sábado, 17 de mayo de 2008

Cervecina

Allá en el bolichito sureño, al lado mismo del Gauchola, está la Cervecina.

Y esto permite agregarle un aspa al molino.

Pero vayamos por partes.

Esta publicidad de Palermo Estrasburgo -la cerveza de calidad-, es de 1945, según me puse a averiguar después. Es nítido que invita a que con ella el pueblo -y no sólo la yunta gaucha orlada de colores patrios- quiera Brindar por la Patria.

Muy bien.

Aquella Cervecería Palermo hacía cerveza argentina, desde fines del siglo XIX y tenía su casa en los Altos de Palermo -y está bien, porque es el punto más alto de la zona, dicen-: Av. Santa Fe 3253. Es marca de cerveza vieja en el país, pero en 1912 la compró la Casa Bemberg, en plena expansión. No quiero aburrir con detalles hodiernos sobre Quilmes, los brasileños y los belgas y otras cebadas y lúpulos. El caso es que, finalmente, hace pocos unos años -y miren lo que son las cosas- dicen que Bemberg cobró unos 1.200 millones de dólares en efectivo por sus más de cien años de negocios de birra y se zambulló en otras inversiones; entre ellas, asuntos de petróleo y cosas de minería en la Patagonia.

Aquel aviso es del '45, se entiende. Hoy por hoy, por pesos 10 se consigue una reproducción más o menos discreta, como la que cuelga allí, enmarcada.

Y se me va la cabeza al tiempo presente, mire usted. Y eso porque no puedo sacarme de la cabeza lo que vi en estos días más de cerca.

Allí está el mozo sonriente y enfiestado, gala de pañuelo, el sombrero echao pa' trás, querendón en el abrazo discreto. Y allí la moza, bonita ella, criollita, digna, apenas un poco más baja que él, lo suficiente, tal vez un poco citadina en el arreglo y en los rasgos como para ser una chinita comm'il faut... El predominio de los colores no deja que uno se equivoque: argentino cento per cento el mensaje y su correspondiente metamensaje, patrio... Una buena pieza, diría, tal vez un poco brutal en la apelación, aunque eficaz.

Pero, claro, repito: es 1945.

Insisto también en que miraba el cuadrito, contaminado yo por las circunstancias.

Entonces.

Tuve que pensar en el estado. O en el Estado, si prefieren. Y en la nación-Nación. Y en el pueblo-Pueblo. Y en el gobierno-Gobierno. Y en la sociedad-Sociedad. Y en la organización de la sociedad y en sus instituciones y en las formas de representación. Un tumulto de cosas.

Estaba viendo a la vez cómo aquel experimento social, que dije haber estado viendo en estos días, se desenvuelve con cierto vértigo, y cómo va construyendo nuevos espacios que son instituciones nuevas, nuevas formas de concebir el estado-Estado, nuevas maneras de 'articulación con la sociedad civil', nuevas formas participativas.

Atado por un hilo fino al 'reclame' gráfico, pienso mirándolo que pertenece a otra época, a otro universo. Tiene otras referencias, es aire de otros vientos, es hijo de otro clima social y político. Y que es más antiguo que del '45.

Pero ya venía pensando -antes de verlo- en que una de las sustituciones más fenomenales en las arenas políticas y sociales es la de las formas de representación sociales y políticas. Para decirlo más clara y precisamente, mal que le pese a algunos, hay una especie de nueva forma de corporativismo, sobre bases completamente nuevas y distintas.

Un progresista, un militante de izquierda, tal vez un poco básico -no uno como esos ilustrados, peritos y sofisticados críticos- debería poner a esta altura el grito en el cielo. Tal vez por básico, tal vez porque 'corporación' o 'corporativismo' son palabras -y lo que para él sería casi lo mismo: cosas- fascistas, de otro palo. Mala suerte, muchacho, mala suerte. Hágame un lugarcito que le explico lo que me parece que viene pasando.

El concepto de democracia viene mutando desde hace bastante tiempo. No hagamos mucho rollo con las causas y las raíces de la mutación, por ahora. Digo simplemente que está en un proceso (linda palabra...)

Y vayamos a una fenomenal simplificación que quiere ser apenas indicativa, no exhaustiva.

Resulta que los espacios de poder público -de poder a secas, pero especialmente los espacios de poder público- se volvieron un día escasos. Y algunos se dieron cuenta.

Al correr del modelo social, político y económico, las representaciones sociales y políticas quedaron embretadas en instituciones económicas o financieras (nacidas por, de o para las actividades económicas y financieras) y en partidos políticos. Algo de la naturaleza misma del poder hizo que, en el marco mismo de la democracia tal y como se la concebía y practicaba, se fueran aglutinando, agregando y congregando, los que tenían poder o los que podían tenerlo. Ya fuera que lo tuvieran porque tenían dinero -que como todo el mundo sabe, entre otras cosas, finalmente da poder-, ya fuera porque tenían permiso exclusivo para tener poder.

