sábado, 31 de mayo de 2008

Lianas (III)

- ¿Y entonces?

- Y entonces sigo pensando...

- ¿Todavía? ¿Por qué? ¿Qué tanto pensar? Si le digo que todo está clarito como el agua...

- No entiendo eso de '¿todavía?'. ¿Por qué no 'todavía'? ¿Cuándo hay que dejar de pensar? Además de que no creo que esté tan clarito. Para algunos, al menos. Veo mucha roña, mucho argumento que no sirve para nada, mucho 'ese tipo no me gusta', mucho 'estos son siempre los mismos'. En algunos es visceral. En otros es taimado: esconden la leche. No tan inocentes. Los taimados pasan por 'políticos' tanto como por 'filántropos', y no son ni una cosa ni la otra. Pero hasta con los viscerales hay problema. Se me hace que no sirven para lo político, ni para la política. Creo que son veleidosos, anormales, y quiero decir que no tienen mucha norma, ni mirada sobre lo que hay: son fácticos y a veces algunos militan en el partido propio de ellos mismos.

- Entonces, ¿qué? ¿Hay un solo modo de hablar o de hacer en la política?

- Sí y no. Aparte de que, ya se lo tengo dicho, hablar es una cosa (y habría que verla) y hacer es otra (y también habría que verla...) Pero seguro que hay modos de hacer y de hablar y no todos valen igual.

Como también es verdad que si algo se puede en las cosas contingentes de la política es hablar y hacer de distintos modos, aproximándose desde distintos lados a lo que conviene hacer -y conviene quiere decir lo que corresponde, claro...- y lo que es prudente hacer o decir. Y eso en las cosas que lo admiten, claro, porque no se puede hacer política con cualquier cosa y no se puede hablar políticamente de cualquier cosa. Después de todo, en el arte -y la política es un arte- el hombre puede desarrollar esa parte de creatividad que tiene por herencia, que para eso está hecho a imagen y semejanza...

- Todo muy lindo, vea... Pero acá las cosas urgen, se quema el rancho. Y no es cuestión de irse por la tangente...

- Ahora que me lo dice me acuerdo de una conversa de estos días sobre las cosas del día. No hace mucho un amigo me decía buenamente: "Usted parece que mezclara un estado general del mundo y de la cultura de estos días de nuestro tiempo, con una cosa que es coyunda de aquí y ahora. Y por ahí no se puede hacer las dos cosas a la vez. Y lo de aquí cerca hay que mirarlo de un modo y lo de allá lejos, de otro. Porque me parece que lo del mundo nuestro éste no tiene arreglo y ya es medio irrecuperable, tal y como viene la historia. Y por ahí lo de acá cerca se puede ir piloteando de otro modo..."

Lamentablemente, tuve que decirle que no a las dos cosas. Que en primer lugar yo no quiero nada de este mundo nuestro, en el sentido en que él lo dice. Tal vez haya quien quiera algo así de este mundo en ese sentido: hacer que el mundo se quede quieto y bueno, y quieto en lo bueno. Pero para mí que eso es el Cielo, mi amigo. Y no es acá. No que no querría que las cosas anduvieran mejor, y establemente mejor todo lo que pudieran, en asuntos que para mí son fundamentales. No que no haya que aplicarse a ello según los pies nos dejan caminar, y seguro que lo hago menos que lo que debería. Pero, además de que sé que las cosas en el tiempo se sostienen con dificultad, no tengo el problema de cierto disgusto existencial que es moneda corriente en ámbitos incluso antagónicos. Ese disgusto malhumorado del tipo que parece que hubiera nacido aquí y ahora por error o por castigo de una vida anterior en la que se portó mal. Porque así como están los del Cielo en la tierra, están los del Infierno en la tierra. Y son los de ese disgusto que les hace preferir a algunos los tiempos evangélicos o los de la edad media o a otros el siglo de oro y a otros el de las luces y a otros el de antes del '45 y a otros el de antes de la caída del muro. Y así. Y los prefieren como cosa congelada en el tiempo, más que como un tiempo en el que había cosas mejores, si acaso.

Nunca se me ocurrió rezar una oración que dijera: "Señor, líbrame de este tiempo mío contemporáneo a mis días y trae de nuevo a nuestros días los días de nuestros mayores y antepasados..."

Lo que haya de bueno y lo que haya de bueno por hacer tiene su dinamismo, visto de desde nuestra orilla histórica, mientras las cosas se mueven y van marchando. Y hasta que no lleguen a su fin. Además de lo que el bien significa y es y vale en sí y por sí mismo, tiene su temporalidad, y por ello mismo su riesgo. Incluso lo bueno de antes puede que haya sido además un signo de cosas buenas por venir. Y lo de bueno que haya para hacer ahora también puede ser además signo de otras cosas por venir.

Puedo admitir sin esfuerzo que hay cosas que se deterioran por acción del tiempo. Y otras que se deterioran por acción del hombre mismo que, envilecido, envilece. Y que eso tiene cierto progreso. Y entonces puede admitir que hasta cierto punto con lo que es o está mal, pasa algo similar a lo que pasa con lo bueno. Pero eso a condición de admitir que el final de lo bueno que se pueda hacer en este mundo es distinto del final de lo que se hace mal. Tan distinto como es distinta la plenitud a la frustración.

Tal vez se me ocurra, ya que estamos pidiendo, decir esta otra oración: "Señor, dános bienes y verdades y belleza, siempre. Y todos los que quieras... Y cuando quieras, según nos convenga y valga. Y dame sabiduría para ver dónde los das y para qué... Y buena leche para ver qué hacer de ellos y con ellos... Y fuerza y tino para hacer por buenas razones lo que hay que hacer de bueno, cuando haya que hacerlo, del modo que haya que hacerlo..., esperando lo que es bueno esperar..."

Pero, por otra parte, está lo de acá cerca. Y de eso tampoco 'quiero' nada de eso que él dice. Más bien me ocupo tratando de mirar y ver qué pasa y qué significa lo que pasa. Será porque creo que es algo que no puede no hacerse. Siempre. O será que me tocó eso, en todo caso. O lo elegí. O lo prefiero, porque en lo otro soy más inepto. Y si otros tienen que más bien operar, tal vez hasta les haga un buen servicio tratando yo mismo de ver, tratando de acertar a ver lo que pasa, lo que son las cosas en realidad. Y ahí, ¿ve?, también podría rezar esa oración que digo.


Todo lo cual me hace acordar de otra cosa y de otra conversa.

Pero, será para otro día.