jueves, 1 de mayo de 2008

El pan nuestro de cada día (II)

Es más o menos sabido: se dice que, en la Argentina, Gorila nació en marzo de 1955, aunque todavía virgen de connotación. Se lo atribuye Aldo Cammarota, un nombre para el recuerdo de los que sólo tienen años bastantes. El guionista cómico y después periodista, columnista y hasta político y candidato, siempre antiperonista, dice haber escrito un guión para un sketch de La revista dislocada de Délfor, programa cómico que iba por radio Splendid en ese entonces, los domingos entre doce y una y media. El guión era una parodia inspirada en Mogambo (1953), película de John Ford que 'hacía furor', y en la que actuaban Clark Gable y Grace Kelly como pareja estelar y Ava Gardner y Donald Sinden como los respectivos partenaires desairados. En la película, un matrimonio americano (Kelly-Sinden) contrata al recio cazador Gable para filmar gorilas sueltos en la selva. En la parodia, un personaje obsesivo oía ruidos en la selva o en cualquier parte y repetía un latiguillo: "deben ser los gorilas, deben ser..."

(Cuentan, no sé si será verdad, que por aquel entonces y al doblar los diálogos, en España hicieron que Kelly-Sinden fueran hermanos, para que en la 'vista' no apareciera un adulterio... Yo lo creo. El final de la cinta, no lo voy a contar acá...)

Délfor Amaranto Dicasolo Pologna (Délfor, a secas, pa' todo el mundo) es otro protagonista. Fue el inventor del ciclo en 1952 y lo mantuvo en radio y TV -hubo un paso por el cine, obviamente...- hasta 1973. Lanusse lo prohibió. Él asegura que la aplicación de Gorilas a los antiperonistas o conspiradores de aquellos años no fue invento del programa sino que la frase del sketch 'pegó' en la gente, que ante cualquier cosa que pasaba -runrunes también, claro...-, se acostumbró a usar el latiguillo: "...deben ser los gorilas, deben ser..."; lo demás lo hizo la costumbre y la actualidad política. La película era muy conocida, el programa también, y la frase empezó a repetirse -inocentemente o no tanto...- como un oportuno comodín. Como esto ocurrió en tiempos agitados y en año de revolución, una cosa se unió con la otra como suele pasar. Hasta un disco hubo dentro del merchandaising de La revista dislocada que se llamó precisamente Los gorilas y que parece vendió unas cuantas 'placas'.

Dicho y asentado lo cual, vayamos al asunto.

