya casi 10 años (me disculpe Ud. la cita propia... y que no sea breve), un asunto me trajo a la memoria a Chesterton y su libro Lo que está mal en el mundo. Y como el asunto y la cita vienen a cuento, aquí va.
En 1910, (G. K. Chesterton) en What's Wrong with the World?, hablaba de la propiedad, asunto que importa por demás a los dos antagonistas, capitalistas y socialistas.
La propiedad es, escuetamente, el arte de la democracia. Significa que cada hombre debería poseer algo que él puede modelar a su imagen y semejanza, como él mismo está modelado a imagen y semejanza de Dios. Y porque él no es Dios, sino una imagen esculpida de Dios, sus propias expresiones deben operar dentro de límites, dentro de límites rigurosos y aun estrechos.

Me doy perfecta cuenta de que la palabra "propiedad" ha sido contaminada en nuestro tiempo por la corrupción de los grandes capitalistas. Si se escuchara lo que se dice, resultaría que los Rotschilds y los Rockefeller son partidarios de la propiedad. Pero es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. Cuando sacan el mojón del vecino, sacan también el propio. El hombre que ama una pequeña parcela triangular debería amarla porque es triangular; cualquiera que le altere la forma es un ladrón que le ha robado el triángulo. El hombre que sienta la verdadera poesía de la posesión desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith, el cerco donde su granja se encuentra con la de Brown. No podrá ver la forma de su propia tierra hasta que no vea los linderos de la de su vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén...
Cuenta, poco más adelante, la historia de su nunca abandonado hombre común -"llamémosle Jones"- que "siempre ha deseado las cosas divinamente ordinarias; se ha casado por amor, ha elegido o edificado una casita que le va como anillo al dedo; está listo para ser abuelo y patriarca del lugar. Y precisamente cuando a eso se encamina, algo comienza a andar mal. Alguna tiranía personal o política repentinamente lo desaloja del hogar y tiene que sentarse en el cordón de la vereda".

Ahora se lo disputan el socialismo y el capitalismo. Ambos lo quieren en la vereda. Lo quieren en la calle, que unos llamarán la "vía del progreso y de la civilización" y otros "el escenario de la lucha". Irá a la fábrica, será esclavo del salario y del empleo porque le han dicho que así se construye la gran gesta de la economía. Otros, en la vereda de enfrente, una vez que es esclavo, le explicarán que "por fin se ha metido en la vida real de las empresas económicas; su lucha con el propietario será la única cosa de la cual, en el sublime futuro, sobrevendrá la riqueza de los pueblos..."

En este caso, está en las manos de la "república socialista, igualitaria, científica, poseída por el Estado y gobernada por funcionarios públicos. En una palabra, la comunidad del sublime futuro".

Futuro, claro, sólo en apariencia comunitario, mas claramente individualista en la medida que sea verdaderamente carne de esa revolución, la revolución del progreso y el bienestar o la de la sociedad sin clases de ninguna clase.

En ese futuro vivirá solo, pues lo han apartado de su familia y de su ámbito natural para vivir hacinado- y en el mejor de los casos engordado como un ganso, un pavo, un chancho...- en manos de su protectores. Protectores que podrán ser capitalistas o socialistas, pero siempre pertenecerán a la misma clase de hombres, aquellos que practican "la gran herejía moderna de alterar el alma del hombre para adecuarse a sus condiciones de vida en vez de alterar sus condiciones de vida para adecuarse a su alma".

En el fondo de su corazón, el hombre común atiborrado de mensajes contradictorios, despersonalizado, todavía tiene como un eco de angustia. El no sabe de dónde le viene -y hoy menos que en 1910- esa desazón. ¿Por qué, parece preguntarse Jones, estoy tan mal si estoy arañando la prosperidad del futuro que me prometieron? ¿Por qué, dirá nuestro Jones del tercer milenio, me deprimo y no le encuentro ni sabor ni finalidad a la vida? Una vida tan llena de regalos, de prosperidades, de promesas y felicidades...
Hay, sin embargo, signos de que el incomprensivo Jones todavía sueña de noche con su vieja fantasía de tener un hogar formal. Pedía tan poco y le ofrecieron tanto...Lo querían sobornar con un universo y con grandes sistemas, le ofrecieron el Edén y la Nueva Jerusalén y él sólo quería una casa. Pero la casa, se la negaron.

Entonces.

La gente te va a odiar.

No lo sé, vea. Lamentablemente, la gente ama y odia por razones extravagantes tantas veces. Razones frívolas o pusilánimes. Es el aire del tiempo. La lista de los amores y de los odios podría hacerse hoy por hoy como se quiera. Los criterios dan un mismo resultado decepcionante.

¿Quiere verlo en las preferencias políticas de la gente cuando vota? ¿Quiere verlo en las preferencias económicas, artísticas, culinarias, deportivas, sexuales, religiosas? ¿Quiere verlo en su forma de divertirse o entretenerse, en su forma de informarse, en su forma de formarse opinión del entero cosmos, en su forma de educarse, de educar a sus hijos, de tratar a sus viejos?

¿Dónde quiere ver lo que la gente ama u odia? ¿Dónde quiere ver lo que valen el amor o el odio de la gente?

Si ese amor u odio son el fiel y la pesa que mueve el fiel de la balanza, todo a la vez, ¿qué resultado creería Ud. que podría obtener de esa medición?

Amores y odios pautados, disciplinados, dirigidos, manipulados, contranatura.

Cuando alguien dice
No hay que ajustar
La gente te va a odiar
está diciendo algo perverso y no importa nada la cuota de verdad o falsedad de las dos proposiciones, por separado o juntas. El detalle de su causalidad es la clave de la insidia y de la perfidia del emisor. Que parece saber qué le importa al receptor y cómo y cuánto le importa.

Porque su interés primero y último no es la justicia, el bien común. Nones.

La gente es la amenaza y la puja a la vez: la gente es el campo de batalla, es la munición y es el botín al mismo tiempo.

Para el que lo dice. Para el que lo recibe.

*  *  *

El bueno del señor Jones de Chesterton (la gente del papelito) está sentado en la vereda. En una calle oscura y fría del laberinto pestilente en el que no hay sólo un Minotauro. Y si llegara a pasar que es uno solo, es uno de varias cabezas y varios cuerpos. Y varias furias y los mismos rigores, al final de la cuenta.

Para que pueda salir de ese laberinto, Jones debería levantar la cabeza alguna vez y ver que de los laberintos se sale por arriba.

Infinidad de voces y ecos vanos lo retienen con la vista (y el alma) clavada en el barro de este mundo.

El papelito es una de esas voces vanas, uno de esos ecos. Apenas uno. Hay infinidad por todas partes, y vienen de los cuatro vientos.

Ninguno de esos vientos es tan viento que despeje el aire nauseabundo del laberinto.

Hasta que venga uno que lo haga.