Megaempresas, conglomerados productivos o financieros, partidos mayoritarios o internacionales políticas, acumularon todo el poder que pudieron y casi todo el que había disponible. Insisto: ya fuere como característica propia o como deformación de esas características, es algo que está en la naturaleza misma de poder.

Y lo que quedó fue la empresa y los partidos políticos. El dinero y la ley, dicho ligeramente.

La utopía, mientras tanto, esperaba, gruñía, gemía y, queriendo o sin querer, velaba sus armas.

Sentía y sintió -y todavía un poco siente- que había un fraude en algún lado. Y si hay un fraude, hay una consecuente frustración. Mundo de iguales, mundo sin tiranos, mundo sin pobrezas ni hambres, mundo sin misterios ni iniciaciones, mundo sin exclusiones ni ignorantes. Una sociedad utópica. Sí, muy bonito. Pero, ¿cómo? La utopía moderna estaba que trinaba. Porque la revolución democrática, al final de cuentas, generó espacios claustros y opresiones; al fin de cuentas borró límites pero trazó fronteras al interior de la propia sociedad, creó libertades pero se atribuyó la facultad de extender los salvoconductos, abrió las compuertas y generó un sistema cerrado. Como todo el mundo sabe, todo sistema tiende o aspira a ser estable. Lo que pasa es que esa estabilidad empezó a parecer rudimentaria y un poco brutal. Al fin de cuentas, nada que tuviera valor o posibilidades de existencia quedaba afuera de la empresa, cada vez más grande y prepotente, claro; y del sistema de partidos, de los mismos partidos siempre, claro.

Sigamos simplificando un rato más.

Hace ya bastante tiempo, por ejemplo, que el liberalismo, y su subproducto capitalista, creyó entender que aplicaba sus postulados con obsesión nada más que al ámbito económico y que había más libertades que la de comercio. Se puso entonces a la tarea de retocar sus prácticas y hasta sus postulados. Lo hiciera porque le dio remordimiento cuando vio que el mundo se estaba volviendo un poco irritante, o porque alguien se lo sopló al oído y entonces 'vio la luz y creyó', tando da. Al menos puso cara de que entendía que el ámbito de las riquezas había o podía haber una cosa -que además ahorraba impuestos- que se llamaba responsabilidad social y entonces se hizo apóstol poderoso de un compromiso con el planeta, la humanidad, la sociedad, la pobreza, la educación. Filfas, creo. Pero no importa: igual se puso a hacer los deberes con entusiasmo de culpable o de converso y a difundirlo en iguales términos. Y lo que es más contundente: a pagarlo y a pagarle a los que lo predican y a pagarle a los que se lo predican.

Las izquierdas, a su vez, un día parecieron hacerse cargo de las mieles del bienestar y perdieron al menos la austeridad militante y la carga de conciencia por comprarse un Toyota, alojarse en un Kempinsky o ir a la ópera. No sólo eso. En términos generales, advirtieron que les costaba horrores convencer a las gentes de a pie de que militen incontinentes, que participen, que se muevan y se indignen las 24 horas de los siete días de la semana de todo el mes de cada año. Pero, y a la vez, desde el comienzo -no importa la precisión de cuándo fue el comienzo-, amparados por la ceguera conservadora y liberal, se quedaron con los suburbios de las cosas que contaban para los que tenían las riquezas y el poder. No que no quisieran también imponer sus cooperativas y sus propiedades participativas y sociales, no que no quisieran unas bancas o unos sillones y sus bastones de mando. Lo que pasó fue que no los conseguían. Y si los conseguían, no los conservaban. Y si los llegaban a conservar por un tiempo, se volvían antirrevolucionarios y reaccionarios y burgueses. Hasta que les fue claro que había finalmente un sistema económico que había generado un sistema político para su uso conveniente y un sistema político que funcionaba de maravillas obteniendo recursos deliciosos del capitalismo, tanto como de cualquier otro lado. La desgracia para las izquierdas y progresismos fue que tuvieron que ponerse a explicar que esa democracia no era democracia y cosas así y quedaba bastante feo.

Entonces, un día, todo empezó a moverse. Y entonces las líneas empezaron a cruzarse.

Lo estoy poniendo en términos caricaturescos, cuando sé que el asunto fue bastante más complejo. Pero no vale la pena hacer ahora la historia en pormenor, si estoy trazando apenas un bosquejo.

Entonces.

Así fue que apareció un día la noción de sociedad civil, la noción de organizaciones no gubernamentales, y después -porque el negativo resulta irritante- organizaciones de la sociedad civil. Y llegó la práctica machacona de predicar nuevas representaciones, a los empujones, a los pechazos. Y predicar nuevos valores democráticos que estaban mejor representados en esas prácticas asociativas de la sociedad civil.

No se hizo sin teorías, claro, que sustentaran la movida. Después de todo, durante años, entre los suburbios desatendidos de las cosas que contaban para los que tenían riquezas y poder político, estaban precisamente los pensaderos, las universidades, los centros de estudios, las publicaciones, la sinapsis social, las redes, las articulaciones. Tal vez, para cuando esas riquezas y ese poder, dicho caricaturesca y brutalmente, empezaron a darse cuenta o a pensar de otro modo, fue tarde.