Gorila

Uno de los problemas más graves que tenemos los argentinos es nuestro modo de hablar. Y me refiero al porteño. Cuando uno sale del país, por ejemplo, nota con mayor claridad -qué remedio le queda...- la forma porteña de decir, el tono, el léxico, las inflexiones y, a su través, el talante. Será lo que quieran -típico, propio, pintoresco- pero no resulta agradable. Y a los hermanos hispanohablantes, ni qué decir. Cuando remedan el porteño, que llaman sin más 'argentino', el oyente pampa no puede sino sentir bronca y vergoña, mezcladas en partes iguales, al menos. He visto que uno de los elogios más señalados que tiene para ofrecernos es: "no pareces argentino..." Y la razón que tienen. Nadie le discute al pampa que sea gaucho, o que sabe jugar al fútbol, nadie dice que no sea la mar de creativo e ingenioso y apto. Y con razón se dice que el alambre es la herramienta nacional para cualquier ámbito de la ciencia y de la tecnología y que en manos de un argentino es panacea. De las riquezas del país, ni mú. De la belleza de sus mujeres, otro tanto. O del bife de chorizo... Uno de los chistes más frecuentes entre nuestros 'hermanos': ¿Cuál es el mejor negocio del mundo? Comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Muy bien. Listo. La retahila de virtudes nacionales, va aparte. La lista de las bondades más propias y distintivas del carácter pampa, también. De lo que hay que hablar ahora es de otra cosa, más bien relacionada con nuestro modo de hablar. Por lo pronto, vale advertir por si acaso lo que ya se sabe: porteño es una cosa, argentino es otra. La historia de tal diferencia, también queda para otro día. Pero algo de esa diferencia importa ahora. La distancia entre una forma y otra de ser argentino, de pensar, vivir, padecer y sentir la Argentina, de querer que la Argentina sea una cosa o la otra, esa distancia nace casi con la propia Argentina. Es su mancha de nacimiento, de familia. Casi habría que decir que para ser argentino es imprescindible ser argentino de un modo u otro. Ya lo dije: no es cuestión de porteños vs. provincianos, sin más, porque además, también se sabe, hay porteños nacidos por generaciones en Andalgalá y hay tucumanos que recién bajan del barco que los trae directamente desde Southampton. Lo cierto es que en la Argentina o se es de un modo o de otro. Casi sin querer, sin darse cuenta. No es que no haya quienes cultiven su parcialidad machaconamente, con empecinamiento de fisicoculturista, con obsesión de maníaco hipocondríaco. Los hay. Pero no son los más. Hay quienes todas las mañanas, después de sus oraciones y abluciones y antes del desayuno, rezan las jaculatorias de su facción como si repitieran las tablas de multiplicar o las conjugaciones de los verbos, para no olvidarse. Pero son los menos. En general, la gente vive, no ensaya vivir ni toma carrera. Vive, a secas, normalmente. Pero vive en un bando, más bien. Y se nota cuando oye la radio, por ejemplo. El caso es que igual estamos como partidos al medio. Y, por supuesto, hay distintos modos de llamar a los dos grandes conglomerados nacionales, siempre con nombres antagónicos, claro: si no, qué gracia tiene ser de un bando. Sin embargo, y dejando los bandos menores, los nombres agonales al uso, desde hace más de doscientos años muestran al fin de cuentas una falla. Y es que son incompletos, por fuerza. Dije que un problema grave es nuestro modo de hablar y pareció que estaba mentando apenas la tonada y el talante. No. También me refería a que con las formas de decir las cosas mostramos la forma de pensarlas, de concebirlas. Como todo el mundo, por otra parte. Y eso es más serio que la tonada. Veamos un poco. No hay que ser muy bicho para saber que hay antinomias: realistas o independentistas, monárquicos o republicanos, ilustrados o cristianos, unitarios o federales, tradicionalistas o progresistas, porteños o provincianos, zurdos o fachos, conchetos o grasas, milicos o civilachos, civilización o barbarie, liberales o nacionalistas, floridas o boedos, campo o ciudad, conservadores o radicales. Y siguen las firmas... En particiones binarias al infinito. A esto hay que sumarle las antinomias en las que uno de los términos es algún 'anti', como democráticos o antidemocráticos (autoritarios está en vigencia, también, no se sulfuren...) o, finalmente, peronistas o antiperonistas. Por supuesto que hay un asunto allí bastante importante. Tener un nombre que define y nombra algo, lo que significa enarbolar un algo, es una cosa. Definirse por ser antialgo, es otra cosa. El punto es importante. Pero no es materia de esta entrada, como tampoco que también la lista de alternativas y sus corolarios son asunto larguísimo, lo que aquí no solventaremos exhaustivamente. Quiero decir, al fin de cuentas, que hay un antinomia que bien puede atravesar a todas las anteriores y más, una que a mi juicio de veras importa mucho por lo que significa y lleva en las entrañas. En su matriz está buena parte de la ley y los profetas y creo que, bien entendido el contenido del par opuesto, juntos y por separado, se entiende por qué sin definirse en ese aspecto no está completa ninguna definición, al menos política, pero no sólo. Y esa antinomia tiene a Gorila por uno de sus términos. ¿Cuál es el otro? No tiene nombre. Aquí está el problema. El peronismo, por ejemplo, se diera cuenta o no, se quedó con la otra pata de la antinomia, o se le cayó encima: igual le vino bien. Y ahí está el problema, también: Gorila arrastra a peronismo y peronismo a Gorila. Y es un gravísimo error de lenguaje, pero peor que eso: de concepción. Y no solamente de concepción política, sino de asuntos que están mucho más allá que la política. Diga lo que dijere la expresión Gorila: 1º, hay que revisar cuál es su opuesto contradictorio porque hay Gorilas en todas las categorías, de modo que se puede ser enemigos a muerte y ser los dos Gorilas: no los une el amor, sino el espanto: liberal vs. nacionalistas y los dos Gorilas, zurdos vs. fachos y los dos Gorilas, conservas vs. progres y los dos Gorilas, peronistas vs. antiperonistas y los dos Gorilas, y así; y 2º, hay que definir muy bien no sólo lo que quiere decir Gorila sino también el opuesto a Gorila, y ponerle su nombre propio, lo más propio que se pueda aunque los nombres no contienen todo de todo, y son apenas, pero al menos, aproximaciones, pero cuanto mejor el nombre, más aproxima lo nombrado; y esto porque allí está la madre de todas las batallas. Insisto: es cosa política pero más también. La palabra y su atribución tuvo un comienzo casual (¿existe eso de veras?), y que la hubiera forjado un supuesto Gorila, sin saber qué forjaba en realidad, es más impresionante todavía. La palabra pudo haber surgido como muchas cosas vivas: en medio de un dinamismo que es a la vez torbellino confuso y secuela causada. Pero lleva en sus entrañas mucho más. Si duda alguna lleva mucho más que la típica frivolidad argentina (no exclusiva, se entiende...) de confiarle todo a los nombres y más concretamente a los nombres de los bandos, de santificar y hacer mágicos a los nombres de bandos y partidos, de riverboquizar lo existente sin pagar la cuenta de los rehenes y las bajas inocentes que quedan en el camino, desde el fútbol hasta la religión pasando por la política y en toda cosa. No faltará quien crea que con no ser Gorila basta. No faltará quien proponga las muy útiles definiciones condicionadas: si ser Gorila quiere decir..., entonces..., o si por no Gorila se entiende..., entonces... Como habrá quien sostenga que no tiene por qué elegir porque hay un tercero no excluido en la cuestión que es la verdad inmarcesible y el justo medio políticamente virtuoso y tal y tal... Pero nada de eso vale aquí. Hay que ir más lejos que esas conveniencias. Estoy seguro de que cualquiera, honestamente, sabe de qué se está hablando. Por eso mismo, a esta altura, bien podría lanzar un cordial desafío para que el ignoto y amable lector le pusiera nombre al opuesto de Gorila y definiera a ambos opuestos y aun explicara lo que los opone. Ya verá en qué lío se mete. Yo se lo avisé...