jueves, 8 de mayo de 2008

Donde se cuenta algo que no sé

Pasó así. Volvía hace unos días de un almuerzo social, y como hacía frío bastante me eché a la siesta tardía. Hice un poco de amodorrante recorrida ligera por esos programas que me veo de tanto en vez: cocina, historias, músicas raras. Y era eso mismo lo que quedó: un concierto de barroco francés interpretado por Il Giardino Armonico, especialistas italianos en el asunto.

Pero me dormí (que era lo que quería, después de todo...)

En el entresueño, en la duermevela, alcancé a veroír un fragmento. Y tanto que me desperté.

Pero ya era tarde. Así que di media vuelta, me arrebujé convenientemente y seguí de largo con la siesta, como quien da media vuelta ante la mujer amada y sigue su camino, imperturbable.

Me quedé con esa música en la cabeza un par de días (no tanta media vuelta, chaval...)

Pensé, otra vez, en aquello de que la repetición mecánica y automática arruina la música y otras cosas importantes, que dice Lewis. O en aquello otro de Chesterton sobre la familiaridad que engendra amor o la familiaridad que engendra desdén. Recordé cómo se gastan y deslucen las músicas o las lecturas por su repetición indefinida. Y todo eso me retenía. Igual, no era fácil saber de qué se trataba, más que de un genérico barroco francés o un específico Giardino Armonico.

Pero.

A los tres días -puesta a prueba ascética mi curiosidad para ver cuánto de amor tenía...-, haciéndome el distraído empecé buscando en la revista de la programación. Y, por supuesto, no está hecha para eso. Para indicar la programación, quiero decir, sino para vender cosas. Inocentes y ya probadas mañas de navegante me dejaron al fin a las puertas del asunto y saltando con gracia de liana virtual en liana virtual, fui a dar con los datos exactos.

Era una Chaconne de Georg Philipp Telemann, (y qué hacía en el concierto del barroco francés, me pregunto ahora...), el número 12 de su Cuartetos parisinos, una más entre las miríadas de obras compuestas por el alemán, al que no le tengo un afecto inarrugable, aunque me cae bien, muy de tanto en tanto, eso sí.

No sabía que era una especie de Lope de Vega de la música, tanto que no se sabe bien cuánta cosa compuso, y otros asuntos que vi de su vida mirándolo más de cerca.

Lo cierto es que sí compuso estos 4 minutos y algo más, sobre los que, y desde que los oigo incontinente violando los preceptos lewisianos y chestertonianos, no dejo de preguntarme algunas cosas.

Como por ejemplo a qué paisaje corresponde esta música, a qué hora del día, a qué país, a qué edad de la vida, a qué estado del ánimo o del alma. Si al triste o al feliz, si al enamorado o al abúlico, si es música femenina o masculina.

Tengo pensado escribir algo que pueda leer a la par de esos 4 y tantos minutos, más que nada para ver sobré qué, porque ni sé sobre qué versaría o prosaría, porque tampoco sé si en verso o en prosa versaría o prosaría.

Y mientras miro la polis crujiente y crocante como un buque entre los hielos (o como una tostada o un trozo de pan duro...), y mientras miro trabajos y viajes cortos, medianos y largos que tengo por delante, pienso en algo que decía de Telemann uno de sus contemporáneos, amigo músico también él: escribe una cantata en el tiempo en que otros escriben una esquela.

Si fuera el caso de la Chaconne, le habré dedicado a ella más tiempo que lo que el alemán pudo haber ocupado en componerla.

Como pasa con tantas otras cosas de este mundo bajo la esfera de la luna.

Como pasa con la política, por ejemplo y sin ir muy lejos.