Ya dije alguna vez que no entiendo del todo el lamento maricón y plañidero de los hijos ya sesentones del mayo del '68 francés, que viven lloriqueando porque dicen que perdieron... Y esto que estoy viendo ahora, me confirma en mi idea.

Ellos se quedaron con la producción de conocimiento, se quedaron con el lenguaje que se usa en la producción del conocimiento, se quedaron con los paradigmas y con la posibilidad de construir los paradigmas relevantes y prestigiosos y con el talante. Y ahora los que gobiernan y los que producen riquezas recurren a esos paradigmas y a ese lenguaje y a ese talante. Y se sirven de ellos o se ven obligados a usarlos. Y el conocimiento relevante en el nuevo diseño social es el que la mayoría de aquellos plañideros perdidosos vociferaban despatarradamente entonces de modo liviano y utópico, casi sin saber.

Aquellas izquierdas y progresismos ya no necesitan ganar elecciones para gobernar, ni armar cooperativas a la Juan B. Justo para generar y repartir riquezas. El diseño político, social, económico, es nuevo.

Y este nuevo diseño social y político y económico tiene mucho de un nuevo corporativismo que parece haber entendido que hay que construir un nuevo espacio público, un nuevo espacio piramidal de representaciones, acaso un nuevo estado-Estado, desarticulando no solamente el estado liberal (o el neoliberal, como gustan saborear ahora...), sino desarticulando el estado-Estado en cuanto tal, para así poder generar un nuevo espacio que llaman de participación social, una nueva construcción de ciudadanía social paricipativa.

En realidad, un nuevo poder. Y, como pienso, una nueva instancia corporativa, ya no fundada en representaciones de grupos naturales de interés o actividades, de competencias. Sino con nuevas representaciones sociales fundadas en nuevos paradigmas, bajo el esquema básico de que sin esas míríadas de representaciones de minorías reales algunas, inventadas muchas otras, no hay legitimidad.

Un sistema ingenioso de burlar lo que la democracia eleccionista les niega a los que no se acoplan y lo que la empresa y el capital no permitirá jamás por las buenas.

Pero hay algo más, que es la otra cara de lo mismo.

El diseño tiene en la palabreja sustentable o sostenible un eje central.

¿Qué quiere decir sustentable-sostenible?

Para una mirada corta y ligera se trata de condiciones más bien económicas o financieras. Pero si alguna vez fue eso -cosa que no es clara y yo dudo- hoy no lo es. Tal vez hubo una vez en la que si algo no tenía una fuente cierta o sólida de financiamiento, en la gestión estatal o en la empresa privada, eso hacía eo ipso que un proyecto no fuera sustentable o sostenible. Lo mismo para el caso de que un proyecto no produjera beneficios: "no es viable", se decía (y todavía se dice), con lo cual pasaba al 'archivo'.

Pero no es así. Las palabrejas están cargadas en realidad con notas que, aunque en principio lo incluyan, finalmente no tienen que ver con lo económico o financiero.

El mejor ejemplo es el diseño mismo. Si acaso un plan de desarrollo social -incluso un plan de desarrollo económico- por ejemplo no fuera participativo, según los cánones de lo que en esa jerga significa la participación, entonces ese plan no es sustentable.

Sustentable 2.0, diríamos. Sustentable de segunda generación.

No es solamente que hay que tener recursos, no es solamente que tiene que asegurarse la financiación. Para que algo sea canónicamente sustentable tiene que asegurar una gestión política y cultural determinada, tiene que fundarse en ciertos presupuestos, porque principalmente cuando un emprendimiento social no contempla o ejerce ciertos valores sociales es cuando se vuelve verdaderamente no sustentable.

No importa qué contenga el plan. Desarrollo económico productivo, obras de infraestructura, gestión política, legislación, educación, recursos naturales, ambiente, cultura. Cualquiera y toda cosa, porque desarrollo no significa más calles asfaltadas o más trabajo o más riqueza.

Y eso se traslada a la gestión misma de cualquier acción política y social. De allí que lo participativo desborde el ámbito estatal, haga que el poder político quede cercado por un nuevo diseño de la sociedad civil, desnaturalizándose así no solamente la sociedad, sino la existencia, la naturaleza y el poder del estado-Estado, cambiando los paradigmas de representación y las condiciones del gobierno.

Pero, si esos paradigmas tienen una dirección determinada, un sentido determinado, quien tiene el poder es quien dicta los tópicos que se ponen en juego en ese nuevo discurso político y social y quien tiene el dominio sobre el lenguaje y la jerga; quien tiene el poder es quien determina qué es admisible o no, qué es sustentable o no y bajo qué condiciones.


Miro ahora de nuevo a la yunta gaucha, al mozo y a la muchacha.

Se parecen mucho a muchos hombres y mujeres que he visto en estos días. Y no se parecen en nada a otros hombres y mujeres que he visto en estos días.

Y es tanta la diferencia entre unos y otros, que da pena, que indigna.


Ya diré por qué. Porque todavía me queda una cosa más, que ya vendrá.