sábado, 24 de mayo de 2008

Gloria

Estaba aquella Chaconne de G. P. Telemann.

Tal vez alguno recuerde que la mencioné hace unos días. Tal vez recuerde entonces que había dicho que tenía pensado escribir algo que durara esos 4 minutos y 'feria' (dicen en México), aunque no sabía qué sería y sobré qué y si podría hacerlo.

Lo que quería poder hacer era componer un texto acorde para decirlo al compás de la música.

Y no sé si pude, pero lo hice.

Resultaron 25 tercetos endecasílabos monorrimos (disculpe usted la obligada precisión técnica...) que, leídos a un ritmo ecuánime, tienen la duración de la partitura de Telemann y creo que hacen pendant con su tono.

Et si non, non.

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Gloria

Esta arena de tiempo, esta angostura
de tiempo como arena, esta mensura
que tasa llantos y una albricia dura.

Este tiempo arenoso y esta arena
que roza y bruñe lágrimas, la pena
y su grillete de horas, su cadena.

Estos días, sus horas arenosas
que esparcen las cenizas de las cosas.
Estos ayes de arenas rumorosas.

Estos mares de arena, estos extraños
mares sin puerto, escalas sin peldaños,
Minutos, horas, días vueltos años.

Estas arenas secas, lentas, frías,
y baldías de oleajes. Las bravías
arenas que deshacen estos días.

Estos silencios de años, los minutos
en arena morosos. Los enjutos
granos de tiempo lento, diminutos.

Todas estas arenas, todas estas
playas sin mar y todas estas cuestas
de infinitas demoras y molestas.

Todo el tiempo sin asa, el tiempo que huye,
el que pasa en arenas, el que fluye,
el tiempo que en más tiempo se diluye.

Todas las horas lentas y pasadas,
surcos de arena, arenas demoradas
en estepas a viento desoladas.

Todo este quieto mar, siempre movible.
Su rítmica quietud: este impasible
ser de este mar del tiempo inasequible.

Toda esta danza, este vaivén paciente
que lacera los cabos, la rompiente
de este tiempo que arrastra su corriente.

Todo el tiempo libado. Las querellas
de la arena, del agua, las estrellas,
el sol, la luna en cuartos, sólo huellas.

Nada es el tiempo: nada; y mientras pasa
a latidos de sangre se acompasa
y en la vida de un hombre hace su casa.

Nada es el tiempo: nada. Es remolino
de ese viento de frente, peregrino
que trama ayeres hoy en su camino.

Nada es el tiempo: nada. Lo llevamos
en los días de tiempo que cargamos
y que al partir nos sueltan y olvidamos.

¿Qué nos hacen el tiempo y su solera?
¿Dónde han hecho los años madriguera?
¿Quién tiene para siempre una hora entera?

¿Cuál aguja de tiempo teje el mundo?
¿Cómo anclar y arraigar cada segundo?
¿Por qué llega y se va el día errabundo?

A todo alcanza el tiempo. A los amores;
las agridulces dichas y amargores;
delicias, ilusiones y dolores.

A todo gasta el tiempo, lo deshace.
A todo lo que crece y lo que nace,
a todo lo que inquieto en tiempo yace.

El corazón que late y esta mano
que a tientas palpa fibras de este arcano,
lo intuyen. Porque el tiempo no es en vano.

La mirada no ceja. Sólo aguarda.
Y aunque el tiempo demore lo que tarda,
se avivará el rescoldo hasta que arda.

Señor, Tú eres la Luz: sabes el modo
como este tiempo amasa con mi lodo
una vida eternal. Tú sabes todo.

Tú conoces el tiempo que me alcanza.
Por eso hiciste fuerte al pie que avanza
por el tiempo y le diste la Esperanza.

Tú harás al fin que al fin de este desierto
que mide el tiempo hasta llegar a puerto,
florezca en tu quietud y en gozo cierto.

Señor, Tú vives siempre. No hay historia
en Tí, Señor, futuro ni memoria.
En Tí, Señor, no hay tiempo. Sólo Gloria.